𝟎𝟏𝟐

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Con las manos temblorosas, presionó tantas veces como pudo el timbre de la casa, sin obtener respuesta, ningún movimiento, voz, nada. Los segundos se iban transformado en minutos, seguía ahí parada enfrente a la puerta sin obtener ningún tipo de contacto, sentía la desesperación correr por sus venas al mismo ritmo de la aceleración de los bombeos de su corazón dentro de su caja torácica. Las manos le viajaban de un lado a otro, entrelazando sus dedos algunas veces con las hebras de sus cabellos azabaches, pero la mayoría se encontraban sobre el botón de timbre, lo presionaba cuántas veces podía hasta que la piel de su dedo se tiñó de carmesí.

Estaba completamente desesperada, como un león enjaulado que caminaba de un lado a otro sin saber a dónde más ir, sin más opciones para salir de esa jaula de ansiedad que no fuera saltar en contra de la reja hasta romper los barrotes que la tenían presa. Después de todo, parecía ser la última opción que no era darles la espalda a sus amigos, pero esa era una imposibilidad en el vocabulario de Agatha.

Giró la mirada varias veces a su alrededor, dió media vuelta para avanzar unos pocos pasos hasta el automóvil que había tomado prestado de su mejor amiga sin siquiera pedirlo, aunque un auto era lo último que estaba en sus pensamientos. Ahora, con una mirada determinada tomó entre sus manos un martillo que se encontraba debajo de un asiento, guardado cuidadosamente para cualquier percance, bueno, ese momento había llegado.

La empuñadura era de madera larga hasta sostener en una punta el material rígido y pesado que complementa el ahora arma, los pensamientos de lo que seguramente ahora estarían pasando sus amigos le carcome la cabeza, cagandola en el mismo momento que su agarre en ella se apretó sin dudarlo un segundo antes de acercarse a la puerta, sosteniendo la herramienta entre sus dedos, sin pensarselo mucho, lo levantó en el aire con todas sus fuerzas hasta que aterrizó sin piedad alguna sobre la cerradura de la puerta de metal.

Un sonido automático le siguió tras el estruendoso martillazo, abriendo la cerradura inmediatamente mientras la puerta comenzaba a deslizarse por el umbral. Antes de soltar su siguiente suspiro frustrado, dió una rápida mirada al interior de la casa aún con el martillo en mano, sin doblegarse un solo segundo, dio un paso al interior sintiendo su corazón acelerarse en el proceso.

Avanzó entre las dos puertas de la entrada, cerrando solo la primera con una de sus piernas, solo camino hasta entrar a la sala vacía, sin ningún ruido, movimiento o cualquier signo de vida. Ahí, dando largos pasos para asomarse cuidadosamente a cada habitación para llamar por sus nombres, sin ninguna respuesta, se dirigió ahora con pasos más acortados al jardín, donde su respuesta fue la misma que las últimas cinco veces que los había llamado: nada. No había nadie ahí.

—¿Dónde están todos? —murmuró, apretando los labios con impotencia.

Cómo si estuviera esperando una respuesta, lanzó el martillo al amplio sofá gris que permanecía como siempre enfrente al gran ventanal con vistas a la terraza, comenzaba a frustrarse cada vez más cada vez que no obtenía una respuesta a sus llamados, sentía las emociones a flor de piel cada vez que por su mente cruzaba la idea de entrar al sótano. Tenía que admitir que odiaba ese sitio, cada centímetro de ladrillo y cemento era causarle náuseas, un dolor de cabeza que se extendía cada vez más y un cosquilleo que recorría su columna vertebral hasta su espalda baja.  

Pero era su última opción, ¿Había otra? Claro que no, tenía que entrar en ese lugar aunque no quisiera, sabía que debía hacerlo pero los recuerdos que tenía de ese lugar no eran tan apreciables, además, las pesadillas que había tenido sobre lo que podría pasar en ese lugar aún la atormentaban día con día. 

Entrelazó todos los dedos de sus manos entre las hebras azabaches de su largo cabello, suspirando por, al menos, una quinta vez en el día. Arrastrando los pies sobre las losas grises más oscuras de las escaleras, camino tan despacio que cuando estuvo frente a frente a la puerta tras más de unos cuantos segundos en tomar la valentía que necesitaba, el solo pensamiento de que tenía que entrar con el anochecer a sus espaldas le provoca jaqueca.

𝐀𝐂𝐂𝐈𝐃𝐄𝐍𝐓𝐄𝐒 ━━ F.V.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora