31 - Ramir: Soy el infierno

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Ramir

Abro la puerta de la casa y me encuentro con un enorme ramo de rosas rojas en frente de mí. Exiel hace una gran sonrisa, entonces las aproxima, dándomelas. Aunque yo lo miro extraño, igual no me quejo.

—¿Son para comer? —consulto.

—¡No! —Se ríe y entra sin mi permiso, así que cierro la puerta detrás de mí—. ¿Cómo estás? —me pregunta.

—Bien, ¿por qué? —Hago otra consulta mientras dejo las flores sobre la mesa—. ¿A qué viniste?

—No me visitaste hoy. —Hace puchero, luego me mira de arriba abajo—. Me encanta tu vestido.

—No tenía otra cosa, ensucié varias de mis ropas. —Me río—. No sé usar el lavarropas, debo preguntarle a Milton.

Camina y se sienta en la silla más cercana. Se ve bastante cómodo, pues hasta cruza la pierna.

—Sírveme algo —ordena.

—¿Para qué o qué? —Enarco una ceja.

Mueve las cejas.

—Vamos a jugar a la casita.

—Bueno. —Movilizo los hombros sin importancia—. Calculo que estoy trabajando.

—Siempre estás trabajando, bebé.

—Me das cringe.

Vuelve a reír.

—Gracias, ahora sírveme un café, amor.

—Sí, mi amado. —Le sigo el juego, aunque en tono de burla, sin embargo, él se muerde el labio inferior—. Qué incómodo.

—Desde que sabes que jugamos a la parejita feliz, siempre te pones incómodo, me encanta —opina.

Me carcajeo.

—Eres un sádico.

—Puede ser, pero igual me preocupas. —Hace una gran sonrisa—. ¿Cómo va el corazoncito?

—Va a servirte el café amargo y muy caliente para que sufras.

—Qué agradable, la novia.

Lo ignoro y voy en busca del desayuno. Hago café para mí también, entonces sirvo dos tazas, luego visualizo que han sobrado brownies, así que los pongo en un plato, tomo un cuchillo para cortarlos, después los llevo a la mesa. Me siento al lado de Exiel a comer.

—Pareces toda una esposa —opina el insoportable.

Creo que sigo molesto.

Vuelvo a ignorarlo y me centro en el bizcocho. Corto un pedacito, luego lo llevo a mi boca. Me chupo los dedos cuando me mancho con el relleno, acto seguido me relamo.

—¿Ya vamos a cochar? —bromeo.

—¿Sexo? No, ya te dije que te tienes que enamorar de mí. —Se ríe.

Me quedo serio y pensativo.

—Pero si te odio nunca vas a lograr eso.

—Del odio al amor hay un paso, ¿no? —Se muerde el labio—. Sigues enojado, veo.

Agarro el cuchillo, entonces lo observo de manera detenida.

—No me conoces enfadado.

—¿No? A ver, cuéntame.

—Enojado soy el infierno —expreso con frialdad.

Suena irónico.

—¿Qué haces? —Observa con impacto mi movimiento—. ¡No! —grita cuando me corto parte de las extensiones—. ¡¿Qué hiciste?! —chilla, luego suspira—. Me asustaste, no me hagas preocupar así.

Miro el mechón largo y rubio entre mis dedos, mientras sigo perdido en mis pensamientos.

—Bueno, sí estoy enfadado —lo admito mientras sonrío.

—Arruinaste tu hermoso cabello, pero qué buen filo tiene ese pequeño cuchillo.

Me río.

—¿Verdad que sí? Debe ser buena marca.

—Y que lo digas. —Se ríe también.

—Yo... —Hago una pausa—. En serio quiero terminar esto, así que... —Alzo la vista hacia él—. Te voy a ayudar.

—¿Disculpa? —Enarca una ceja al no entender.

—Te voy a ayudar a que logres enamorarme. 

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Saludos, Vivi.

Milton y RamirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora