[33] - Exiel: Reglas del juego

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Exiel

Miry, Miry, Miry, Miry...

Me siento de manera abrupta en mi gran cama de dos plazas, despertando de ese sueño que hasta me parece demasiado obsesivo.

¿Tan obsesionado estoy? ¿Qué me pasa? Creí que este era uno más de mis juegos. No puede ser que todo el tiempo esté pensando en él, ni en mis sueños he parado. O sea, me gusta mucho Ramir, pero esto ya es pasarse.

"Te voy a ayudar a que logres enamorarme".

Es su culpa, ¿cómo es posible que haya sugerido eso? Y si en realidad lo logra, sigo sus consejos y lo enamoro, entonces esto terminaría. Son las reglas de mi juego, sin embargo, ya no siento el deseo de que acabe. Sí, me gusta la situación, me emociona conseguirlo, no obstante, si obtengo lo que deseo, significa que ya no habrá más Miry con el que jugar.

Me levanto, molesto, de la cama, lanzando las sábanas que me tapaban, entonces camino en dirección a mi living. Dejo de preocuparme por mis problemas cuando veo a mi hermana, llorando en el sillón.

—Ya me cansé, lo voy a matar —declaro al fin, en referencia a Milton, ya que puede ser el único culpable de esto, así que voy en busca de mi celular.

Joselyn se levanta del sillón al reaccionar, luego se acerca hasta mí, desesperada.

—Déjalo en paz, es mi culpa por no decirle la verdad —pide, estresada, pero sus palabras no surten efecto en mí, pues su cara llena de lágrimas, solo me da más ganas de asesinarlo.

—No, es su culpa por ser un tarado.

—¡¡Solo me pidió que le dijera lo que somos, porque le mentí diciendo que me gustaba Johey!!

Enarco una ceja, calmándome.

—¿En serio le dijiste eso? —Me río—. Me hubiera gustado ver su cara.

—Bueno, algo así —expresa, avergonzada.

Bufo.

—Bien, no haré nada, pero límpiate esas lágrimas antes de que cambie de opinión.

Se alarma, luego se va corriendo a agarrar unos pañuelos, pasándoselos rápido en la cara, luego los deja y hace puchero al mirarme.

—Ya ni se puede llorar en paz en esta casa.

—Puedes llorar, pero no por un tarado. —Ruedo los ojos.

—¿Qué te pasa? —Se cruza de brazos—. ¿Por qué ese humor? No eres así.

—Te dije que no te metas en mis asuntos.

—Tú puedes meterte en los míos y yo no en los tuyos, ¿cómo es la cosa? Porque no entiendo, no me parece justo. ¿Qué ocurre con Ramir? —Enarca una ceja—. No le hiciste nada, ¿verdad?

—No, la relación va muy bien, él me va a ayudar a conquistarlo, así que pronto terminará este juego. —Hago una gran sonrisa forzada.

Se queda un momento en silencio y mirándome fijo, quedándose algo sorprendida, luego se ríe.

—No quieres que termine, ¿cierto? —expresa en un gesto de picardía.

—Cállate.

—Te gusta.

—No.

—Te gusta en serio —repite.

—No, solo estoy jugando —insisto con mi negativa.

—¡No mientas! —exclama, emocionada—. ¡Te encanta de una manera romántica, en un sentimiento verdadero!

—No miento, yo no tengo eso que dices. —Vuelvo a rodar los ojos.

—No puedes engañarme, te conozco. —Aplaude, feliz.

—Te digo que no. —Refunfuño—. Solo... eso sería muy estúpido.

—¿Por qué? Enamorarse es bonito.

—Lo dice la que llora por los rincones.

—Bueno, sí, pero...

—No me metas en tus cursilerías, Joselyn, toda mi vida he jugado este juego y lo he disfrutado. Es un fetiche que tengo con mis parejas, el cual demuestra que los enamorados sufren. Yo no padezco esa horrible enfermedad llamada enamoramiento, yo la causo, nada más. Es muy entretenido ver un corazón roto. Mientras no lo sea uno, todo estará bien.

—¿Qué dices? —Me mira, extrañada, pues no lo entiende.

—No comprendes el placer que se tiene en la cama con alguien que siente amor por ti, pero que sabe que no te tendrá nunca. Esas personas hacen lo que sea por uno, porque te tienen ahí arriba, como el objeto de su obsesión. No creo que entiendas la intensidad de ver esa mirada hacia tu persona en sus ojos, más en el momento culmine de la despedida, el último encuentro.

—Eres un psicópata —opina.

—Gracias. —Sonrío, satisfecho.

—Aunque te diré algo, revisa tus palabras, quizás te está pasando eso que dices, y serás tú el del corazón roto. Te lo advierto, el amor no lo eliges tú, solo llega, luego ya no puedes escapar —se burla, fingiendo una risa malvada—. Ja, ja, ja, estarás perdido.

—¡¡Qué no estoy enamorado!! —me quejo.

—Díselo a tu sonrojo. —Silba.

Maldición, sí tengo calor en las mejillas.

—¡¡Eso no significa nada!!

Agarro la almohada que se encuentra en el sillón y se la tiro a la cara. Ella contraataca con la otra, así que terminamos como si fuéramos niños, pegándonos con los almohadones.

¡Y lo repito, no estoy enamorado!

¡Y lo repito, no estoy enamorado!

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¡Nadie te cree! 😂

Saludos, Vivi.

Milton y RamirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora