¡No quiero que se vayan!

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Nos ubicamos en el mismo lugar al día siguiente. En un rincón un baúl abierto. Sobre la mesa una maleta y ropa blanca. Iruka dobla la ropa en silencio. Karura termina de hacer el baúl.

Karura: Los zapatos abajo, ¿verdad?

Iruka: -Responde ausente - Abajo.

Karura: Y los pantalones ¿van bien, doblados así?

Iruka: Es igual.

Karura: Igual no; usted lo sabrá mejor que yo, que no he viajado nunca. ¿Es así?

Iruka: - Sin mirarla dice - Así - Karura suspira resignada y cierra el baúl. Se oye arriba el carillón. Iruka levanta los ojos escuchando. Cuatro campanadas.

Karura: Por su bien ¿no ve que es peor callar? ¡Diga algo, por favor!

Iruka: ¿Qué puedo decir?

Kaura: Cualquier cosa, aunque no venga a cuento; como cuando uno tiene que pasar por un sitio oscuro y se pone a cantar. Con este silencio parece un entierro.

Iruka: Algo hay de eso. ¿Cuántas camisas has metido en ese baúl?

Karura: Siete.

Iruka: Siete camisas pueden ser toda una vida: el claro de la primera mañana, el de regar las hortensias, el azul de tirar piedras al río, el de aquella noche que se quemó el mantel de fiesta con un cigarrillo. Ahora, ahí apretados, ya no hay fiesta ni hortensias ni río. Sí, Karura, hacer un equipaje es como enterrar algo.

Karura: Lo malo no es para los que se van. Ustedes vuelven a lo suyo, con toda la vida por delante. Pero la señora...

Iruka: ¿Habló con ella?

Karura: Ni yo ni nadie; ahí sigue encerrada en su cuarto sin mover una mano ni despegar los labios.

Iruka: ¿Pero por qué ese silencio como una protesta? Ya sabía que tarde o temprano tenía que llegar este momento. ¿Es mía la culpa?

Karura: La culpa es del tiempo, que siempre anda a contramano. Recuerdo, cuando el barco iba llegando, que cada minuto parecía un siglo en esta casa. "¡El lunes, Karura, el lunes!" Y aquel lunes no llegaba nunca. En cambio ahora ¿cuándo pasó aquel día y el siguiente y los otros? Mi madre lo decía: hay un reloj de esperar y otro de despedirse; el de esperar siempre atrasa. - Se le resbalan de entre las manos unos pañuelos. - Disculpe; no sé dónde tengo las manos.

Iruka: Al contrario. Gracias, Karura.

Karura: ¿Gracias por qué?

Iruka: Por nada; son cosas mías. - Llega Kakashi de la calle, Iruka puede notar que está preocupado.

Karura: Volveré a lavarlos. Todavía pueden secar. - Karura sale hacia la cocina. Iruka se dirige impaciente a Kakashi.

Los árboles mueren de pie (Kakairu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora