—Ambas deben irse de inmediato —susurró Estoico, arrebatándole a Patán la espada que tenía en su mano, este se quejó de dolor más no dijo nada.
—¿Eh, papá? ¿Qué harás ahora? —Hipo preguntó, siguiéndolo preocupado por lo que podría pasar.
—Todo esto es porque no pudimos exterminar la plaga —el jefe gruñó molesto, que avanzaba a la salida de la cueva.
Los demás le abrían paso, nadie quería interponerse y experimentar la furia del guerrero más poderoso de Berk. Mucho menos ahora, cuando todo había sido provocado por Elsa. Ella era la única idiota dispuesta a defender a los dragones, y lamentablemente Hiccup estaba de su lado.
—¿Pretendes salir y acabar con ellos tú solo? Jamás hemos podido lidiar con los dragones, menos ahora que estamos acorralados aquí —murmuró el joven, tratando de razonar con su enfurecido padre—. Esperemos a que Elsa se recupere y pueda contarnos la forma en la que domó a la furia luminosa, sabiendo el secreto podremos detener a la jauría y acabarla entre sí. —quiso desviar su atención pero había sido en vano. El jefe estaba decidido—. ¡Papá, escúchame! —gritó, en un último intento por salvar a su amada.
—¡Elsa está perdida, ¿qué no lo ves? Ella jamás volverá a ser la misma! —contestó Estoico a punto de estallar, señalando a la figura temblorosa que yacía en el piso y apoyándose en los brazos de Agdar, el cual agachó la cabeza con tristeza.
—¡Pero fue por tu culpa! —Hipo respondió de vuelta, totalmente furioso con lo que estaba escuchando.
—¡Yo no hice el mal, fue ella! Sabía que lo que hacía estaba mal, que era peligroso y que iba en contra de las reglas y de la seguridad del pueblo, y aún así lo hizo. Ahora sus consecuencias las estamos pagando nosotros.
Un nudo se formó en la garganta del ojiverde, quien estaba enrojecido por la acalorada discusión. No objetó más, sus emociones eran como un río con aguas turbulentas que no le permitían ver el fondo con claridad.
Y en parte, su padre estaba en lo correcto. Todo esto estaba pasando porque ella rescató a ese dragón.
Con ella a su lado, podía pensar en un futuro donde ambas especies podían convivir en armonía, en el que los jóvenes no tuvieran que sacrificar sus vidas en la guerra ni arrebatárselas a otros seres vivos. Pero con su ausencia, cada vez le resultaba más difícil recordar la razón por la que había apoyado esa idea. Empezaba a sentir en su pecho que había tomado una decisión equivocada y que el pueblo estaba pagando por ello.
Cuando Estoico estaba cerca de salir, el suelo tembló por unos instantes. Algunos cayeron al piso, otros soltaron pequeños jadeos de asombro.
Pero todos miraban lo mismo.
Una figura blanca y grande, con destellos que parecían simular estrellas reposadas sobre espuma del océano.
Tenía enormes ojos azules, con la pupila en una fina línea vertical, que los observaba a todos detenidamente.
—Es... es... —Patapez tartamudeó asustado, por lo que Astrid le reprendió con un golpe en su brazo.
—Cállate —ordenó la rubia. Sus soldados empuñaron sus armas con sigilo, esperando el momento adecuado para atacar cuando entrara.
Pero la bestia no lo hizo. Se quedó ahí, en la entrada de la cueva, con la cola enrollada alrededor de sus patas y las alas recogidas en su espalda.
Elsa cabeceó hacia la salida, y pudo ver la silueta de lo que alguna vez fue un pequeño e inocente dragón.
—¿Temperance? —preguntó, aturdida.
La apariencia feroz de la furia luminosa rápidamente cambió. Sus ojos se llenaron de un negro azabache y sus dientes desaparecieron, mostrando una sonrisa desdentada llena de alegría al ver a la persona que había cuidado de su existencia desde que estaba en el huevo.
Nadie podía creerlo, ¿cómo un animal salvaje salido del mismísimo infierno podría comportarse amable y benevolente con un humano?
Después de este encuentro, la furia extendió sus alas y se elevó hacia el cielo nocturno. Todos quedaron consternados por esta inusual interacción.
—La estaba buscando —Hiccup susurró luego de que la bestia se marchara, su afirmación fue escuchada por su padre. Esbozó una peculiar sonrisa donde no mostraba los dientes.
Estoico se dirigió a su compañero Bocón, quien lo miraba extrañado. Había algo en esos ojos verdes que le provocaba una sensación incómoda en el pecho, como una espina de rosa roja que amenaza con pinchar el dedo de una doncella.
—Te veo hoy a las ocho en mi despacho. Llama a Astrid y a su ejército.
[...]
—Estas hierbas harán que se olvide de las pesadillas. Esperemos que con esto, al menos pueda recuperar la cordura. Tantas noches sin dormir afectan horrible a la mente, Para el final del día ya debería estar mejor —susurró la curandera cuando terminó de hervir las plantas para servirlo como té.
—Muchas gracias, Hellen —contestó Agdar, sentado alado de la cama donde su hija al fin descansaba.
Para su sorpresa, el jefe le había permitido traer a Elsa a casa después de que los dragones y la furia luminosa escaparan. Por supuesto, sabía que había una intención oculta detrás de esto, pero en esos precisos momentos no tenía cabeza para pensar en ello. Quería estar totalmente atento a la salud de Elsa. Además, ya habían pasado días de aquel suceso y nada extraño sucedió. Por lo que se permitió relajarse un poco y no darle vueltas al asunto.
—¿Papá? —oyó que tartamudeaban. Volteó a ver a su hija, que se tallaba la cara con sus manos.
—Aquí estoy, tranquila —pasó sus dedos por el cabello platinado, masajeando con cuidado su cabeza.
—¿Dónde estoy? —hizo el intento por sentarse pero el padre la interrumpió, apoyando su peso sobre los hombros de la joven.
—No puedes levantarte, tienes que dormir más —la cubrió con mantas limpias, para que su calor la devolvieran a su siesta.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Y por qué me duele tanto la vista y la cabeza?
—Tus ojos aún no se acostumbran a la luz del ambiente, no habías dormido bien y hubo un altercado con los dragones, donde te golpeaste con fuerza —en cuanto dijo eso, Elsa vio a su padre preocupada.
—¿Temperance apareció? —Agdar apretó los dientes, desviando la mirada—. ¿Lo hizo? —insistió ella. Obteniendo finalmente la respuesta de su padre.
—Sí, apareció frente al jefe. No sé que estén planeando pero me dejaron traerte de vuelta a casa.
—¡¿Y aceptaste hacerlo así sin más?! —esta vez él no respondió—. No tenías que salvarme —pronunció, jalándose el cabello por el estrés.
Sin darse cuenta, un mechón fue arrancado por sus dedos.
—Estabas perdiendo la vida ahí adentro, Elsa. Ésta —sostuvo la mano de su hija donde tenía el cabello— es la prueba de ello. Hiciste todo lo que pudiste con ese animal, ya no puedes protegerlo. El destino se encargará de lo que pase con su vida.
La rubia rió, sin emoción.
—¿Así como lo hiciste con mamá? —Agdar recargó su espalda en la silla, perturbado por lo que acababa de oír—. ¿Dejaste su vida en las manos de lo que sea que llamaste "destino"?
—Esto es completamente diferente a lo de tu madre, y lo sabes —sentenció, agregando dureza a sus palabras para que ella no siguiera escarbando en su punto débil.
—Ya no quiero ser una cobarde, papá, ni tampoco una tibia. Pelearé lo necesario y con quien sea para salvar a Temperance, aún si me cuesta mi libertad, o mi vida.
Poco sabían, que esa afirmación pronto se cumpliría.
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Touching the stars | PARTE I
FanfictionLa guerra con los dragones al fin había acabado, Elsa sintió que ya respiraba con tranquilidad. Estoico el Vasto, el jefe de la tribu, había prometido que ya jamás serían perturbados por esas bestias salvajes, que de ahora en adelante sólo habría pa...