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Elsa ya estaba a pocos metros de poder alcanzarlas, primero iría por Temperance y la liberaría del trance en el que estaba, después podría recuperar a Astrid de las garras de esos dragones alacranes para ponerla en tierra firme y así ahuyentar a t...

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Elsa ya estaba a pocos metros de poder alcanzarlas, primero iría por Temperance y la liberaría del trance en el que estaba, después podría recuperar a Astrid de las garras de esos dragones alacranes para ponerla en tierra firme y así ahuyentar a toda esa jauría de bestias voladoras. 

Y para lograr eso, tenía que dar un salto de fe.

Dirigió al dragón a gran velocidad, para finalmente estrellarlo con otro de su especie. Este soltó a Temperance al vacío, y sin titubear, ella la siguió.

—¡Elsa! —gritó Astrid, terriblemente asustada.

Todos en la isla veían la escena estupefactos: una brillante luz blanca cayendo al mar, siendo perseguida por la enorme parvada de dragones.

Elsa estiró sus brazos todo lo que pudo hasta alcanzar agarrarse de las alas de la furia luminosa, que giraba en el aire. Y tal como hizo con el otro sujeto, enroscó sus piernas al pequeño cuerpo de la hembra, jalando de los lóbulos que sobresalían de su cabeza para intentar estabilizarla. 

—¡Temperance, regresa! —suplicó la ojiazul, aferrándose a la esperanza.

Hiccup llegó corriendo a la punta del acantilado, observando lo poco que le faltaba a Elsa para ser tragada por el agua.

Con un nudo en la garganta, presenciaron el desplome de dos espíritus que anhelaban un cambio en el mundo.

—No... —musitó el castaño, dejándose caer de rodillas al suelo.

Por otro lado, Astrid comenzó a llorar, aún siendo sostenida por uno de los sujetos. 

Las bestias que las habían estado cazando, se quedaron plasmados en sus lugares, como pequeñas máquinas que necesitaban girar de su llave para seguir funcionando. Su meta había sido cumplida; deshacerse de la cría restante de la última furia que aniquilaron en el pasado.

Los compañeros de Hiccup llegaron en ese momento, percatándose de que había sucedido algo grave.

—¿Y Elsa? —preguntó Brutilda, provocando que el destartalado corazón de Hipo se comprimiera más por el dolor, que dejó escapar en ruidosos sollozos. Sólo así deducieron el trágico final de la rubia.

Y cuando todos estaban consumiéndose en la tristeza, el característico chirrido de la furia luminosa se hizo presente en sus cabezas. 

—¿Qué? ¿Otro dragón? —se preguntaron los demás.

Entonces, una explosión de plasma perforó las nubes en el cielo. Fue tan brillante que captó la atención de todos, un movimiento que jamás habían visto antes. En cuanto el fuego azul se extendió, fue atravesado por la silueta blanca de Temperance surcando por encima del océano.

—¡Por todos los dioses, ¿qué es eso?! —gritaron, extasiados de confusión.

El ojiverde levantó la mirada, y con miedo a equivocarse, vio una pequeña figura morada montando al dragón.

Astrid, que todavía estaba en peligro, fue arrebatada de las garras del dragón escorpión en un parpadeo que no le permitió siquiera procesar lo que estaba pasando.

—¿Ah? —tartamudeó, con la visión borrosa por las lágrimas.

—¿Te encuentras bien? —inquirió Elsa, asomando su cabeza a un costado del dragón. La vikinga no pudo evitar llorar más, pero esta vez su llanto estaba cargado de alivio y emoción.

La princesa tonta salida de un cuento de hadas no había perecido.

—¡Está viva! —celebraron en la isla.

 Elsa se acercó lo suficiente al acantilado para poder dejar a Astrid a salvo, puesto que aún faltaba una cosa por hacer y no quería lastimarla en el proceso. Rápidamente fue interceptada por Hiccup, que se aferraba tembloroso a su pierna.

—No tienes que hacer esto, no tienes que pelear tú sola —el joven pronunció.

—Tengo que liberarlos, además, no lo haré sola —y sonrió, acariciando la cabeza de Temperance.

—¿Liberarlos, a quién? —preguntó Estoico, pero ya no hubo tiempo para responder. 

Volvieron a emprender vuelo, esta vez con una meta en mente.

No quería bombardearlos de bolas de fuego, pero la agresividad de estos dragones no le permitirían acercarse para retirarles la jeringa incrustada en sus escamas, así que las alternativas eran escasas.

—Debemos destruir el veneno. Hagámoslo lo más rápido posible.

La puntería que Temperance había desarrollado estaba muy por encima de las expectativas que Elsa tenía sobre este plan. No podía creer lo poderosa que esta pequeña criatura se había convertido. El jefe tenía mucha razón en temerle a la furia luminosa y el mal manejo que ésta podría hacer de sus habilidades, sería devastador para quien la tuviera de enemigo.

Una por una fue las jeringas fueron pulverizadas, dejando a decenas de dragones desconcertados y perdidos en medio de la nada. 

¿Cuándo había sido la última vez que estos dragones coexistieron con la realidad? No lo sabía, pero temía que el tiempo hubiere sido enorme. Inclusive y con todo lo que vivió de su parte, sentía malestar por estos animales, utilizados como títeres para humanos vanidosos que lucraban con su poder de destrucción.

El incendio había acabado con la mayoría de los árboles, el humo era pesado de respirar y difícil de deshacer, pero por suerte el fuego no llegó a la aldea. Quienes se habían quedado en sus hogares no resultaron heridos.

Elsa finalmente tocó tierra, con el cuerpo aquejumbrado y la cabeza dando vueltas. Aún en su estado pudo permanecer de pie, encarando a todos aquellos que habían ideado un plan para atrapar a su dragón.

—Espero que ahora puedan creer que se puede establecer una conexión especial con ellos —dijo, después de bajar de Temperance.

No obtuvo respuestas verbales, sólo Hipo abrazándola con fuerza, balbuceando palabras que no podía entender por la velocidad a las que pronunciaba. Sonrió con cansancio, devolviendo el cariño que estaba recibiendo.

Agradeció enormemente que Hipo la sostuviera, de lo contrario habría caído dolorosamente al suelo, producto de su repentino desvanecimiento.


Touching the stars | PARTE IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora