La guerra con los dragones al fin había acabado, Elsa sintió que ya respiraba con tranquilidad. Estoico el Vasto, el jefe de la tribu, había prometido que ya jamás serían perturbados por esas bestias salvajes, que de ahora en adelante sólo habría pa...
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El polvo se disipó, y finalmente pudo encontrar a la furia luminosa.
No había forma de describirla, ante sus ojos era la criatura más brillante y hermosa que alguna vez podría haber presenciado. Sus orbes eran azules, la piel blanca con destellos plateados. Totalmente parecida a Elsa, a la persona que odiaba por representar todo lo que ella no era y no podía ser.
Apenas en ese momento entendió que Elsa no había llegado para opacarla o insultarla. Había llegado para mostrarles un mundo totalmente diferente al que ellos conocían. Pero su terquedad y su miedo a no ser lo suficientemente buena para los demás le había impedido comprender que este era el destino entrelazando vidas y personas.
Mientras Astrid estaba perdida en sus pensamientos, sus soldados ya estaban detrás del dragón, aprisionándola en esa pequeña zona, que iban disminuyendo cada vez más. Temperance pareció tomarlo con calma, después de todo su compañera estaba cerca del borde, cualquier movimiento en falso podría perjudicarla gravemente.
—Jamás había visto a uno de este tamaño, definitivamente cuidaste bien de ella —rió Estoico, admirando a la furia luminosa con genuino asombro.
—¿Y qué planea hacer con ella, ah? Se jactó tanto de que en las manos equivocadas ella podría destruir al mundo, ¿entonces qué hará usted de diferente a lo que tanto temió que hiciera yo? —el jefe la miró, entrecerrando los ojos desconcertado.
—Yo jamás dije que tú lo harías —contestó, pero Elsa siguió afrontándolo.
—Dijiste que la utilizarías para deshacerte de los dragones, ¿aún y con todo lo que ha pasado y has visto, en verdad lo harás? ¿No tendrás piedad de ella? —el ojiverde exhaló disgustado, listo para responder.
—Ella, al igual que los dragones han cobrado cientos de vidas vikingas a lo largo de estos años —la rubia lo interrumpió con otro alegato.
—¡Y nosotros a miles de ellos! —vociferó, pisoteando el piso para hacer énfasis a su argumento.
—¡¿Por qué te aferras tanto a la idea de humanizarla?! —estalló Estoico, girándose para ver a la tonta chica parada cerca de la plataforma de donde la había liberado—. ¡¿Por qué crees que tiene sentimientos y pensamientos y está consciente de su entorno?!
—¡Porque...—una bola de fuego se dirigía hacia ellos a toda velocidad. Ninguno se había percatado de la presencia de dragones hasta ese momento, donde las llamas estaban por alcanzarlos.
—¡Cuidado! —gritó uno de los soldados, pero ya era tarde para huir. El fuego aterrizó sobre la pradera, los árboles comenzaron a incendiarse con mucha facilidad.
—¡Son los sujetos! —Harald le alertó a Astrid. Sus siluetas eran únicas como para no reconocerlos.
A diferencia de los dragones que solían saquearlos, estos tenían una oscura coloración de escamas, entre negros y rojos, con enormes colmillos sobresaliendo de sus hocicos, y una cola con puntiagudas espinas, capaces de perforar cualquier cosa que se les atravesara. Se asemejaban mucho a insectos ponzoñosos.
—Esas son las cosas que estaban acechando a la furia luminosa —contestó la vikinga. Elsa miró horrorizada a Astrid.
—¿Acechar? ¿De qué estás hablando?
—¡Esa era la razón por la cual queríamos sacarte información! —Harald respondió en su lugar—. Después de la llegada del huevo, esos dragones recorrían todas las noches a Berk, al principio eran tan pocos que pasaban desapercibidos. Pero luego comenzaron a agruparse más y más hasta formar un maldito ejército.
El bosque estaba en llamas, no había otra forma de regresar a la aldea sin quemarse en el proceso. Estaban acorralados y separados de los demás.
—¡Dime qué fue lo que hiciste para domarla! —insistió Estoico.
—¡No hice nada!
Uno de los sujetos voló con rapidez hacia Temperance, ésta lo esquivó, pero en cuanto intentó tocar tierra de nuevo, otro de ellos la tomó de la envergadura de sus alas y la levantó al cielo.
—¡No! ¡Déjala! —Elsa corrió a ella, amenazando con saltar del acantilado, pero Astrid la detuvo.
—¡¿Estás loca?! ¡No vas a llegar a ella!
—¡Debemos salvarla ya! —tan pronto como mencionó eso, uno de los sujetos la arrancó del agarre de la vikinga. Gritó tan fuerte que todos voltearon a ver cómo su captor se elevaba hacia el atardecer.
—¡Elsa! —fue lo último que dijo antes de que se la llevaran.
El tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar.
Cada una de las personas presentes luchaban con todas sus fuerzas para salvar sus vidas, pero el ataque era demasiado fuerte para repelerlo, estos dragones era diferentes a lo acostumbrado, sus ojos parecían perdidos, como muertos en vida, sus objetivos eran la furia luminosa y al parecer ella, pero por error se llevaron a Astrid.
Algo no estaba bien, pero no tenía tiempo para averiguarlo, muy pronto la sangre se derramaría, y todos sus esfuerzos por cambiar la percepción que Berk tenía de los dragones serían en vanos. Debía actuar ya. Por mucho que esta gente los hubiera dañado, no merecían esto.
Respiró profundo y tomó una de las sogas con la que la habían atado. Divisó a su presa, y en un veloz movimiento trepó al dragón más cerca de ella. Enroscó y apretó sus piernas en el cuerpo del sujeto, éste inmediatamente empezó a sacudirse para librarse de Elsa, pero ella no le permitiría escaparse.
Atravesó la soga por el hocico del dragón cual caballo se tratase, y jaló de las riendas, golpeando los costados a la vez. Lo hizo tan fuerte y por tanto tiempo, que el animal dejó de resistirse para no seguir siendo lastimado.
—¡¿Qué demonios está haciendo?! —gritaron los muchachos, sorprendidos por la actitud de Elsa.
—Está loca, ¡estás loca! —exclamó Bocón, riendo a carcajadas.
Estoico se permitió girar y ver la escena: Elsa intentando llegar a la cima del cielo, donde la furia luminosa y Astrid estaban atrapadas peleando por su libertad.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de su dragón, se percató que ella tanto como los otros reptiles, tenían una jeringa incrustada en sus cuellos, con un líquido verde almacenado. A Temperance la mantenía adormilada, pero a ellos hipnotizados. Incluso el sujeto al que estaba montando tenía uno del cual no se había percatado antes.
Esto era obra de un ser humano, uno que quería llevarse a su ser más preciado.