Ye Mi es un asesino despiadado cargando todo el tiempo el peso de sus acciones, después de irse a Hong Kong para iniciar una nueva vida, nuevamente los incidentes regresan, arrastrándolo de vuelta, pero esta vez no tiene en cuenta que el destino le...
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-Ah...- Xiao intentaba aferrarse a la puerta del camarote, mientras era besado por su amante en el cuello -Espera un momento...ah...- apartándolo un poco del pecho, causando un puchero de disgusto por parte del ex espía.
-¿Qué sucede?- levantando una ceja.
-Querías esto desde el principio ¿No es así? Por eso rentaste un camarote de primera clase...- mirándolo con disgusto fingido.
-No tiene nada de malo... somos los únicos en este lugar- acercándose para besarlo nuevamente- No es la primera vez que hacemos algo como esto- su aliento rozaba tenuemente su oído, mientras sonreirá traviesamente de lado.
Xiao se quedó en silencio por unos segundos, sus mejillas se habían vuelto de un ligero carmín al recordar la vez que lo había besado y otras cosas...estando borracho. -Eso es injusto...
-¿Quién fue el primero en decir que quería ir de nuevo a ver el rio en el atardecer y se fugó del hospital?- su voz seguía siendo lenta y para el capitán se escuchaba mucho más gruesa e incitante.
-Tú estuviste de acuerdo...-mirándolo con reproche, que no duro mucho, ya que miró como Ye Mi, se desataba su corbata dejando ver por completo su manzana de adán y parte de su pecho, su rostro era realmente sexy, sin pensarlo mucho, paso ambos brazos por sobre su hombro y lo beso, dándole paso para continuar lo que empezaron.
Ye, desató su corbata y desabotonó su camisa, pasando sus gruesas y grandes manos sobre su pecho y costados, comenzado a besarlo de forma intensa, sus lenguas jugaban una con otra, mientras pequeños jadeos salían; levantándolo de sus redondas nalgas para apoyarlo en la pared, rozando ambas pelvis por sobre la ropa, la sensación causo en ambos un toque eléctrico de pies a cabeza.
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Rápidamente Xiao bajó una de sus manos desabotonando el resto de su camisa y chaleco, dejándolo caer, su mano tocaba su pecho bronceado y sus abdominales, llegando hasta el cinturón que desabrocho con destreza, tocando por sobre la prenda el miembro ya erecto de su amante, el pelinegro no pudo más y de un jalón, bajó los pantalones del capitán, sobando y apretando sus muslos. -Quiero hacerte mío...- su voz, sí se podía, sonaba mucho más gruesa, lo que causo en el mayor un escalofrió por toda su columna vertebral, sus mejillas se habían vuelto totalmente rojas; como pudo recupero un poco la cordura, apretando la mano que tenía sujeta a su cuello y lo jaló para un nuevo beso, el pelinegro acató su petición y comenzó a besarlo de nuevo.