Pronto el inminente dolor que sintió, punzandole el cráneo, sin ser capaz de provocarle un chipote o un moretón —por su obvia fortaleza física—, supo de dónde provenía. Palpó entonces el sitio de la aflicción, que iniciaba desde su cien, rodeándole toda la circunferencia...: doloroso.
De alguna u otra forma, al entreabrir sus ojos y observar su alrededor, se halló postrado sobre la rama de un árbol, un cerezo para ser específicos, magnifico por el café y el rosado. Y le sorprendía de alguna manera que este le soportará; pues generalmente estos tipos de árboles suelen ser débiles, frágiles y sensibles, por tanto no suelen resistir el peso de una per-
El fuerte crujido de una rama al quebrarse, le sorprendió; acompañado de la ligera ráfaga de aire que se sintió al esta desprenderse: supo que estaba cayendo. Siendo sus posaderas las primeras en tocar la dura superficie de la tierra, el obvio dolor apareció.
—Auch... —Sorprendentemente no había cubierto su cabeza, por tanto aquella también recibió el impacto, quejándose también por ello.
A la lejanía los pasos de personas corriendo y acercándose a un rápido trote se escucharon, sin embargo, al oír que unos cuantos de aquellos se hacían más cercanos a su persona, le hicieron reaccionar; subió la guardia y espero hasta oírlos hablar.
Debido al sonido emitente de los espectadores, podía afirmar que le hicieron varias preguntas, y que al menos tres de ellos se hallaban a su alrededor; y a pesar de todo, al no ser consciente de ninguna de las inquisiciones hechas (pues no las comprendía), no logró contestar.
Las cuestiones que producía no eran palabras, pero si ruidos para que se notase su ineficiencia al hablar.
—¿Cuántos dedos ves? —Agradecía por fin entender una inquisición, a lo que iba a contestar que ninguno, pues no lograba enfocar— Yo veo cuatro, por cierto.
¿Y por qué me lo dices? pensó; lo cierto es que fue innecesario, y sin sentido, o al menos eso creyó, soltando el pequeño fruncimiento que se hacía entre sus cejas.
—Oye, sabes, ¿podrías callar... te? —Al aún oír la voz del entrometido, volvió a juntar el ceño, molesto por no tener silencio. Asimismo, logró enfocar a quien poco paraba de parlotear— Ah..., eres tú, Itadori.
—¿Mm? ¿Me conoces? —El joven rascó la mejilla izquierda de su rostro, indicando el poco entendimiento que tenía del contexto.
¿En serio? ¿No lo veía apenas reaccionando, y decidía bromear? Vamos, que esto era molesto.
—¿Conocerte? No estoy para tus juegos Itadori —dijo sin sentido de suavidad, llendose al tono del enojo.
Notó como el contrario negaba con rapidez, agitando sus cabellos y cerrando sus párpados.
—No estoy jugando, en verdad no te conozco.
Soltó una queja, rechinando sus blancos dientes: ¿había un fin para molestarlo?
—Como sea, no pienso pelear contigo. —Ante su afirmación, dudoso se mostró el otro frente suyo, dándole una clara mueca de ignorancia— Tan solo dime dónde se encuentra Gojo-sensei.
—¿Gojo-sensei? —preguntó, entendiendo un poco más de la conversación.
—¿Qué?, ¿tampoco le conoces? —habló en su efusiva sátira, mayormente enfadado que burlesco.
—No, sí lo hago... Supongo que debe de estar en la clase tres de los de primero —declaró el chico, viendose inseguro, pues tocaba su barbilla y miraba en dirección al cielo.
—¿Ah? ¿Clase tres? —Continúo la conversación, nada convencido de esta.
Y es que dentro de sus memorias, la escuela de hechicería siempre ha tenido el mínimo —peor que eso— de estudiantes; ¿desde cuándo había tantos para dividirlos en tres clases?
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ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪ
Lãng mạnTras reaparecer en un mundo completamente desconocido para él, Fushiguro Megumi enfrenta las consecuencias de haber muerto, confrontándose así a los nuevos acontecimientos de su actual mundo: ¿Kugisaki con vida? ¿Panda sin haber existido? ¿Toji haci...