ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ ᴅᴇᴄɪᴍᴏ ꜱᴇ́ᴘᴛɪᴍᴏ: ʙᴜᴇɴᴀs ɴᴏᴄʜᴇs

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La resistente y para nada ostentosa puerta de madera, abierta a unos (si nos ponemos rigurosos) 85° —ni completamente recta, ni demasiado diagonal—, predominaba de su fiel café oscuro, puesto que era este el material con la que estaba hecha, y además, viéndose muy enorme y lo suficientemente apta para la obvia protección de los habitantes en aquel hogar. Sin embargo, el mero hecho de que se mantuviese abierta, lograba permitir el paso del para nada educado aire, quién entraba sin preguntar e impregnaba las habitaciones de polvo, oxígeno y una que otra partícula más.

Y él, Itadori Yūji, se mantenía petrificado. ¿Debido a qué? Pues eran muchas las razones; entre ellas el peculiar silencio que se había instalado, la obscuridad que la casa ofrecía, y hasta el mismo anfitrión, que no decía palabra alguna, y que firme se mantenía aún tras haberse lastimado. El punzante suspenso que sintió, no fue obra de su imaginación.

Ante sí, la imagen de un apetecible Megumi, era resaltada. Puesto que el azabache aún sostenía entre sus larguiruchos dedos a la ya antes mencionada, y que por alguna razón, la mirada de este le recorría desde arriba hacia abajo y se colocaba altaneramente en sus propios ojos, en el interior de sus pupilas, agudizando su mirar, tan delgado y observador como el de un gato, lográndolo hacerse ver tan erótico, guapo, y lindo a su vez.

En ese sentido, no era de extrañar que el joven Itadori, experimentase de tirones y escalofríos, cuando sentía un fuerte calor que subía desde su entrepierna hasta las proximidades de su pecho; de ahí a que su erección, comenzase a abultarse sobre el medio de su pantalón, y que agradecía una vez más, este fuese un jean.

—¿No piensas pasar? —La calante voz de Megumi, llegó hasta sus oídos, de una manera en la que Yūji creyó, fue más una orden que una simple cuestión.

—Cl-claro —contestó, dando paso a su siguiente acción: entrar a la morada de los Fushiguro.

Hasta hace menos de una semana, Itadori había vivido su vida como un simple Beta más, sin preocupaciones parecidas a las de un Omega, o las de un Alfa; no obstante, eso no significaba que por ello sería negligente, evadiría sus responsabilidades y no notase lo que era obvio. No se consideraba una persona muy lista —considerando que su estándar de personas listas, eran del tipo de Megumi—, tampoco tenía amplios conocimientos y por supuesto, que decir de su nula y natural capacidad de reconocer las indirectas..., pero de algo estaba seguro, y era de que, esta noche, algo iba a pasar.

La familia de Megumi no estaba, él chico tenía una habitación propia, él mismo no se había negado, y más importante que nada, ¡Fushiguro estaba coqueto(I)!

Yuji tragó hondo.

Revisó sus bolsillos por simple seguridad, y logró confirmar que el supresor se mantenía ahí.

A pesar de todo lo antes dicho, eso no significaba que Itadori no estuviese nervioso: Megumi hacía poco que acababa de salir de su celo, y además era nuevo en todo aquello de las reacciones Omega; por su parte, el no tenía mayor experiencia en lo que conocía como actos sexuales (sexo). Y por sobre todas las cosas... Yūji quería llegar a ello en su debido momento; no quería alterarse como un simple mono por el simple deseo sexual, ni mucho menos, aprovecharse de la confianza ganada que tenía de Megumi... Sí, y aunque sonase cursi, el muchacho quería declarársele de la mejor forma posible, estampar sus labios contra los suyos, tomarlo entre sus brazos y no soltarlo por un gran rato, decirle lo mucho que lo quería y, si su contrario estaba de acuerdo con ello, llegar a... aquello. Así es, ¡Itadori Yūji quería respetar el ABC(II) del amor!

Pensamientos que tuvo más que claros, tras su reciente aceptación por su gusto por Megumi, los cuales, como entonces, le hacían sonrojarse en sobremanera y lograrlo sumirse en sus propios pensamientos; tal y como ahora, donde simplemente no notó que el jovenzuelo de verdosas pupilas se había colocado a su lado, intentando recargar su rostro sobre uno de sus hombros, mientras que con una de sus manos, intentaba traer al chico de vuelta, y claro, no despegándole la mirada por ni un solo momento.

ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora