Al recoger sus pertenencias y meterlas con rudeza en lo más profundo de su bolso, irradiante de apresuramiento, salió del aula listo para esquivar a cualquiera que se insmicuyese en su camino. No iba a apelar ante nadie, nadie.
—¡Ey, Fushiguro, espérame!
Kugisaki, que en algún punto del día —desconocido para él— había regresado a clases, ahora, tomaba de sus pertenencias y salía del aula, corriendo detrás del susodicho, siguiéndole para alcanzar sus pasos. Le gritaba por los largos pasillos que atravesaban, diciéndole que parase de una vez, o que sino, en caso contrario, le tomaría de sus orejas y le gritaría hasta que sus tímpanos explotasen.
Fue entonces, que sin querer hacerlo, paró su caminar.
—¿Por qué estás tan enfadado? —En su propia postura, dedujo, Megumi yacía molesto.
Lo cual ahora en serio le enfadó, pues odiaba en sobremanera que las personas a su alrededor le dijeran cómo se sentía; aún si era cierto, no soportaba que decidiesen por él: nunca lo ha hecho.
—No lo estoy.
Y realmente no lo estaba, tan solo lucía triste, cansado y con ganas de irse, tirarse en su apetecible colchón y alimentarse de algún chocolate(I) mientras leía uno de sus adorados libros. Claro, su ceño y mueca no eran capaces de expresar aquello, dando como resultado falsas suposiciones.
—¿Y se puede saber por qué traes esa cara? —Y Nobara estaba consciente de lo infantil y poco maduro que actuaba Fushiguro en ocasiones...
No obstante, con mayor razón debía de preguntar sus problemáticas y apoyarlo en cualquiera que sean estas. Para eso estaban los amigos, ¿no?
—Porque así nací. —Sin embargo, no podía ayudar a alguien que no quería ser ayudado.
—¡¡Agh!! —Las manos de la chica, alzadas a orillas de su cabeza, se agitaron con crispocidad: ese niño la volvía loca.
Tras pasar unos cuantos salones, uno que otro club y la sala de enfermería, yacieron de nueva cuenta en el área especifica de casilleros, donde cada alumno cambiaba sus zapatillas cuando fuese necesario; y así lo hicieron ambos. Aún así, en cuanto Megumi estuvo listo, dejó las puertas principales de la institución para salir por el alto portón que ya se encontraba abierto.
Kugisaki, más que enfadada por la estúpida actitud de su amigo, le siguió a prisas, a penas pudiendo colocar su zapatilla izquierda.
—¿No esperarás a Itadori? —Fue hecha su pregunta, con más de una intención.
Su paso se detuvo rotundamente.
—¿Por qué tendría que hacerlo? —Manos protegidas por sus bolsillos, ceño agitado y fruncido, ojos resaltantes y un aura molesta...: esa era la imagen que Fushiguro Megumi irradiaba.
—Pues... porque siempre lo haces... —Rascó con sorna su mejilla— Además, ¿no lo invitaste para que comiera hoy en tu casa? —mencionó totalmente informada—Itadori me lo dijo —concluyó arbitrariamente y con agudeza, antes de que siquiera al otro se le ocurriese interrogarla.
La invitación.
Había olvidado por completo aquella cita (por llamarlo de alguna forma), que tenían su familia, Yūji y él; sinceramente, sus ánimos no daban para que lo recordase...
Suspirando y poco contento, si no es que nada, decidió a duras cuentas, esperar por el chico.
—En ese caso..., yo me retiro —contestó con un "mm", sin escuchar lo que decía en relación a una cita con su novia.
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ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪ
Lãng mạnTras reaparecer en un mundo completamente desconocido para él, Fushiguro Megumi enfrenta las consecuencias de haber muerto, confrontándose así a los nuevos acontecimientos de su actual mundo: ¿Kugisaki con vida? ¿Panda sin haber existido? ¿Toji haci...