ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ ᴅᴇᴄɪᴍᴏ ᴏᴄᴛᴀᴠᴏ: ᴀʟғᴀ

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Las vías cercanas a su distrito, rápidas y llenas de utilidad, les habían dejado lo máximo posible a cuadras por llegar a su hogar. Tan solo el caminar por unos cuantos minutos, sin complicaciones de por medio, era lo único que necesitarían para lograr su objetivo.

La luz solar que llegaba desde la distancia, en ese común y ya nada complejo retroceso de ocho minutos y pico, el cual astrónomos habían logrado determinar hace ya un tiempo, comenzaba a desaparecer, a dejar de postrarse por los alrededores, y a cambiar el día por la noche, siendo nada más y nada menos que la rotación de la Tierra, la responsable de aquel fenómeno natural. La luz de la Luna, yaciente frente al Sol, se disponía ahora a trabajar; su visión de ella fue tan clara, que de a poco su brillo parecía aturdir, porque, a diferencia de otras semanas, hoy era Luna llena.

Ante el maravilloso brillo de las pequeñillas estrellas que se asomaban con fuerza sobre los contaminados cielos que el Tokio de esa noche presentaba, el padre de los Fushiguro, cargaba con la fuerza de sus brazos el mandado que en base al proceso, pertenecía a la mencionada familia, haciendo, no su mayor esfuerzo —puesto que eran pesos ligeros (al menos para él y su fortalecido cuerpo)—, sino uno medianamente excesivo. Las compras iban desde la canasta básica y típica de una familia que residía en Japón, y Tokio, hasta aperitivos que él mismo disfrutaba, y que una ratilla de melena blanca, robaba.

Obviamente, su viaje al supermercado, no fue realizado por su sola presencia, al contrario, iba acompañado de uno de sus hijos, su hija, la única con la que no compartía un lazo de sangre, pero que amaba sin la necesidad de que lo fuera. Debido a ella, la comunicación con los comensales de la tienda no había recurrido a los golpes, lo cual solía suceder por su baja habilidad para socializar(I); tampoco había elegido productos erróneos, como las marcas de productos, o la confusión de los nombres de otros. Era un ama de casa en proceso; poco experimentado, pero con el fuerte deseo de autosuperación.

Tsumiki a su lado, cargaba con una linda, cuadrada y poco pesada, además de oscura, caja, contenedora de unos hermosos zapatos altos y de tacón, con nulo detalle en lo que respecta al cuerpo del calzado, y que sobresalían por su hermoso color, un café opaco ligeramente claro..., que Toji le había regalado.

Debido a que hacía días atrás, había sido un tanto dulce (así veía su propia acción), y hasta más que nada cursi, al ser responsable de haberle regalado a su hijo unos cuantos productos para el cuidado de su belleza —aseguraba era vanidoso—, había desencadenado una clara escena de atención por el ya mencionado azabache, en la que se comportaba como un verdadero padre, y decidía hacerle un obsequio a su hijo.

Estaba seguro de que Tsumiki, lejos de sentir celos, envidia, u otro negativo sentimiento, se alegraba con entera sinceridad por su victorioso acercamiento hacia al menor de los Fushiguro. No obstante, estaba en contra de sus políticas, el trato favoritivo, en al menos, con sus hijos.

Así que, considerando que su hija era una dulce señorita en la flor de su juventud, aprovechó para hacerle tal regalo. Y no lo confundan, no lo hizo con la intención de aplacar su remordimiento (que no tenía), al contrario, ni siquiera el mismo Toji recapacitaba con intensidad las razones por las que hacia aquel tipo de cosas; tan solo no quería que Tsumiki se sintiese desplazada.

Verla sonreír era más que suficiente para sí, para sus principios que fuertemente le exigían redimirse y para su ser, que de poco en poco, aceptaba su actual presente.

—Jo jo~, así que hoy será la noche... 

Desde la distancia, en un aproximado de dos cuadras por arribar a su morada, se notaba la presencia de al menos cuatro personas, que yacientes, aguardaban en lo que parecía una clara despedida. Preguntarse quienes eran aquellos seres, sería renuente, debido a que, por lo silencioso de las calles a esas horas de la noche, la cercanía y el oído inhumano de Toji, se podía deducir por las voces, que no eran nada más y nada menos, que la parejita que por lo general albergaba su hogar y que cuidaba como si de sus propios hijos se tratasen, acompañados de lo que parecía ser otra parejita más, a la que su memoria no logró reconocer.

ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora