ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ ᴛᴇʀᴄᴇʀᴏ: ғᴜsʜɪɢᴜʀᴏ ᴛᴏᴊɪ ᴘᴀʀᴛᴇ ᴜɴᴏ

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El coche del profesor Gojo era largo y bastante nuevo para el año, estaba limpio y sin ningún rayón: sin duda alguna un auto envidiable. Y al estar dentro de este, el aroma, tan fresco como la menta, podía percibirse con facilidad; pensó, se trataba de la fragancia que tenía dentro de sí, y no le dió mayor importancia. También era cómodo, y por supuesto, agradable para tomar una siesta.

En el transcurso, el hombre como era de esperarse no paró de hablar durante todo el trayecto; y así como hacía con el Gojo que conoció, le contestaba levemente. Mínimas frases que solo alargaban la plática; y no es que tuviese esa intención, pero tampoco quería que estuviese callado. Satoru sin hablar no era Satoru.

En menos de dos o cinco minutos llegaron al sitio que por pruebas y palabras de otros, era su hogar. Una alta casa de dos pisos, y mayormente blanca, con pocos adornos modernos y especialmente poco común; era lo que el nunca pudo llamar casa o vivienda, pero que por alguna razón aquí lo era.

Se paró, en frente de la puerta de madera, con las manos en los bolsillos y mirando fijamente está, como si esperase que se abriese por si sola.

—¿No piensas abrir? —La voz de quien le acompañó sonó detrás suyo.

—No traigo mis llaves. —Y supuso debía de tener algunas.

Y es cierto, lo más que llevaba el joven era el celular en su mano izquierda y el cargador que Itadori le prestó y que había olvidado regresar, en su bolsillo derecho.

—En fin... —Fue Satoru quien se acercó hasta el timbre y lo presionó.

Instantes después la puerta fue abierta; sorprendentemente por el hombre que conocía como Kenjaku, y que supo era el difunto mejor amigo de su profesor; tanto tiempo con aquel hombre, era suficiente y natural que supiese de él, aún así, el asombro por ver a Geto Suguru, fue más que notorio en su mueca.

Medían levemente lo mismo, siendo Gojo más alto y sus cabellos contrastaban bastante. Las ropas que utilizaban eran de distintos estampados, y podría decirse no combinaban entre sí; pero en fin, ambos tenían distintas actitudes.

—Megumi, hola. —Su saludo fue tan amable como sincero, y simplemente asintió en respuesta.

Claro, se veía sorprendido, pero Suguru no solía darle importancia a aquello; digámoslo así: Fushiguro no siempre tenía la mejor actitud.

—¿A mi no piensas saludarme...? —Alejandose del chico, Geto se acercó hasta un destrozado Gojo, quien exageradamente, se tocaba el pecho como si hubiese sido herido.

—Satoru, te veo todos los días, ¿cuál es el punto de saludarte cada uno de ellos?

—La respuesta es simple, porque tú y yo nos amamos —afirmó Gojo, tocando los pechos de ambos—. Y además, ya sabes cuál es el tipo de saludo que yo espero de ti; no quiero un "buenos días".

Los pies de Suguru se movieron, hasta dejarlo frente al albino; suspirando un poco, el aludido fue besado por los labios del otro. Un beso corto, dónde una lamida a sus bocas no estuvo de más.

Sin embargo a ojos de Fushiguro, aquello fue totalmente inesperado; tenía la vista completamente fija en ambos hombres, y la quijada algo abierta. Fue una sorpresa, una gran sorpresa.

Así, todas las piezas encajaron.

La manera en la que Gojo siempre le habló de Geto, era de cierta forma especial, pero nunca la asoció a un romance. Su asombro acabó en ese instante, en el instante en que notó lo enamorados que estaban.

Encorvó los hombros con incomodidad, y alejándose de los hombres que posiblemente continuaron con otras... cosas, el azabache pasó las puertas de madera, entrando de una vez a la gran casa. No dudaría en qué estaba nervioso, claro que no, pero aquello no era razón para volverse en sus pasos.

ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora