Arribante era la obscuridad de la noche que le alumbraba su camino. Sus suspiros soltantes debido a la felicidad, la pena y otro sentimiento más en relación a su alegría, eran dados; y aunque sus pasos, cálidos y simples, no eran ni rápidos ni lentos. "¿Llegaria entonces?" Era su usual pregunta, sin respuesta y sin necesidad de ser contestada.
Pronto, yacía de nueva cuenta, en la casa que a pesar de, ya no le costaba llamar morada, pudo haberse resistido con ímpetu, pero los hechos eran los hechos, y contra ellos no había mucho por hacer. Lo sucedido no debía de ser cambiado, ¿verdad?
Sus inquilinos —aunque llamarlos así no le era adecuado— aún ahora permanecían tumbados en el esponjoso sillón que llamaban como suyo. Como era de esperarse, se les acerco con tranquilidad, calmando un poco de sus nervios y de sus sentires vívidos, ocultó lo rojo de su nariz, y resaltó así el carmín de sus orejas; carraspeó su garganta y dijo:
—Buenas noches. —Como si realmente quisiera despedirse, se encontraba levemente apenado.
—Sí~. —El hombre, que también podía considerarse como su padre, sacó su palma de entre... ejem, los pantalones de su pareja y le despidió sin una pizca de discreción.
Tal parecía que había llegado en un personal y privado momento, puesto que no había nadie cercano a aquellos dos y claramente habían dado por hecho que estaban solos; más, probablemente por haber estado tan centrado en sus propios problemas, no logró darse cuenta.
Avergonzado, Geto tiró de su pareja, alejándolo por medio de su mejilla.
—Buenas noches, Megumi.
Y este, sin haberse dado cuenta siquiera, salió de la sala, con un solo rumbo: su habitación. A pesar de que los cuchicheos se hicieron escuchar, él no le dio mayor importancia, o mejor dicho, no le prestó interés.
Dentro del cuarto en el que ha estado durmiendo, se acostó por cuarta vez en este mundo. A pesar de sentir que había pasado tanto tiempo en el mencionado, la realidad era diferente; sus mismas sensaciones lo decían..., pues a pesar de todo, no era agobio ni mucho menos... era paz. Por primera vez en lo que tiene de vida, se ha sentido tranquilo, en calma, sin necesidad de pensar en el mañana.
Rio; leve y con sosedad. Debido a que en cierta forma le repugnaba sentirse tan feliz, tan dicho; como si de alguna manera, todo lo antes vivido, no hubiese tenido valor alguno.
Y entonces, un recuerdo de antaño, le acecho...
Aunque Megumi pareciese imparcial ante la opinión pública, siempre hubo algunas que sin duda, podían implantar esta en sí, otorgándole el pensar y la oportunidad de decidir. Por lo general, eran las personas más cercanas a su alrededor; y de entre ellos, había una clara prioridad: Itadori.
Un día, este, sin intenciones de molestarle, y con el simple impulso de detallar su belleza —razón que paso desapercibida por su parte—, comentó lo bellas que le eran sus pestañas..., claro, en palabras de este, fue algo por el estilo: "Fushiguro, aunque no lo pareciese, tus pupilas resaltan por tus pestañas, ¿verdad...? ¡Eso significa que son muy bellas!" Igualmente, Yūji no era el mejor para soltar un coqueteo ni mucho menos un halago, razón suficiente para otorgarle una perspectiva distinta de sus palabras a Megumi, quien en su indulgente juicio, lo tomó con simpleza. No obstante, a partir de entonces, el azabache, ha tomado en cuenta el comentario; y sí, de vez en cuando, pasaba por alguno que otro local y recibía sus tratamientos, o compraba uno que otro producto en relación al cuidado facial, consecuente al de las pestañas.
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ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪ
Lãng mạnTras reaparecer en un mundo completamente desconocido para él, Fushiguro Megumi enfrenta las consecuencias de haber muerto, confrontándose así a los nuevos acontecimientos de su actual mundo: ¿Kugisaki con vida? ¿Panda sin haber existido? ¿Toji haci...