ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ ᴅᴇᴄɪᴍᴏ ɴᴏᴠᴇɴᴏ: ᴏᴍᴇɢᴀ

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La polvorienta estancia, el sótano, que casi nunca era limpiado, a menos de que Tsumiki subiera y recapacitara en el orden que le faltaba, por lo general era permaneciente del modo ya expresado. Polvo por doquier, y otras partículas más permanecían estancadas, hasta que los intrusos las alborotaran.

No era reluciente de espacio, pero tampoco muy reducido. Su diseño era abstracto y, en pocas palabras, soso; nada inusual.

Las cajas, permanecientes, cuidadoras de artículos fuera de ser de uso diario, lograban darle a la pareja, un estado de intimidad. El gran espacio se encogía, y era asimismo, solo la permanencia de ellos mismos, y no la distracción de cualquier otro detonante.

Megumi, quien aún, sumido ante Morfeo, se mantenía calmo, en un estado de entero sueño, no daba indicios de pronto despertar; y el mismo silencio, junto a la compañía de un ser querido, adoptaban el ambiente necesario para no implicarle al chico despertar.

Itadori, quien en este punto se realzaba de intentar calmarse, podía vérsele estático, con cero intenciones de lograr cualquier movimiento.

Y es que su estado recaía en una sola razón: volvía a ser consciente. Su conciencia despertaba y la culpa acechante que, tras su violenta acción, le carcomía.

Mentalmente recayó en lo inútil que su ser se sentía. La impotencia y las secuelas de una adrenalina inconsciente, frecuentaban en su intento de calmarse. Pues aunque respirase, el miedo sentido, permanecía; escondido y listo para el ataque.

Y es que de hecho, nunca alardeo de su fuerza de voluntad, ni de la confianza que le tenía a esta y a sí mismo. Creía que podía controlarse; que no sería tan débil como para recaer en nulos y estúpidos deseos dominados por su instinto.

La fragilidad, mezclada con el deseo instintivo de posesividad, de poseer a su Omega, le asqueaba. Había mostrado una faceta detestable frente a la familia de Megumi. Por una vez, había conseguido un progreso; el padre del chico le había dado el "visto bueno", y la forma en que lo había desaprovechado, era de tal manera, que las palabras "arruinado" y "horrible", se quedaban cortas.

Lo peor del caso no fue deshonrarse, caer ante su instinto..., fue lastimar a los seres que tanto Fushiguro amaba... Eso había sido el mayor de todos sus colmos.

¿Qué clase de cara podría dar ahora que rompía con tanta facilidad, gran parte de sus principios?

Su frustración daba paso a sin fin de pensamientos, ya sea relacionados o no, con las pocas oportunidades que su cerebro veía, para arreglar su actual situación.

¿Una disculpa bastaría? Negó rápidamente.

Creía fielmente que, al disculparse, era porque hacías un adecuado compromiso contigo mismo, de que no volverías a cometer tal error, pues, de ahí a que se recurriera a la disculpa. Aún así, no por ello no pensaba disculparse; al contrario, lo haría y además comentaría su acción a la hora de hacerse responsable.

Sin embargo, su estrés dio paso a un suspiro, aún nada contento de su próxima desición.

Pues toda la confianza ganada en sí mismo se había volcado por completo. No había ni una sola razón por la que creyera en él mismo; ya no.

Podía parecer miserable, y hasta queriendo victimizarse; más, lo cierto es que era lo contrario. Se daba cuenta de su error, e intentaba buscar una forma de darle una solución a este; pero en su intento, la desconfianza y el miedo acechaban ante su presencia.

Estaba viviendo un momento de debilidad.

Y eso podía denotarse en los pliegues de su rostro; el cual, lleno de su creciente ironía, expresaba al pie de la letra el cómo se sentía. Su mueca, reluciente de una triste sonrisa, acompañada de la decadencia de sus párpados y cejas, en un hinchamiento propio de haber llorado, era la clara representación del arrepentimiento.

ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora