ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ ɴᴏᴠᴇɴᴏ: ғᴇsᴛᴇᴊᴏ

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Gojo Satoru, a pesar de no aleardear —demasiado— sobre el gran papel que tenía en su anterior mundo, siendo el equilibrio de este, el más fuerte y etc., no dejaba de ser humano; y el sitio en que ahora vivía era clara prueba de ello. Siendo profesor, debía de cumplir, al menos, cierto protocolo de lineamientos y deberes que se le indicaran; y dentro de ellos, el acumular carpetas y libretas en su escritorio no estaba establecido. Por tanto, en su máximo esplendor, como sentía era visto, pidió (rogó) a Megumi, le esperase hasta que adelantase lo máximo posible su acumulado trabajo. Claro que no le costó, no cuando el chico, mirandole como una cucaracha no le dió importancia a estar solo, tranquilo y posiblemente leyendo el adorado libro que hacía días Geto le había obsequiado: por supuesto que no.

No obstante, cuando sacaba el mentado regalo de los rincones obscuros en su bolso, la nota, tan clara que indicaba las acumuladas tareas que tenía pendientes, salió a relucir. Dedujo con rapidez quien había sido el responsable; puesto que solo una persona se atrevería a entremeter un absurdo papel justo en la página actual en la que leía el libro. "Hey, hey, Megumi, tu tarea, tu tarea; recuerda cuánta es. ¡Deja de estar perdiendo el tiempo!" Además, son contados los que usaban su nombre de pila, e igualmente se preocupan de sus estudios; entre los cuales Satoru y Tsumiki yacían, pero claro, su hermana no diría tan despreocupadamente en un trozo de papel sus responsabilidades. Por tanto, el responsable fue aquel alto hombre que ahora sufría de lo mismo que él.

No evitó molestarse. Apretujó entre sus dedos el blanquecino trozo de hoja y arrugó los extremos interiores de sus cejas y labios. Y tras suspirar, sacó unos cuantos apuntes y realizó otros más; seleccionó páginas, completo tareas y demás.

Pronto, Gojo salió, exhalando una audible queja, y sosteniendo sus cabellos entre los candados de sus dedos.

—Hora de irse, Megumi... —Recibió un simple "mm" como asentimiento, e instantes después el joven recogía sus pertenencias y las metía en el interior de su bolso-maletín.

Tras aquello, salieron de la institución y a paso tranquilo, caminaron por las solitarias calles que los llevaban hasta la morada de los Fushiguro, platicando y hablando sobre el mucho trabajo pendiente de ambos. Disfrutaron a su vez del silencioso y obscuro paisaje que la noche divisaba, pues pasadas las seis de la tarde ya eran.

Y antes de llegar a casa, quitar sus zapatos y entrar, dejando sus pertenencias en percheros o estantes, la luz del pasillo fue encendida, lo cual, en primera estancia, llamó su atención que estuviese apagada —más creyó que se debía a lo tarde que llegó—, y por otro lado, otorgándole una breve sorpresa, junto con un ajustamiento de sus pupilas. Tsumiki apareciendo como un resplandor, se posó frente suyo. Apenas la visualizó debido a la luz de la Luna entrante, que por detrás de sí, se inmiscuía.

—¿Cuál fue el resultado? —La chica, increíblemente emocionada, juntaba ambas manos suyas y las pegaba con rigor por sobre su pecho. Sus cabellos casi brillaban, y sus párpados, tan abiertos que le hicieron respingar, parecían que sacarían sus ojos.

Tragó con pesadez. El comportamiento tan inesperado de su hermana había podido con él.

—Omega —contestó, más incómodo que cualquier otra cosa. ¿Desde cuándo había tanto misterio en aquella casa?

Notó la seña que hizo (un pulgar hacia arriba), y con ello lo tomó del brazo, y se lo llevó unos pasos hasta pasar del pasillo de la entrada y estar en el grande cuarto que contenía la sala —más adelante el comedor y la cocina—.

Su mueca de asombro era clara, y así, fue espectador de las acciones de todos aquellos en la mesa; Geto sonriendo y saludando, Toji terminando de esparcir confeti, Tsumiki llevándolo y Gojo palmeandole un hombro: pero, además de ello, Kugusaki e Itadori riendo y festejando, más como si fuesen los anfitriones. ¿En qué momento pudieron planear aquello...?

ɪꜱᴇᴋᴀɪ | ɪᴛᴀꜰᴜꜱʜɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora