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XXVIII

Oliver acostumbraba a observar por la ventana de la habitación que compartía con Daniel.

No sabía bien qué era lo que tanto le llamaba la atención, pero le gustaba. A veces se decía que era porque había estado tanto tiempo encerrado en un cuarto oscuro, sin posibilidad de salir al patio aunque sea, que ahora el estar en libertad le hacía apreciar hasta lo más mínimo del exterior.

Los árboles en la lejanía rodeando todo, el cielo celeste con algunas esponjosas nubes, e incluso lo verde del césped en el gran terreno alrededor de la casa. Todo era simple y común, pero para él suponía un privilegio poder observarlo.

Todavía recordaba que una vez, una de las tantas en las que conversó con Daniel mientras este le hacía compañía en el cuarto de aislamiento, le confesó al menor sobre su deseo de salir y ver lo que había allí fuera. Daniel le respondió que algún día podría, y aunque él siempre supo que jamás iba a salir de ahí, aquella vez le creyó a su enfermero porque Dani desde el primer momento fue sincero y le prestó genuina atención.

Fue el único, porque todos los demás lo trataron igual de mal, como si Oliver fuera un animal que no merecía una segunda oportunidad. Llegó un punto que él mismo lo creyó, y fue cuando se entregó por completo a la ira y al odio que tenía dentro acumulado con los años de maltrato y soledad.

Cuando Daniel apareció por primera vez a verlo, diciéndole que sería su cuidador, Oliver fue grosero. Todavía recordaba que lo había insultado con odio, e incluso una vez, le contó que había agredido a una antigua enfermera; que la había golpeado cuando ella intentó medicarlo. De hecho, también le admitió que le mordió el brazo y arrancó un trozo como si fuera pan. Después de ahí, comenzaron a ponerle un bozal para que no intentara morder a nadie.

Esperó que Daniel se asustara y no quisiera verlo más, pero Oliver se quedó mudo cuando el chico regresó como si nada, alegando que mientras no le hiciera daño a él, no tenía razones para dejarlo solo.

Después de eso, sintió que lo habían anestesiado. De a poco dejó de tener la necesidad de agredir a los demás, de ser grosero y, principalmente, de provocarle miedo a Dani para que ya no lo viera. De hecho, fue todo lo contrario, porque descubrió lo mucho que le gustaba tenerlo con él.

Se volvió más hablador y menos agresivo; permitió que lo medicara sin resistirse, e incluso se mantuvo tranquilo cuando Daniel le sacó el bozal y la camisa de fuerza.

Se sentía tan tranquilo y cómodo, que su hermano pequeño comenzó a presentarse con más frecuencia, mientras que el otro observaba desde la oscuridad y también se acostumbraba a la presencia de Daniel. Llegó un punto en el que los tres estaban embelesados, atontados, como si hubieran recibido una increíble dosis de sedante. Sabían que no era eso porque ya no volvieron a recibir anestesia, solo era aquel chico gentil y cálido que apareció de la nada.

Hasta que Daniel desapareció de un momento a otro, sin aviso, y todo se vino abajo otra vez.

Oliver tenía recuerdos de cuando Nathan O’Connell le dijo que su enfermero había renunciado, y a partir de ahí todo era borroso porque volvieron a mantenerlo sedado la mayor parte del tiempo. Ya no apareció nadie más a cuidarlo, y lo dejaron en esa habitación oscura.

Entre la neblina mental, se recordaba llorando en un rincón, llamando a Daniel como si él fuera un niño perdido, asustado de todo y solo esperando que fuera a buscarlo.

Oli ya había pasado por eso en el pasado, y cuando vio que todo se volvía a repetir intentó calmarlos, a ambos, pero no funcionó.

Sentía que le habían arrancado el corazón, porque incluso si toda su vida había sido más de mente y racionalismo, tampoco le fue difícil saber que se había enamorado de su enfermero. Locamente.

Malvado | BL © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora