Capítulo II: El chico de la tienda de regalos

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“Lo sabrás en cuanto lo veas”, era en lo que Bibi se quedó pensando.

—¿Cómo que “en cuanto lo vea”? Debió ser más claro al respecto. Voy a quedar como una idiota si me equivoco de persona —reflexionó cuando iba camino a la tienda de regalos del parque donde el supuesto chico trabajaba. La verdad es que no había prestado mucha atención en esa parte, demasiado ensimismada pensando en las cervezas gratis que tendría durante todo un año.

Ni siquiera estaba segura de que el turno del chico fuera en la mañana, pero fue a eso de las 10:00 a. m. de todos modos. Al entrar, echó un vistazo rápido a la tienda: vendían playeras, peluches y todo tipo de mercancía relacionada al parque. Iba demasiado distraída e indiferente mientras caminaba por la tienda, hasta que sus ojos se encontraron casualmente con él. Como Bull había dicho, supo quién era su objetivo en cuanto lo vio.

Se trataba de un muchacho pálido y flacucho, con unas ojeras bastante marcadas y un lado de la cabeza rapado. Vestía una bufanda a rayas morada y blanca, pantalones y botas negras y un par de mitones morados. “Te tengo” pensó para sí misma acercándose con confianza.

—Bonita camisa, guapo —halagó una vez se acercó a él, notando que llevaba una camisa de una banda que le gustaba llamada Bad Randoms. Le dirigió una sonrisa coqueta mientras se arreglaba el cabello.

El chico se sobresaltó un poco, demasiado ocupado en acomodar mercancía hasta que esa voz lo sacó de sus pensamientos. Al mirar a la persona que le hablaba, inmediatamente el sonrojo se le subió a la cara. Era esa chica linda que veía de vez en cuando en el bar. Demasiado impresionado y sorprendido de verla ahí como para hablar, se quedó en silencio pensando cosas como “¿Qué hace ella aquí?” “Seguro es una coincidencia, ¿pero qué hago? ¿Qué le digo?” “¡Vamos Edgar, estás quedando como un idiota!” “Un momento, ¿me dijo guapo?”.

Bibi se quedó un poco extrañada de que el chico se quedara pasmado, pero siguió con su papel de chica coqueta.

—Tú eres... —dijo antes de ver la placa dorada que llevaba el chico en su uniforme, que era un chaleco rojo. En la placa se leía “Edgar”— ...Edgar... —continuó, terminando su frase—. Es un buen nombre —mintió, porque lo cierto era que le parecía un nombre muy común.

—Ah, s-sí, g-gracias... Así me llamo —respondió con bastante nerviosismo. Le hubiera gustado seguir la conversación, pero además de que las piernas le estaban temblando y con mucha dificultad podía articular algo, tenía que mantener una actitud profesional. Estaba en horario laboral, después de todo—. ¿P-puedo ayudarla en algo? —inquirió tratando de parecer confiado. En cualquier momento podía llegar su jefe y llamarle la atención si no mantenía la profesionalidad.

La pandillera, viendo que el chico trataba de mantener su rol de trabajador, pensó en una respuesta ingeniosa para poder seguir con el coqueteo. Inmediatamente se le ocurrió algo.

—De hecho, sí que puedes ayudarme en algo —ronroneó suavemente mientras se acercaba. El chico se tensó viendo que la muchacha se aproximó a él—. ¿A qué hora estás libre? Y, también dónde compraste tu camisa. Ah, y esta bufanda tampoco está nada mal —admitió mientras tomaba una punta de su bufanda y la frotaba suavemente entre sus dedos. Edgar simplemente observó su acción y luego sus ojos se cruzaron con los de la chica, quien lo miraba con una expresión coqueta y una sonrisa.

El muchacho inevitablemente se puso más rojo. Su pulso comenzaba a acelerarse y sentía que le faltaba el aire. Aunque estaba algo intimidado, de buena manera, por la presencia de la chica, trató de responder a su pregunta.

—A-a las 6:00 p. m... Cuando salgo de trabajar. Y, g-gracias... —contestó. Aunque estaba emocionado porque le preguntara cuándo está libre, no quería hacerse a ideas tan pronto. Aunque tampoco se le ocurría entonces por qué le preguntaría una cosa así.

—A las 6:00 p. m... —repitió confirmando la hora—. Pues paso por ti a esa hora, ¿qué tal? —invitó con una sonrisa. No esperó a que el chico respondiera cuando se dio la vuelta para salir de la tienda— Ah, por cierto —anunció deteniéndose un momento. Se giró otra vez para dirigirle la mirada—. Me llamo Vivianne, pero todos mis amigos me llaman Bibi —explicó para después guiñarle un ojo y salir de la tienda.

Edgar se había quedado ahí, atónito, todavía sin creerlo. La chica bonita y cool del bar, con la cual solo podía soñar que le hablaba, había llegado a la tienda y lo invitó a salir ese mismo día.

No se dio cuenta que su compañera lo había observado desde lejos, y en cuanto vio que la chica que estaba hablando con su amigo se fue, esta se acercó.

—¡Eeeeeeedgaaaaaar! —llamó con una sonrisa, pero el chico no le respondió. Al examinarlo más de cerca, no le notó nada raro, solo la mirada perdida— ¿Hola? ¿Hola? ¡Tierra llamando a Edgar! —dijo pasándole su manga holgada por la cara, que fue cuando finalmente reaccionó.

El chico parpadeó varias veces por el objeto que se movía ondulantemente por su cara. Al ver que se trataba de su compañera, suspiró con algo de fastidio.

—¿Qué pasó ahora, Colette? —respondió rodando los ojos. La verdad es que, más allá de que su compañera a veces lo ponía de los nervios, se molestó porque lo había interrumpido en medio de sus cavilaciones.

—¿Quién era esa chica? ¿Te guuuuusta, no es cierto? —interrogó en un tono burlón, a lo que Edgar inmediatamente se puso rojo de la pena.

—¡Claro que no! —negó, bastante avergonzado. La verdad es que nunca se lo había planteado.

—¡A mí no me engañas! —insistió su compañera— ¡Estás todo rojo!

—Ugh... Deja de molestar, Colette —dijo irritado mientras se tapaba la cara con la bufanda y se iba.

Colette simplemente sonrió de forma sagaz. Conocía a Edgar más de lo que le gustaría a este último admitir. Eran amigos después de todo, así que no importa cuánto lo negara, ella sabía que el peli-negro estaba enamorado de aquella chica.

Hace días que notó que estaba más distraído de lo usual, y no lograba averiguar por qué. Gracias a la visita de esa chica, por fin pudo saberlo. Después de todo, había visto cómo la chica frotó su bufanda, algo extremadamente raro, porque Edgar era demasiado cuidadoso con su bufanda y no dejaba que nadie la tocara. Eso ya lo decía todo.

—¡No te preocupes, Edgar, voy a ayudarte a que tú y esa chica terminen juntos! —expresó en voz alta, pero su compañero ya se había puesto los audífonos mientras seguía acomodando mercancía, pensando en la chica con la que saldría esa tarde.

How To Be A Heartbreaker (Bibi×Edgar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora