Capítulo XXIII: Cobarde

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No había mucho más que Bull pudiera hacer. Sin embargo, ya que Bibi estaba ignorando sus llamadas, el hombre se dirigió a casa de su amiga luego del trabajo. Habían pasado un par de días desde que fue a visitar al chico al hospital.

     El hombre mantenía su mirada al frente, totalmente seria, mientras conducía y los parabrisas se movían de forma monótona encima del cristal frente a su cara. Era un día lluvioso, no una lluvia ligera, pero tampoco una torrencial.

     Del estéreo de su auto salía una canción de heavy metal de los 90's: Fear Of The Dark de Iron Maiden, una de sus bandas favoritas. Usualmente la hubiera puesto a reventar, pero ese día estaba el volumen un poco más bajo. Trataba de pensar si tenía algo más que decirle a la peli-negra.

     Finalmente llegó, se estacionó, apagó el estéreo y bajó del auto. Tocó firmemente la puerta. No obtuvo respuesta, al menos no inmediata. Luego de tocar una segunda y tercera vez finalmente escuchó la puerta abrirse y vio un haz de luz salir. Eso era buena señal, al menos la chica ya encendía las luces de su casa y no vivía en la eterna penumbra como los primeros días que dejó de visitar a Edgar.

     —¿Me dejas pasar? —pidió mientras la chica se asomaba un poco. Al ver que era su amigo abrió más la puerta y se presentó. Tenía ojeras, se veía pálida y tenía el cabello hecho un desastre: el peinado estilizado hacia arriba que solía llevar, parecido al de un yakuza, ahora no era más que mechones de cabello negros que le caían en la mitad de la cara. Daba un poco de miedo. Luego, volvió a la sala, pero dejando la puerta abierta, invitando de una forma extraña y distante a su amigo a pasar.

     El mayor pasó y al dar unos pasos escuchó un crujido metálico bajo sus pies. Había latas de cerveza vacías o medio vacías regadas por todas partes. Miró a su amiga con decepción mientras ella se echaba en el sofá. Ya que no la había dejado emborracharse en el bar, la chica había decidido dejar de ir y hacerlo en su casa. Era lamentable ver cómo la pobre muchacha en sus veintes ya tenía alcoholismo.

     —Es suficiente. No voy a solo quedarme viendo como destruyes tu vida así —expresó decididamente dirigiéndose al refrigerador. Todo estaba lleno de cerveza y algunas sopas instantáneas. Tomó una bolsa negra de la cocina y vació todo el refri, incluidas las sopas. Bibi no decía nada porque poco le importaba: podía conseguir más luego.

     Después, el hombre se puso de pie frente a ella, que estaba desparramada en el sillón. La chica se limitó a alzar un poco la mirada.

     —Eres una cobarde —expresó secamente. La chica, que sorpresivamente esa vez estaba sobria y solo tenía una resaca terrible, de inmediato se sentó para encararlo.

     —Oye, si viniste a mi casa solo a insultarme y a vaciarme el refrigerador, ya te puedes largar.

     —¿Dije alguna mentira?

     —No soy cobarde.

     —Sí lo eres.

     La chica se levantó impulsivamente, pero Bull la volvió a sentar tomándola de los hombros.

     —No vamos a pelear. Tranquilízate —expresó seriamente mirándola. Ciertamente, ellos dos nunca se habían peleado hasta llegar a los golpes por el respeto que se tenían mutuamente, pero a Bibi le costó un poco contenerse. Si algo la irritaba en sobremanera era que la insultaran. Suspiró y se relajó un poco. A fin de cuentas ella tampoco quería pelear con él—. Por favor, escúchame, Bibi. No vas a resolver nada emborrachándote todos los días. Lo único que estás haciendo es arruinarte.

     La muchacha se quedó callada. Sabía que Bull tenía razón, pero la vida sin Edgar le era tan poco amena que no le importaba su nuevo estilo de vida.

How To Be A Heartbreaker (Bibi×Edgar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora