Capítulo VII: A las afueras de Retrópolis

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Vivianne condujo varios minutos. Antes de que Edgar pudiera darse cuenta, ya estaban conduciendo a las afueras de la ciudad. Luego de unos veinte minutos ya estaban en carretera. Edgar se limitó a mirar el paisaje sin hacer preguntas, aunque le intrigaba profundamente a dónde rayos estaban yendo.

     En algún punto Bibi se detuvo en una gasolinera.

     —Espérame aquí —indicó la chica luego de llenar el tanque de su vehículo. Entró a la tienda de la estación de gas y salió con un six-pack de latas de cerveza. Las puso en el baúl trasero del vehículo y se subió. No tuvo que decir palabra alguna para que el chico se subiera después.

     Condujeron un rato más, y Edgar se dio cuenta de que, poco a poco, la desolada carretera comenzaba a rodearse de vida silvestre. De pasar a estar rodeados de pastizales, el camino comenzó a colorearse de pastos verdes, hasta que finalmente estaban conduciendo por un camino rodeado de olmos, fresnos y álamos. Más adelante también se veían algunos pinos, que iban a perderse entre las zonas montañosas.

     Edgar se preguntaba qué tan lejos habían conducido. Habían pasado un par de horas, quizás poco más. En todo el viaje ambos estuvieron bastante callados. Bibi no hablaba y Edgar no se atrevía a decir palabra. Finalmente, Bibi detuvo su motocicleta a un lado de la carretera. Sacó el six de cervezas y en su lugar guardó el casco.

     —Aquí es —indicó. Edgar no entendía por qué, si simplemente estaban a media carretera. Sin embargo, Bibi no dijo ni una palabra más y simplemente saltó las vallas de contención. El chico estaba un poco preocupado, pero la siguió. Dieron unos cuantos pasos, hasta que se encontraron, finalmente, con un acantilado. Edgar sintió un poco de vértigo.

     —Mira al frente —dijo Bibi riéndose un poco del miedo del chico. Edgar le hizo caso, y, frente a él, se extendía el paisaje más hermoso que había visto. Las sierras se extendían por el norte y el sur, y en las del norte se alcanzaban a divisar algunos pinos de montaña. El sol se desvanecía por el poniente y el cielo comenzaba a pintarse de matices anaranjados y rojizos. En el centro del paisaje, se podía ver la carretera que habían recorrido, y su cambio gradual de pastizales áridos a arbustos y árboles verduzcos. De modo que también, a lo lejos, podían divisar la ciudad de Retrópolis.

     —Wow... —suspiró el chico mientras sus ojos reflejaban la luz del paisaje. Mientras tanto, Bibi había tomado asiento en el césped.

     —Fue lo mismo que dije la primera vez que vine —admitió con una ligera sonrisa. Al ver que su acompañante seguía deslumbrado, rió un poco— ¿Vas a quedarte ahí parado? —dijo invitándole a tomar asiento.

     —¡Oh! Ehm, perdón —expresó al escuchar las palabras de la chica y se sentó rápidamente al lado de su compañera en el césped, con las piernas cruzadas. Luego, escuchó cómo abría un par de latas de cerveza, y le ofreció una. La agarró sin pensarlo, y como le apenaba decir que no tomaba cerveza, simplemente la aceptó y le dio un pequeño trago. Hizo una mueca. El sabor amargo no era realmente de su agrado. Bibi en cambio la bebía con gusto.

     —Aquí es donde suelo venir cuando quiero estar un rato sola —comenzó a explicar—. Es tranquilo, pacífico, el aire es fresco. Es un buen descanso del bullicio y olor a gasolina de Retrópolis —dijo calmadamente.

     Sin embargo, su expresión decayó un poco. Si bien era cierto todo eso, también solía ir ahí cuando los temas de las pandillas y las peleas por los territorios la cansaban. Alejarse de la ciudad, tanto física como mentalmente, la hacía relajarse un rato. Sin embargo, tarde o temprano tenía que volver. No solía quedarse demasiado tiempo, y solía regresar a Retrópolis entrada la madrugada.

How To Be A Heartbreaker (Bibi×Edgar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora