CAPÍTULO 15: CALOR

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SABRIELLE

Nakaia me despertó al amanecer. Había logrado dormir al menos un par de horas seguidas. Mi vestido beige estaba lleno de hojas y tierra, y las flores blancas de mi cabello se habían perdido seguramente durante la persecución por la ciudad. Me deshice el peinado, y el pelo rubio me cayó formando ondas hasta la cadera. Me lo peiné con los dedos intentando desenredarlo un poco, mientras los trolls cinchaban a los caballos. Noté que Crilac me miraba, y pensé que iba a decirme algo, pero cuando me volví hacia él me esquivó, continuando con lo suyo.

Acomodándome la capa sobre los hombros (menos mal que tenía al menos eso para protegerme del frío), me incorporé y caminé hacia los caballos. Me sorprendió que ellos, los trolls, no se cubrieran con nada, era como si no sintieran el frío.

—Si no nos detenemos innecesariamente —me dijo Crilac, haciendo alusión a las veces que había tenido que pedirle el día anterior que me dejara bajar del caballo para ir a hacer pis—, llegaremos antes del mediodía.

—¿Y qué va a pasar conmigo cuando lleguemos?

—La reina tomará una decisión y convocará a tu padre y al rey de Érfensten para dialogar los términos que considere oportunos.

—¿Tu madre reina sola?

—Sí. Cuando la conozcas te darás cuenta de que no necesita a nadie más para hacerlo...

—¿Por qué lo dices?, ¿es muy estricta?

—A su manera. —Rodeó el caballo—. Vamos, cuanto antes salgamos antes llegaremos. Hace demasiado que me fui de casa y lo único que quiero es estar de vuelta.

Se acercó a mí y, como cada vez antes que esa, me sostuvo por la cintura y me alzó hasta la grupa del animal.

—¿Qué hacías del otro lado de la pared de mi celda? —me preguntó, montando delante de mí y haciendo que el caballo comenzara a andar.

—Viajamos por la boda de Adabrielle, mi hermana mayor. Como es tradición, fuimos invitados a pasar doce días en el reino del novio. A mí, eso de los banquetes, los bailes y las muchedumbres no me sienta muy bien, la verdad. Así que me escapo siempre que puedo. Prefiero salir a explorar y hablar a través de una pared con un prisionero que mantener conversaciones irrelevantes con alguna duquesa refinada.

Se rio, y me miró de reojo al contestar:

—La duquesa se desmayaría si se enterara de esto.

—Sí, seguro que sí. Ella y mis padres... —Respiré hondo, preocupada—. Mi madre debe de estar destrozada, eso sin contar que le he arruinado la boda a Adabrielle. ¿Y mi padre? Él jamás me lo perdonará.

—Dentro de poco sabrán de ti, que estás bien.

—Eso espero. Quiero estar pronto de vuelta en casa yo también...

Pero apenas dije aquello me di cuenta de que no era cierto. Ningún palacio o castillo lograría ofrecerme lo que aquel incidente ponía frente a mí: la posibilidad de vivir una aventura de verdad, algo real más allá de los libros y mi propia imaginación.

Aunque fuera la prisionera de aquellos trolls, la sensación de libertad que me recorría el pecho a medida que avanzábamos por los caminos de la montaña era más dulce que cualquier cosa que pudiera comprar con todo el oro de cualquier Corona.

Tal y como había dicho Crilac al partir, antes del mediodía comenzamos a ver estandartes con los colores de Drartés: en naranja y el negro. El desolado paisaje en la cima de las montañas estaba teñido de una belleza distinta a la del valle o el bosque, y no pude evitar sentirme maravillada por las vistas. Aunque he de reconocer que me costó acostumbrarme a la falta de oxígeno. Cuando le dije a Crilac que me sentía mareada me fulminó con la mirada, como si me culpara por ser humana, porque estoy segura de que era justamente eso lo que él pensaba.

La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los TrollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora