CAPÍTULO 38: FELICIDAD

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CRILAC

Me retiré de ella con la sensación del orgasmo todavía en la piel, y Sabi se acomodó apoyando la cabeza contra mi pecho. La rodeé con el brazo y, con la otra mano, retiré un mechón de su cabello para depositarle un beso en la frente.

—¿Estás bien?

—Sí. —Sonrió, y comenzó a recorrerme los abdominales con las yemas de los dedos, dibujando los contornos de cada músculo o cicatriz que encontraban a su paso—. Estoy feliz.

—¿Feliz?

Apoyé mi mano sobre la suya interrumpiendo la caricia. Entrelazó sus dedos con los míos. Los diamantes de lava parecieron brillar iluminados por el fuego del hogar.

—Sí. Y aunque no voy a negar que todo esto ha sido una completa locura: me alegro de haberte ayudado a escapar ese día.

Sonreí.

—Haces que ya no me sienta culpable por haberte secuestrado.

Se rio, y soltó mi mano para incorporarse de lado clavando en mis ojos una mirada de reclamo.

—Siempre vas a ser culpable de eso, casi me matas de un infarto cuatro veces en menos de cinco minutos...

—Cúlpame de lo que quieras. —Me encogí de hombros, y descendí la vista hasta sus pechos, que se asomaban bajo una cascada de cabello despeinado—. Yo opino que, que estés aquí conmigo, ahora, es suficiente hecho como para justificar cualquiera de mis decisiones, buenas o malas. Y aunque pudiera, no cambiaría ninguna. No te cambiaría por nada, Sabi.

Me incliné sobre ella haciéndola quedar de espaldas sobre el colchón, prisionera de mi cuerpo. Contuvo la respiración. Yo, en cambio, ya no pude contenerme. Le retiré el cabello y me llevé a la boca uno de sus pezones. Sabi jadeó, yo sonreí sin separarme de su piel.

—¿Te gusta?

Asintió en silencio, y volví a llevármelo a la boca, recorriendo la curva de su pecho con mi lengua mientras mi deseo de saborearla entera crecía.

—Te amo, Crilac.

Me detuve, preguntándome a mí mismo si había escuchado bien. Me erguí para poder mirarla a los ojos, y por el color de sus mejillas supe que sí.

La besé, un beso lento e intenso que hizo que me olvidara del resto del mundo. Al separarme de su boca no pude apartar mi mirada de ella, de sus labios, de esos ojos pardos que decían más que mil palabras. Sabi sonrió, y yo volví a besarla tragándome su sonrisa con la mía.

—Yo también te amo, Sabi. Mi reina.

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FIN

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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los TrollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora