SABRIELLE
Hacía una semana que había llegado al castillo de Érfensten y ya no sabía qué hacer para no aburrirme con conversaciones triviales y máscaras de etiqueta. Mi hermana mayor, la princesa Adabrielle, iba a casarse ese mismo fin de semana con el príncipe Rowann, heredero de la Corona de Érfensten. Los festejos de la boda real duraban doce largos días en los que mi madre me había prohibido esconderme a leer en la biblioteca. Esa era la razón por la cual había pasado toda la mañana huyendo de mis doncellas, y pensando qué podía hacer para entretenerme y escapar de la monotonía de las multitudes durante una nueva jornada.
Caminaba por los jardines del castillo cerca del acantilado que daba a la Garganta de la Diosa, una enorme grieta en el terreno que parecía tragarse los ríos que bajaban de la cordillera, desde el oeste. Era la primera vez que me alejaba tanto, por lo que me sorprendí al encontrar una especie de descenso semioculto entre las hiedras, que parecía conducir a otro saliente.
Me lo pensé un par de veces, pues la falda de mi vestido, aunque liviana, era la peor vestimenta posible para aceptar aquel reto. Pero la curiosidad me ganó, como siempre, y no fui capaz de negarme a la posibilidad de vivir una aventura de verdad. Respiré hondo y, con determinación, comencé a descender asiéndome de las rocas con más fuerza de la necesaria, mientras me esforzaba por no pisar en falso. Hasta que estuve lo suficientemente cerca como para dejarme caer, y salté.
En realidad, estaba más alto de lo que pensaba, y casi pierdo el equilibrio al llegar al suelo. Pero mis reflejos fueron mejores que mis cálculos, y pude mantenerme en pie sin torcerme un tobillo. Retomando la postura, me acomodé las faldas del vestido y la chalina sobre los hombros. Miré hacia arriba con el ceño fruncido (gesto que mi madre desaprobaría), intentando calcular si sería capaz de trepar de vuelta al castillo. Por mi bien, esperaba que sí.
«Deberías haberlo pensado antes, Sabrielle...», me reprendí.
De cualquier manera, ya estaba allí, y antes de pensar en cómo volver me rendí una vez más ante el impulso de seguir explorando.
Avancé por el saliente en la única dirección posible. Al girar hacia la Garganta de la Diosa vi cómo se ensanchaba hasta formar una pequeña plataforma de roca. Finalizaba en una construcción de piedra que parecía incrustarse en el acantilado. Parte de ella había sido derribada hacía años por un proyectil, seguramente durante la guerra contra Drartés.
Me acerqué y, con cuidado, esquivé los escombros para entrar en lo que parecía el suelo de una antigua celda derruida. Miré hacia la puerta, en la pared que daba a la ladera; estaba sellada del otro lado con piedra. Hacia el saliente, continuando sobre el precipicio, había otra pared intacta superviviente a la guerra y al paso de los años. Mis ojos se abrieron aún más al descubrir un pequeño ventanuco cruzado por barrotes oxidados, en la parte más alta. Mi corazón comenzó a latir más fuerte.
Esforzándome por no hacer ruido, anudé la falda de mi vestido y me acerqué. Me subí a unos bloques de piedra, que parecían capaces de soportar mi peso sin venirse abajo, para poder alcanzar el ventanuco. Lentamente, me asomé. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la oscuridad, pues la única luz que ingresaba a la celda provenía de esa misma abertura. Entonces pude distinguir algo: unas gastadas botas de cuero oscuro, o más precisamente: las piernas estiradas de alguien que estaba sentado en el suelo con la espalda contra la pared, justo del otro lado.
—¿Quién eres y a qué has venido?
Su voz sonó áspera y yo me asusté, escondiéndome hacia abajo al instante. Aferrada a mi chalina, respiré hondo un par de veces intentando tranquilizarme.
«Tranquila, es solo una voz. De alguien, de una persona. Si esto es una celda, ese debe ser un prisionero».
Y yo no podía revelarle que era Sabrielle, la segunda princesa de Vilen Saem.
—Soy Sabi, hija de una de las cocineras de la corte de Vilen Saem.
—Hueles a flores, no a comida.
Me llevé una mano a la boca, sorprendida, y miré hacia el ventanuco como si fuera él mi interlocutor. ¿Cómo era capaz de olerme desde allí adentro, y con tanta precisión?
—Eso es porque yo no trabajo en la cocina... Me encargo de los arreglos florales de la boda real. ¿Y tú, quién eres?
—Me llamo Crilac.
—¿Eres un prisionero de Érfensten?
—Érfensten... —repitió, haciendo que su voz arañara el aire en cada consonante—. Maldito reino humano. Malditos humanos.
«¿Cómo? ¿Acaso no es humano también? —Mi corazón se aceleró—. Entonces...».
—¿Eres un elfo?
No respondió. Escuché el sonido de cadenas contra la piedra, y me estremecí de solo imaginar la sensación de unos fríos y duros grilletes contra la piel de mis propias muñecas. Estaba por volver a preguntarle, ansiosa por descubrir la identidad de aquel misterioso prisionero, cuando el chirrido del pestillo y la puerta de la celda al abrirse hicieron que me sobresaltara, apretando mis dedos sobre la suave tela de la chalina arrugándola.
—¿Con quién hablas, bestia? —dijo una voz, que supuse pertenecía a alguno de los guardias—. ¿O es que el encierro te ha vuelto loco?
Escuché un gruñido de rabia en respuesta, como si efectivamente se tratase de una bestia, y más sonido de cadenas seguido de un fuerte golpe que hizo que me encogiera sobre mí misma.
—Te voy a arrancar los intestinos por la boca, miserable humano.
El guardia se rio.
—Tú no vas a hacerme nada, ni a mí, ni a nadie. Y ahora déjate de amenazas y presta atención, tienes visita.
Acuclillada del otro lado de la pared yo no podía creer lo que estaba sucediendo. Era como si me encontrara en un sueño o dentro de la desafortunada aventura de una novela. Estaba asustada y emocionada a partes iguales, y mi corazón latía tan fuerte que temí que pudieran escucharlo también.
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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los Trolls
Romance¡EN FÍSICO 2025! ☆☆☆☆☆ Durante las celebraciones de la boda de su hermana mayor en Érfensten, la princesa Sabrielle de Vilen Saem encuentra una celda oculta más allá de los jardines del castillo. Lo que ella no imagina es que el prisionero que le h...