CAPÍTULO 3: TROLLS

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SABRIELLE

Era un troll. No un elfo, un troll. Y ellos nunca bajaban de las montañas, mucho menos luego de la firma del tratado. Que hubiera un troll prisionero en Érfensten significaba que alguno de los dos reinos lo había quebrado.

¿Qué se suponía que debía hacer con aquella información? ¿Y por qué no estaban enterados aún los demás reinos? Pensé que quizás ya lo sabían, solo que no habían dicho nada por motivo de la boda. Pero, ¿y Drartés? ¿Por qué no había atacado? ¿Aún no sabían que uno de los suyos estaba siendo torturado?

Esa era la única razón que se me ocurría para que los trolls no hubieran bajado todavía de las montañas, y que no se hablara de ello entre la nobleza. Aunque era posible que tampoco los demás reinos humanos fueran conocedores del hecho, y que Érfensten estuviera actuando a sus espaldas.

¿Debía decírselo a mis padres? Ese era otro interrogante difícil de responder, y posiblemente el más complejo de todos. Si se lo decía y ya lo sabían, me castigarían hasta el día de mi propio matrimonio encerrada en una torre. Si no lo sabían, me castigarían de todas formas, y Vilen Saem tomaría represalias contra Érfensten cancelando la boda de mi hermana.

Adabrielle amaba a Rowann. No podía hacerle eso.

Pero si efectivamente, Drartés o Érfensten habían roto el tratado, la guerra entre humanos y trolls sería inminente. Y eso era mucho más importante que una boda.

Decidí que lo primero que debía hacer era investigar. Pese a la prohibición de mi madre y a las quejas de mis doncellas, me colé en la biblioteca del castillo, donde había una enorme cantidad de libros de historia con información e ilustraciones de cada época y lugar de Vaélindam. Fingiendo que elegía libros de novelas, cogí algunos sobre Drartés y sus trolls, y regresé a mi habitación.

Aquella noche me quedé hasta tarde leyendo en la cama a la luz del candil. Como segunda princesa, había recibido instrucción sobre la historia de cada territorio, sus especies y sociedades. Pero no recordaba haber leído demasiado acerca de los trolls. Sabía que vivían en las montañas y ocupaban los valles del otro lado de la cordillera, en Drartés. Extraían los metales de sus minas y forjaban las armas más preciadas de todo Vaélindam. Pero además, contaban con el ejército más destructivo y temido de todo el continente.

Desde la firma del tratado que había terminado con la Guerra de los Ochenta Años, entre Drartés y Érfensten, tanto trolls como humanos evitaban cruzar la cordillera, por lo que era sumamente inusual verlos fuera de su reino. Tanto, que muchos de los que habíamos nacido después de la firma no habíamos visto nunca uno.

Pero acababa de encontrar un troll encerrado en las mazmorras de Érfensten. Cada vez que pensaba en ello, mi corazón se aceleraba por los nervios. Ahora que había encontrado una aventura de la cual ser parte, ya no estaba tan segura de que resultara emocionante. Y mucho menos luego de escuchar cómo torturaban al troll. No había sido capaz de dejar de pensar en él en todo el día.

Me concentré en mi lectura, eligiendo uno de los libros que había desplegado frente a mí encima de la cama. Tenía que aprender más sobre su especie.

Leí que los trolls eran temibles, más grandes que los humanos. Su piel variaba del verde al gris y del naranja al marrón oscuro, y se pintaban el cuerpo con dibujos y tatuajes de sus clanes. Tanto hombres como mujeres solían llevar el pelo largo trenzado o en forma de crestas, de tonos combinados. Tenían cuatro colmillos aguzados, y sus orejas terminadas en punta eran más gachas que las de los elfos.

De las siete razas, eran los más resistentes y los que mejor toleraban el dolor. También los más fuertes, menos pacientes y más agresivos, combinación que solía resultar destructiva.

A medida que estudiaba, más crecían mi curiosidad y el nerviosismo que me aceleraba el corazón. ¿Qué podía ser tan importante saber, como para que Érfensten se arriesgara a mantener un troll cautivo? Y digo "arriesgara", porque aunque desde la firma del tratado por la Guerra de los Ochenta Años, Drartés había mantenido la paz con los reinos humanos, el deseo de venganza era algo que los trolls llevaban en la sangre. Y estaba segura de que si descubrían prisionero a uno de los suyos, atacarían Érfensten sin dudar.

Necesitaba saber más. Necesitaba respuestas, y eso significaba que volvería a escuchar la voz de Crilac del otro lado de la pared.

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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los TrollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora