SABRIELLE
Le dije a Crilac que volvería. Lo habría hecho de todas formas, aunque no me lo hubiera pedido. Pero que lo hubiera hecho, de alguna manera, cambiaba un poquito algunas cosas... Hacía que supiera que me estaba esperando, y yo, por más absurdo o inapropiado que pudiera resultar, llevaba todo el día esperando el momento de regresar con él.
Había tenido la noche entera para pensar, pues casi no había podido dormir con tantos planteamientos en mi cabeza. De hecho, había pensado hasta el hartazgo, animándome cada vez que se me ocurría una idea sobre cómo bajar a las mazmorras sin ser vista, y desesperando instantes después al darme cuenta de lo mal que podían salir las cosas. Pero recordar su voz, tan calma pese a sus desafortunadas circunstancias, tan... fuerte, hacía que yo también quisiera mantenerme así de calma, así de fuerte, pese a en el fondo estar igual de desesperada.
Aunque he de reconocer que, en mi interior, había algo más que desesperación. Había empezado como una sensación de cosquilleo en el estómago, unos nervios distintos a los del miedo a ser descubierta, que en vez de hacerme sentir incómoda me animaba a seguir adelante. Y no tardé en identificar lo que era: entusiasmo. Pues aquella era, sin duda, la única oportunidad que tendría de vivir algo emocionante, de hacer otra cosa que no fuera bordar, bailar, leer, y cosas de esas obligatorias para las princesas.
Además, ya tenía suficiente edad como para casarme, y el matrimonio de mi hermana mayor implicaba que el siguiente sería el mío. Al igual que a Adabrielle, me prometerían a un príncipe. Si ya ahora me sentía controlada siendo la segunda hija de un rey, imaginar cómo sería mi prisión como esposa de otro me abrumaba. Por eso deseaba tan fervientemente vivir una aventura, algo que me sacara de la monotonía preestablecida de mi propia vida.
Ese entusiasmo había ganado terreno, poco a poco, en un enfrentamiento directo contra mi desesperanza, ayudándome a creer que era capaz de hacer lo que tenía que hacer: liberar al troll y así evitar una guerra innecesaria.
Esta vez elegí un recipiente donde cabía una ración más grande, y cogí de mi tocador un vial con un jarabe medicinal para aliviar el dolor. Procurando no ser vista por mis doncellas, envolví todo en uno de mis paños y lo oculté bajo el pañuelo bordado que llevaba a modo de chal. Me acomodé el cabello rubio hacia adelante, que era lo suficientemente largo como para cubrir mi carga, y salí a los jardines rumbo a mi visita clandestina.
Llegué al saliente sobre la Garganta de la Diosa en pocos minutos. Estaba sorteando los primeros bloques de roca para alcanzar la pared de la celda, cuando vi una urraca negra que salía volando desde el ventanuco. Me pareció que llevaba algo en sus patitas, pero no pude estar segura.
«¿Será esa su manera de enviar mensajes? —me pregunté—. Entonces Crilac no mentía, Drartés sí sabe dónde está».
En silencio, terminé de trepar y me senté de espaldas a la pared bajo el ventanuco, intentando imaginar qué historia sería la que había llevado a Crilac a encontrarse en aquellas circunstancias. ¿De qué se trataba la información que protegía con su sufrimiento y su vida? ¿Cómo lo habían capturado? Imaginé que un troll sería alguien difícil de derribar...
—Esperarte se me ha hecho eterno.
Su voz hizo que me sobresaltara, recordándome que el olfato de los trolls era mucho mejor que el de los humanos. Seguramente me había olido nada más llegar, pero no había dicho nada.
—Lo siento, no pude venir antes. ¿Estás bien? Espero que no hayan sido crueles contigo...
—Estoy bien —contestó con voz áspera—. Y estaré mejor cuando haya comido.
—¿No te dan nada ahí dentro? —Me puse de pie, retirando el cuenco envuelto de debajo de mi pañuelo bordado.
—Algunos días sí, otros días no. Intentan dejarme sin fuerzas, quebrar la voluntad que me queda.
—¿Y por qué no puedes decirles alguna otra cosa distinta a la verdad, para que dejen de torturarte?
Escuché su risa, corta y grave, y el ruido que hicieron las cadenas al acercarse a la pared desde dentro de su celda.
—Porque no me creerían, y si lo hicieran, me matarían después.
—¿A mí tampoco me lo vas a decir, no?
—No. Si lo supieras, tendría que matarte también.
—¡Oh, por la Diosa, no!
Volvió a reírse, y entonces vi cómo sacaba una de sus manos hacia afuera entre los gruesos barrotes del ventanuco. El grillete chocó contra uno de ellos, produciendo un ruido metálico que hizo que me estremeciera. Por eso, y por la sangre que manchaba la piel tatuada del troll. A diferencia del día anterior, había partes donde aún estaba fresca.
—¿Seguro que estás bien?
—No, estoy por morirme de hambre. —Extendió los dedos enfatizando su petición—. ¿Vas a hacerme suplicar por mi vida, o me das de una vez lo que me has traído?
—¿Vas a devolverme el cuenco luego?
—Sí, te lo devolveré.
—¿Y responderás más preguntas?
—Todas las que quieras, mientras coma.
—De acuerdo, me parece justo. Toma, es jabalí. —Deposité el cuenco con el paño sobre su palma y Crilac retiró la mano hacia adentro de la celda—. Y también hay un vial con medicina para el dolor. Es de cristal, así que ten cuidado de que no se golpee porque podría romperse con facilidad.
—No hacía falta que me trajeras eso.
—¿No estás herido? —Volví a sentarme bajo el ventanuco, apoyando la cabeza en la pared y mirando hacia arriba.
—Lo estoy, pero no necesito medicinas de humanos.
—¿De nuevo piensas que intento envenenarte?
—No.
—Entonces bébelo, te hará sentir mejor. Además, no es de humanos, es una poción fae.
—Está bien, lo haré.
—¿Ya puedo empezar a preguntar? —solté, sin ser capaz de contenerme un solo segundo más, tan nerviosa como emocionada.
—Sí. ¿Qué quieres saber?
—¿Cómo te capturaron?
Se quedó callado, y aunque fueron solo unos segundos, temí que no fuera a contestar.
—Eres demasiado curiosa.
—Lo sé, me lo dicen a menudo.
—¿Por qué quieres saber cómo me capturaron?
—Solo es algo que me pregunto, porque imagino que no debió de ser tarea fácil.
Volvió a tomarse su tiempo para responder, mientras yo apretujaba la falda de mi vestido entre los dedos, ansiosa por saber la respuesta.
—Me entregué, no luché contra la guardia.
—¿De veras? ¿Dejaste que te atraparan sin resistirte? —Me retiré de la pared para sentarme de lado, alisando mi vestido sin dejar de mirar el ventanuco.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Bajé de las montañas tras Houbain con órdenes de la reina Achkal. Debía averiguar a quién pretendía vender la información, y matarlo antes de que pudiera abrir la boca. Cuando descubrí que se trataba de la Guardia de Érfensten, no pude hacer más que asesinar a Houbain y entregarme.
—Pero, ¿por qué?
—Porque si los hubiera atacado, si un troll hubiera matado a un guardia de Érfensten en territorio humano, habría sido una declaración de guerra instantánea.
«Se entregó para evitar la guerra entre ambos reinos —comprendí—. ¿Significa eso que puedo confiar en él?».
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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los Trolls
Romance¡EN FÍSICO 2025! ☆☆☆☆☆ Durante las celebraciones de la boda de su hermana mayor en Érfensten, la princesa Sabrielle de Vilen Saem encuentra una celda oculta más allá de los jardines del castillo. Lo que ella no imagina es que el prisionero que le h...