SABRIELLE
Cuando me desperté Crilac ya se había levantado. Encontrarme sola hizo que el frío me invadiera de repente, pese a las ascuas que aún ardían en el hogar.
Me puse la ropa y salí de la casa rumbo al salón real, donde encontré a Kadar y Nakaia en una de las mesas de madera, pero no a Crilac. Aunque pude escuchar su voz, discutía en privado con la reina Achkal.
—¿Qué sucede? —le pregunté a la troll, yendo a sentarme a su lado.
—La reina está reprendiendo a su hijo por lo que hizo ayer, y por lo visto, el príncipe también tiene cosas que decir al respecto.
—Pienso que a veces es demasiado dura con él...
—Es la reina de los trolls, y su madre —puntualizó Kadar, sentado al otro lado de la mesa con la cabeza apoyada de lado sobre sus brazos cruzados.
—¿Y tú, princesa? Creo que la que está siendo dura con él eres tú, no la reina...
—¿Qué? —pregunté sin comprender—. ¿A qué te refieres?
—¿Has dejado que te toque? ¿Que te bese? ¿Algo?
A medida que iba enumerando sus preguntas, los recuerdos de nuestras noches juntos desfilaron en mi mente haciendo que me sonrojara. Kadar se rio al notarlo.
—¿Nada? ¿Ni un dedito?
—¡Nakaia! —grité, escandalizada.
—Pero... —Su risa y la de Kadar resonaron en el salón—. ¡Pero si no me refería a eso! Sino a que si no te ha tocado aunque sea con un dedo... ¡Sois unos mal pensados!
—¡¿Nosotros?! ¡Pero si eres tú la que ha preguntado sobre eso!
—O sea que entonces nada, que es por eso...
—¿Por eso qué? ¿Puedes ser más clara, por favor?
—Que el príncipe cree que no te gusta —contestó Kadar en su lugar, levantando la cabeza—. Que hayas pasado tres noches en su cama y no lo hayas dejado tocarte es lo mismo que decirle que no lo quieres.
—Eso, nada mejor que un hombre para explicar pensamientos de hombres —zanjó Nakaia, clavando sus ojos en mí y regalándome una sonrisa con sus colmillos al descubierto.
—¿Por eso reaccionó así ayer?
«¿Porque cree que no lo... quiero?».
Kadar asintió, y yo me puse de pie. Me di la vuelta y, con sus miradas clavadas en mi espalda, caminé hacia el final del salón, hasta la puerta tras la que se encontraban Crilac y la reina. Dudé por un instante, pero finalmente me decidí y, respirando hondo, entré a la sala sin llamar primero. Ambos detuvieron su discusión y se giraron para mirarme.
—Siento interrumpir, reina Achkal, príncipe Crilac, pero es por un asunto importante. ¿Crilac, podemos hablar?
Los ojos del troll se abrieron aún más, y la preocupación tiñó sus iris anaranjados robándoles el brillo.
—Hablaréis, princesa —contestó su madre acercándose hasta mí, y con una mano sobre mi espalda comenzó a conducirme de vuelta hacia el salón real—, pero debes esperar. Hoy no podéis veros hasta el atardecer, es parte de la prueba.
Crilac no había mencionado eso, pero tuve que aceptarlo. Sin siquiera darme tiempo a mirar atrás, la reina me sacó de la sala y cerró la puerta a mis espaldas.
La impaciencia me carcomía por dentro y el nerviosismo crecía a cada hora que pasaba. Una vez más me encontraba luchando contra el lento paso del tiempo, a la espera de poder hablar con el príncipe. Aunque, si lo pensaba bien, lo cierto es que no sabía qué iba a decirle.
Ya había atardecido cuando dio inicio la cuarta prueba. Entré en una construcción circular de piedra, con el suelo cubierto de arena. El techo era de madera y tenía forma de cono, pero en vez de vértice había un orificio en el centro por donde escapaba el humo del fuego que crepitaba abajo, frente a Crilac. Él estaba arrodillado sobre sus pies, y alzó la cabeza para mirarme. Parecía nervioso también, aunque estaba segura de que lo ocultaba mucho mejor que yo. Como no sabía qué hacer con mis manos, no dejaba de juguetear con el anillo en mi dedo. Él lo notó y, con un gesto, me indicó que me acercara.
—Ven, siéntate, en esta prueba seremos solo tú y yo.
Le hice caso y, al acercarme, pude ver que tenía una pipa con una hierba de color gris en un pequeño recipiente de madera.
—¿Qué debo hacer?
—Solo tienes que preguntarme lo que quieras saber y te responderé con la verdad —contestó, mientras metía unas hojitas de aquella hierba en la pipa—. El efecto dura solo quince minutos desde que inicia, por lo que ese es el tiempo que tienes para averiguar lo que quieras sobre mí.
Aunque decidido, no parecía muy convencido. Desde que había entrado sus ojos esquivaban los míos, y yo estaba cada vez más confundida.
«¿Será cierto lo que dijo Kadar, o son solo suposiciones suyas? Paciencia, Sabrielle, estás a punto de averiguarlo...».
En silencio, vi cómo retiraba una ramita del fuego y, con la punta incandescente, encendía la pipa aspirando del otro lado, para luego soltar el humo hacia arriba. Dio otra calada, esta vez más profunda.
El brillo de las llamas reflejaba destellos cobrizos sobre la piel del troll, y hacía que cada músculo de su cuerpo fuera aún más evidente. Mis ojos siguieron el recorrido de los tatuajes de sus costados hasta su abdomen, y más abajo, donde una línea de vello parecía indicar el camino directo desde su ombligo a su masculinidad.
Al alzar la mirada, ví cómo soltaba el humo una última vez y dejaba luego la pipa, aún encendida, a un lado sobre la arena.
Sin pensarlo dos veces, la cogí y fumé, atragantándome con el humo primero, pero pudiendo hacerlo mejor después. Crilac intentó detenerme, pero me giré para que no pudiera sacarme la pipa, decidida.
—¡Tú no tienes que fumar, Sabi!
—Ya lo sé, pero quiero hacerlo. Quiero que hablemos, Crilac, y que tú también puedas confiar en que estaré siéndote sincera.
Miré a mi alrededor y comencé a ver líneas de colores, y puntos, como los tatuajes de Crilac pero sobre la arena y las rocas, incluso dentro del fuego. Había colores que no creía haber visto nunca.
—Wow, no sabía que podía hacer esto también.
—Eso y un par de cosas más... No deberías haber fumado, princesa. —Suspiró, dándose por vencido, mientras yo seguía distrayéndome con las líneas de colores—. Estás viendo la energía que nace de la montaña y que nos rodea. Pero céntrate en mí, y dime, ¿qué quieres saber?
Su pregunta fue, aunque sin quererlo, la primera pregunta, y yo no tuve más opción que decir:
—Quiero saber lo que sientes por mí. ¿Tú...? ¿Es todo parte de tu actuación o...? —Las palabras se me atascaban en la garganta—. ¿O me quieres de verdad?
Sonrió, y sus colmillos parecieron relucir con el resplandor de las llamas. Yo me quedé mirándolo, más nerviosa a cada segundo que él alargaba el silencio. Estiró su mano para coger la mía, y me acarició la palma con las yemas de los dedos, con suavidad. Pude ver cómo su energía se conectaba con la mía allí donde me tocaba, como si los dos y la montaña fuéramos lo mismo.
—No estoy seguro de haber actuado en ningún momento —respondió, haciendo que mis ojos se encontraran con los suyos de inmediato y mi corazón latiera con más fuerza—. Y lo cierto es que quiero esto, porque te quiero a ti, Sabi. Quiero casarme contigo, y quiero...
No lo dejé terminar. Mis labios inexpertos se encontraron con los suyos tragándose sus palabras, y cerré los ojos mientras sentía que el corazón me iba a estallar. Él correspondió a mi beso, y se inclinó hacia mí rodeándome con un brazo por la cintura para atraerme aún más hacia él. Yo jadeé contra su boca al sentirlo tan cerca, tan rápido, y él me besó con más ansias, recorriendo mi lengua con la suya mientras mi cuerpo se estremecía entre sus brazos, deseoso de más. Y sabía que él me daría más, todo lo que yo le pidiera. Su voz se repitió en mi memoria:
«"Quiero dártelo todo"».
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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los Trolls
Romantizm¡EN FÍSICO 2025! ☆☆☆☆☆ Durante las celebraciones de la boda de su hermana mayor en Érfensten, la princesa Sabrielle de Vilen Saem encuentra una celda oculta más allá de los jardines del castillo. Lo que ella no imagina es que el prisionero que le h...