CAPÍTULO 28: IMAGINACIÓN

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CRILAC

Al igual que la noche anterior, cuando regresé del manantial la ropa de Sabi estaba en el suelo frente a la puerta, junto a la mía. Eso me gustaba demasiado, saber que ella estaba dentro, en mi cama, desnuda. Respiré hondo, tan complacido como conflictuado, pues sabía que me iba a costar mantener mis deseos a raya.

Abrí la puerta y entré. Sabi, envuelta en una de las mantas, miraba por la ventana, lo que es lo mismo que decir "a cualquier otro sitio que no fuera mi cuerpo desnudo". Caminé hasta la cama. Noté cómo apretaba los dedos contra los pliegues de la manta, aún sin mirarme.

—Levántate, déjame llevar todo esto más cerca del fuego, ¿quieres?

—Sí, claro. —Se puso de pie sosteniendo la manta a su alrededor, haciendo todo lo posible por no bajar la mirada y ver más de mí de lo apropiado para una princesa humana—. ¿Te ayudo?

—No hace falta.

Llevé el colchón más cerca del calor de las llamas. Ella volvió a acomodarse encima, dándome la espalda a medias. Yo me senté a su lado y cubrí mi entrepierna con otra manta

—Ya está, ya puedes mirarme tranquila, no vas a ver más de la cuenta.

Se giró y soltó un suspiro antes de responder:

—No más de la cuenta tratándose de un troll. Hacéis que parezca que no os gusta la ropa...

Me reí.

—En cambio tú, te empeñas en esconderte detrás de esa manta, lo que hace que cada segundo que pasa la odie más. En estos momentos tengo ganas de romperla, o de tirarla al fuego. O ambas cosas...

—Crilcac, por favor, ni se te ocurra.

—¿Me crees capaz?

—Sí, creo que serías muy capaz.

Lo era, y de veras lo deseaba.

—Pero no voy a hacerlo. Solo quería hacerte notar que podría haberlo hecho.

—Me suena a chantaje, como la primera vez que dijiste algo parecido, del otro lado de la pared —soltó, y sus ojos se clavaron en los míos.

—Eh, yo no te chantajeé.

—No, claro, solo me manipulaste.

—No te obligué a hacer nada que no quisieras. Salvo cuando te subí al caballo para raptarte, claro...

—¡Oh, pequeño detalle! ¿Cómo olvidarlo?!

—¿Preferirías que no lo hubiera hecho?

—No.

Dudé.

—¿Eso quiere decir que sí o que no?

—¡Oh, por la Diosa, Crilac!

Volví a reír, y por un momento nos quedamos en silencio sin agregar nada más, con la vista en las llamas. Al menos la suya, pues yo no podía dejar de mirarla a ella.

—¿De veras tienes que pelear mañana? —preguntó, ajena al hecho de haberse vuelto mi centro de atención.

—Sí. —Me eché hacia atrás de espaldas sobre el colchón, con las manos detrás de la nuca—. De las cuatro pruebas, esa es la más divertida.

—¡Pero si se trata de luchar contra no uno, sino cuatro trolls!

—Mejor, me divierte pelear. Llevo haciéndolo toda la vida. Pero descuida, no usaremos armas, es solo con las manos.

—Como si saber eso fuera a dejarme más tranquila...

—¿Otra vez te preocupas por mí, princesa?

—Sí, pero creo que no debería. —Frunció el ceño, molesta.

—A mí me gusta.

No respondió nada, se limitó a escapar de mí desviando la mirada hacia las llamas una vez más. Yo me incorporé de lado, volviendo a mirarla a ella. El juego de luces que proyectaba el fuego sobre su rostro y su cabello suelto, hizo que mi deseo de verla enteramente desnuda se volviera insoportable.

—¿Sabi?

—¿Qué?

—Quiero pedirte algo.

—¿Qué cosa? —Me miró, intrigada.

—Que sueltes esa odiosa manta.

—¡¿Qué?! No, ni hablar. —Apretó su abrazo debajo de la manta cubriéndose aún más—. ¿Por qué haría algo como eso?

—Solo quiero ver el resplandor del fuego contra tu piel. Es que intento imaginarlo, pero...

—¡¿Me imaginas desnuda?!

—Estás desnuda —señalé.

—¡No es lo mismo!

Solté un ronco suspiro de resignación dándome por vencido. Las costumbres de los humanos eran algo que me costaba comprender, se escondían detrás de sus ropas casi tanto como detrás de las normas morales de las que tanto se enorgullecían. Era como si lo que les costara fuera no solo desnudarse frente a otro, sino simplemente ser.

—Está bien, no voy a insistir. —Dejé de mirarla, aceptando su negativa—. No quiero hacerte sentir incómoda. O más incómoda. Contigo en mi cama me resulta demasiado fácil olvidar que a ti te cuesta lo de... Todo esto.

Volví a recostarme, mirando hacia las vigas de madera del techo para dejar de pensar en su piel iluminada por el fuego. No sé cuántos minutos pasamos en silencio, con el crepitar del hogar de fondo, hasta que su voz lo quebró.

—¿Prometes no tocarme, ni acercarte?

Me incorporé, sorprendido por su pregunta.

—Sí, te lo prometo. Me quedaré quieto aquí mismo.

Apartó la mirada, avergonzada, y soltó la manta antes de que le diera tiempo a arrepentirse. La tela se deslizó por sus hombros hasta descubrir sus pechos y luego su ombligo, y terminó arrugándose sobre su cintura sin dejarme ver más.

Me quedé mirándola, haciendo mi mejor esfuerzo por no imaginarme ahora acariciando la curva de su cintura, saboreando aquellos pequeños pezones rosados... Pero, obviamente, cuanto menos quería hacerlo más me lo imaginaba, y tuve que apartar la mirada también yo, cubriendo mi erección con un brazo para que ella no la notara.

Aún así la notó. Y estoy seguro de que comprendió a la perfección el hilo de mis pensamientos, por cómo la miré y por cómo reaccionó, cubriéndose nuevamente para ocultar su cuerpo de mí. 

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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los TrollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora