CAPÍTULO 8: MENTIRA

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CRILAC

Comí hasta que no quedó nada. Me relamí, agradecido, y dejé el recipiente a un lado para coger el pequeño vial entre mis dedos. Lo observé por unos segundos, pensativo. ¿Por qué una humana de Vilen Saem estaba dispuesta a ayudarme? ¿Por qué no me había pedido dinero a cambio de su silencio, en vez de regresar y aceptar ella lo que yo le pedía? ¿Era cierto que le preocupaba la guerra? Algo no encajaba. Porque había otra pregunta que no lograba responder:

«¿Por qué me trae medicina fae y comida de nobles envuelta en seda?».

Me mentía, estaba seguro. Porque de hecho, pensar eso era lo más sensato. Y más aún siendo que yo estaba mintiéndole a ella. Bueno, más o menos... Lo que sí podía creer es que era de Vilen Saem, ya que su acento la delataba. Pero había algo más en su manera de hablar, y era que parecía más propia de una noble que de una humilde florista.

—Entonces, ¿es cierto que lo que intentas es evitar la guerra?

—Sí.

Eso era verdad. Aunque no era toda la verdad.

—¿Y puedo confiar en ti?

Tardé un par de segundos más de la cuenta en responder.

—Sí —le mentí—. Y yo, ¿puedo confiar en ti? ¿Es por tu deseo de evitar la guerra por lo que has vuelto, y no intentas engañarme?

Ella no se demoró.

—Puedes confiar en mí, y de la misma manera espero que no seas tú quien traicione mi confianza. Prométeme que regresarás a Drartés y no habrá guerra.

—Te lo prometo, Sabi: si yo regreso, los trolls se quedarán en las montañas y olvidarán lo sucedido. No habrá represalias. —Eso era cierto—. Pero tú... Tú también tienes que olvidarlo todo —agregué, alzando la mirada hacia el ventanuco—. Es importante que lo hagas.

—No te preocupes, jamás hablaré de esto con nadie, lo olvidaré, y me olvidaré de ti. Será como si nunca nos hubiéramos conocido.

Algo dentro de mí se revolvió al escucharla decir aquello, haciéndome consciente de que yo, en cambio, no me olvidaría de ella.

—Sabi.

—Crilac.

—Gracias.

—No hace falta que me lo agradezcas. Evitar una guerra debería ser prioritario para todos.

Solté una risa seca.

—Ojalá vuestros reyes pensaran igual.

—No todos los reyes piensan lo mismo. Los de Vilen Saem son buenas personas y cuidan de su gente, y los de Tálnagar son queridos y respetados más allá de las fronteras de su reino.

—Espero que el príncipe Rowann, al juntarse con una mujer de Vilen Saem, se contagie de esa bondad de la que hablas y resulte menos tirano que su padre.

—¿Conoces la nobleza de los reinos humanos?

—Lo justo y necesario como para saber a quién me enfrento en caso de que alguno de ellos rompa el tratado. Y como ya he terminado de comer, se acabaron las preguntas.

Me estiré y alcé el brazo para sacar a través del ventanuco el cuenco y el vial envueltos en la tela. Ella los recibió, y yo volví a bajar la mano. La cadena se enroscó sobre el suelo con un sonido metálico. A su lado, me dejé caer, sentado en el suelo con la espalda contra la pared. Eché la cabeza hacia atrás y miré hacia arriba. Un haz de luz penetraba hacia adentro de mi celda, interrumpido solo por la sombra de los barrotes.

—Crilac.

—Sabi.

—¿De veras crees que seré capaz de liberarte, y tú de regresar sin que te vean? ¿Evitaremos la guerra?

—Sí —respondí, y cerré los ojos. Esta vez, no supe si era verdad o mentira.

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La Princesa y el Cortejo del Príncipe de los TrollsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora