Capítulo 8

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Capítulo 8.

Corazón de niño.

«Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con la que se ama.» 

Fyodor Dostoyevsky.


En una sala bastante amplia, se encontraba un amplio comedor, rebosando con infinidad de postres, pasteles, tartas y galletas.

Pequeños juegos de té acompañaban la mesa, tazas de fina porcelana donde se vertía aquel contenido caliente, emanando un agradable y fuerte aroma que había fascinado a una joven de cabellos rubios.

Aquello bien podría ser como el clásico cuento de aquella jovencita en un país de maravillas.

Sin embargo, ésta jovencita no era otra más que Agatha, con una sonrisa tranquila, moviendo un poco la taza de té que poseía en sus manos, disfrutando del aroma y contenido de ésta. 

— Una excelente elección, como siempre. —Comentó la joven rubia, sorbiendo por fin un poco del té, pasando a cortar una rebanada de pastel para comenzar a comer con tranquilidad.

No obstante, un varón suspiró sentado en un sillón de una pieza, observando cómo la muchacha lo ignoraba disfrutando primero de la comida. 

— Agatha. —Llamó un pelirrojo de traje negro y arnés cruzado en el pecho, metiendo su mano al pastel para arrancar un pedazo y darle una mordida en la mano.

— ¡Oh! —La jovencita se hizo la desentendida ante la acción del pelirrojo.— Chūya, usted fue quien me dijo que era mejor usar cubiertos.

Comentó divertida la joven, pero el pelirrojo chasqueó la lengua sacándose los guantes, amenazando con una tarta de queso.

— La tiraré. —Advirtió, sabiendo que era el postre favorito de la joven. 

— Espera, espera querido, hay que dialogar. —Persuadió la joven— Ya has arruinado el pastel de tres leches y fresa, no quieras arruinar esa delicia también.

— Entonces habla, mujer. Fuiste tú quien nos dijo que era urgente y necesitabas todo ésto o no ibas a hablar. —Se quejó Chūya con molestia, señalando la mesa repleta de postres— ¿Acaso pensabas hacer una fiesta o alimentar niños sin hogar en Yang Melt? 

Mencionó el mayor, siendo aquel lugar remoto en otra isla donde había una población desmesurada de niños que padres o madres solían vender para alimentar a los más pequeños. 

La jovencita rió, durante todo esos años Chūya no había cambiado ni siquiera un poco. Era un hombre amigable, de carácter fuerte pero también algo terco e impaciente. Típico de un tauro, se decía ella misma. 

— Bueno… Los postres eran necesarios por si se les bajaba la azúcar. —Comentó ella con un tono de voz elegante, dejando su platito con aquella rebanada a medio terminar. 

— Hoy estás particularmente… Traviesa. —Habló por fin aquel varón sentado en ese sillón. No era otro más que aquel al llamaban "White Dragon", un hombre de mirada pesada, ojos carmín, blancas pestañas tupidas y, largos, suaves y abundantes cabellos blancos.

Y es que, no era algo que Shibusawa viese todos los días.

Sabía que de vez en cuando la jovencita se reunía con Chūya, al menos una vez al mes para hacer compras juntos, o ir de repostería y colarse a un restaurante o vinería por un buen vino.

Yakuza's prostituteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora