Max se despertó lentamente para encontrar un severo dolor en su cráneo que parecía hacer eco en cada parte de su cuerpo. Sus oídos zumbaban cuando lentamente abrió sus ojos y trató de enfocarlos.
La primera cosa que vio fue un sofá verde oscuro.
¿Dónde diablos estoy?
Repentinamente todo regresó de golpe. Los tigres que le perseguían. Las personas que intentaron tranquilizarle. La alocada carrera a través de las callejuelas de Nueva Orleans. El coche que se había estrellado contra él cuando cruzó velozmente la calle para evitar a otro depredador.
El impacto lo había mandado volando a una tienda en Decatur Street y el pandemónium resultante de los turistas escapándose de un leopardo de las nieves, y los hombres con armas, le habían permitido librarse de sus perseguidores.
Sin otra elección, él había ido a Nat...
Su cola se sacudió.
-Oh, Dios.
Miró hacia el sonido alarmado de la voz de Nat para verlo parado en su cocina, sus ojos muy abiertos cuando lo miraba. Estaba aterrorizado. El pungente olor de eso llamaba a salir al depredador dentro de él.
Un depredador que había sido domesticado por él... Por una vez, la bestia de su interior estaba en paz. No había deseo de atacar. Ningún deseo de hacer daño.
En su lugar, quería solo su cálida mano en su pelaje...
-Está bien, gatito -dijo Nat con esa extraña voz aguda que los humanos solo usaban con los niños pequeños y las mascotas. -No te comas al encantador joven, ¿vale? Él no te va a lastimar, chico. Él solo va a dar un paso hacia allá para que no lo ataques. Por favor, no ataques.
Nat se movió un poco más cerca, mirándole cuidadosamente. Su voz bajó dos octavas cuando le habló otra vez.
-¿Estás realmente ahí, Max? ¿Sabes quién soy?
Max respiró profundamente para prepararse a sí mismo para lo que estaba a punto de hacer y se emitió a sí mismo de regreso a forma humana. Su dolor aumentó diez veces, pero aguantó para que la inconsciencia no le devolviese de nuevo a la forma de gato. Él enfocó la atención en Nat.
-Sé que eres tú, Nathy.
Nat tragó con alivio cuando vio la confirmación de lo que había temido y esperado. Max realmente era el gato.
Asustado y nervioso, cruzó la pequeña distancia donde permanecía tendido boca abajo en el piso con una de sus mantas cubriéndole sus piernas y trasero desnudo. Había arañazos y mordiscos por toda su espalda como si otra clase de gato le hubiese atacado. Su cabello rubio caía sobre sus ojos, obscureciéndolos cuando se levantó muy ligeramente de un modo que a Nat le recordaba al de un gato desperezándose.
Nat se arrodilló al lado de él y colocó una mano reconfortante en su espalda desnuda. Max se volvió lentamente, gimiendo suavemente cuando se movió, a fin de que pudiese ponerse boca arriba, contemplándolo.
Los cortes y las magulladuras arruinaban su pecho igualmente. Había en particular una fea magulladura negra que prácticamente cubría toda su caja torácica izquierda. La marca se levantaba alta desde encima de su pecho, hasta su corazón. Tenía que matarle el solo dejar pasar el aire, y aun así Max soportaba su agonía con un estoicismo que lo asombraba.
Su cabeza reposando sobre su almohada, él lo contempló con esos abrasadores ojos azules. Solo dejaban traslucir el dolor que llevaba dentro. Más que eso, Nat vio su propio temor a que él lo rechazase ahora que sabía la verdad.
Como si Nat fuese hacer tal cosa.
-No tengas miedo de mí, Nathy.
Nat inclinó la cabeza mientras le apartaba el suave pelo de la cara. En su forma humana, Max tenía mucha fiebre. Su piel estaba tan caliente, húmeda y pegajosa que lo asustó aún más. Había todavía algunos cortes y magulladuras en su cara, incluido un corte en su labio inferior, pero no eran en algún modo tan malos como lo habían sido la noche en que había aparecido en su puerta trasera.