Max yacía desnudo, acunando a Nat mientras dormía al abrigo de sus brazos. Presionó su mejilla contra la de él mientras lo escuchaba respirar. Nat tenía una leve ronquera que lo calentaba completamente. Él estaba cansado también, pero quería abrazarlo como hombre al menos un poco más mientras el aroma de Nat se colaba en sus sentidos.
Era el cielo estar en sus brazos, y maldijo a los Destinos por no permitirles emparejarse. No era justo o correcto. Seguramente ellos querían juntarlos... De repente oyó algo en el pasillo de fuera.
Max se movió lentamente de la cama cuando sintió una extraño escalofrió recorriendo su columna vertebral. No era igual a la que tuvo cuando su padre se acercaba.
Era... espeluznante, poderoso, perturbador.
Cruzó el cuarto, su atención se enfocó en lo que había oído afuera.
Cerrando sus ojos, se vistió a sí mismo y a Nat un instante antes de que sintiese una presencia detrás de él.
Max se giró para encontrar a uno de los tigres en forma humana que lo habían asaltado en el Santuario.
El tigre se movió para intentar poner un collar en el cuello de Max.
Max apartó de un empujón al Katagaria, lanzándolo contra la pared. El collar cayó al suelo con un sordo ruido cuando el tigre le gruñó.
Nat se despertó con un grito sofocado.
—Huye, Nathy —dijo Max mientras se ponía entre él y el tigre.
Dos tigres más hicieron su aparición.
Los ojos de Nat se estrecharon ante la vista de los tigres y el hombre detrás de Max. Una desenfrenada furia se inició profundamente en su interior. Nunca había sentido nada como eso elevándose.
Era la bestia dentro de él. Lo sabía. Realmente la sentía esforzándose y rechiflando.
Doliendo.
Y queriendo sangre. La sangre de ellos.
Actuando por puro instinto animal, se lanzó desde la cama al tigre más cercano. Este se volvió contra él para la pelea. Por un instante fugaz, el temor lo cautivó, y luego se marchó, lavado por su furia.
Y en su lugar estaba una confianza como la que nunca había experimentado. Confiando en sí mismo completamente, mantuvo su terreno y atrapó al tigre por el cuello.
Max quedó aturdido cuando vio a Nat coger al tigre. Sonrió un instante antes de que algo le golpease. No podía respirar cuando la energía eléctrica pasó a través de su cuerpo entero, emitiéndole de tigre a humano una y otra vez.
Cayó al suelo, aterrado de lo qué le ocurriría a Nat mientras él estaba completamente incapacitado.
Nat se congeló al ver a Max. Él estaba en el suelo contorsionándose como si lo aquejase un agudísimo dolor mientras cambiaba de forma una y otra vez a un ritmo alarmante.
El tigre con el que había estado peleando se manifestó a un varón humano.
—Ponerle el collar al bastardo.
Nat no sabía que era eso, pero estaba seguro de que era malo. Volvió a cambiar a forma humana.
—¡No! —gritó, abalanzándose sobre ellos. Se tiró al suelo encima de Max y deseó sacarse a sí mismo del cuarto.
¡Por favor deja que funcione!
Dos segundos más tarde, estaba en el dormitorio del padre de Max.
Aristóteles levantó la mirada de su escritorio con ceño.