Dos días más tarde
Con Nat al lado, Max caminó a través de las puertas de El Santuario como solía hacer. Era tan extraño regresar después de todo lo que había ocurrido. Había una extraña sensación de déja vu que él realmente no podía sacudirse.
Había pasado los últimos veinte años limpiando mesas aquí, nunca pensó ni una sola vez en el momento en el que ya no llamaría hogar a ese lugar. Nunca había pensado acerca del mundo que existía fuera de estas paredes. Había vivido aquí como un recluso y como una concha que apenas se abría un poco.
Ahora se estaba enfrentando a una vida completamente nueva con una familia completamente nueva. Nat, Marvin, y su padre. Daba miedo en cierto modo y aún así lo estaba deseando. Era casi como si hubiese renacido. El viejo Max se había ido y en su lugar estaba un hombre que sabía exactamente lo que quería.
Y eso era el hombre a su lado.
Con su corazón acelerado, mantuvo a Nat junto a él mientras se acercaba a Boun, quien estaba sentado delante de la puerta.
—Bienvenido de nuevo —le dijo el oso con la mayor naturalidad.
—Sí —se burló Max. —No te preocupes. No me quedo. Sólo estoy aquí para recoger a Marvin, a menos que alguno de vuestros bastardos se lo haya comido.
Los ojos de Boun bailaron con humor.
—Remi lo intentó, pero ese pequeño sodomita es rápido. Él ha estado escondiéndose en la habitación de New desde entonces.
A Max no le hacía gracia. Sin otra palabra, condujo a Nat a través del bar, a la cocina, y a la puerta que conducía a la Casa Peltier. Como era típico, Remi estaba allí con un semblante ceñudo en su cara.
—Esfúmate, oso —gruñó Max ante la intimidación de Remi. —Mueve tu peludo trasero o te lo golpearé.
Remi se cruzó de brazos mientras miraba provocadoramente a Max.
—Déjale pasar, mon ange.
Max miró sobre su hombro para ver a Samantha detrás de ellos. Su cara era estoica, pero por una vez no sintió animosidad contra ella.
La cara de Remi registró sorpresa ante las palabras de su madre.
—El humano...
—Él es libre de ir con Max —dijo Samantha a Remi, interrumpiéndole. —Es uno de nosotros ahora.
Max inclinó su cabeza hacia ella antes de sonreírle burlonamente a Remi. Remi quería pelear, lo podía oler. Pero afortunadamente para el oso, él se hizo a un lado.
Max abrió la puerta y dejó a Nat entrar primero. Todavía no confiaba en los osos, y quería mantener un ojo sobre él mientras estaban allí para que nadie lo hiriese de ninguna manera.
Samantha los siguió a la sala.
—Lamento lo que sucedió, tigre.
Él se rio fieramente de eso.
—No, no lo lamentas.
Samantha lo sujetó para que se detuviera cuando llegó a las escaleras.
—Fue culpa tuya, ¿lo sabías? Tú nunca fuiste realmente uno de nosotros aquí.
—Ninguno de tus víctimas, querrás decir. —Max negó con la cabeza.— No, Sam, no lo fui. A diferencia de los otros tontos de aquí quienes darían su vida por ti, yo sé la verdad. Tú haces lo que tienes que hacer, pero al final, tú no nos quieres a ninguno de nosotros aquí. No somos nada para ti excepto un medio para conseguir un fin, e incluso si tú te comes al oso, o el oso te come a ti.