Nat se tendió sobre la cama al lado de Max, quien todavía dormía en forma de gato. Había aprendido de Off que los Were Hunters como animales tenían completo conocimiento humano.
—Si Max no te hizo daño en su forma humana, entonces no te lo hará como animal.
Ese conocimiento lo había aliviado mucho. Esto era tan extraño, sin embargo, estar tocando un enorme gato salvaje, y no tener miedo de él.
¿Cómo pudo ser este animal ser el hombre que conocía? Nat tocó sus suaves orejas aterciopeladas. Su pelaje era increíblemente blanco, y cuando estaba en su forma verdadera, no había franjas o lunares en ella. Él parecía un enorme, mullido gato. Como tigre, tenía las marcas negras típicas del tigre que dividían en dos el blanco pelaje.
Movió su mano para hundirla profundamente en la peluda piel de su cuello. Era como acariciar la seda más suave que se pudiera imaginar. Podía sentir la fuerza de él. Esto lo asustaba y extrañamente lo reconfortaba.
Sin pensarlo un segundo, hundió su cara allí y le mantuvo cerca. El pobre Max había pasado por tanto. Si pudiese, le aliviaría el dolor.
¿Pero cómo? Todo lo que podía hacer era ofrecerle comodidad y esperar que su plan surtiese efecto. Lo último que quería era verle más lastimado. Off le había contado mucho acerca de la infancia de Max, acerca de lo solo que había estado siempre. Era algo que entendía muy bien. Toda su vida, también, había sido un extraño. Nunca lo bastante bueno. Nunca lo qué otros querían que fuese.
Ese era un solitario lugar para vivir.
Su corazón dolía, acarició con la nariz el suave pelaje mientras le acariciaba amablemente el lado que no tenía lastimado.
Max se despertó para notar la más increíble sensación de su vida. Alguien le acariciaba...
Nadie alguna vez había colocado una suave mano en su forma de animal antes. La mano en su costado era cálida, tranquilizadora. Acariciaba y alisaba su pelaje en un sensual ritmo que no tenía nada de sexual. Era reconfortante. Y significaba para él más de lo que nunca había significado nada.
Otros Were Hunters sabían que era mejor no tocarle cuando estaba así. Los humanos le temían como animal.
Y sus padres... ellos nunca habían sido cariñosos.
Al menos no con él.
Supo instintivamente que era Nat quién lo estaba mimando ahora. Su olor se pegaba a su pelaje y lo adoraba.
También recordó lo que había estado a punto de hacer cuando el condenado Dark-Hunter le había drogado.
Pero por el momento, el suicidio era la cosa más remota de su mente. Él solo quería quedarse aquí y sentir la fuerza delicada de la mano de Nat en su cuerpo. No había nada más como la paz que sentía adentro. La felicidad.
Cómo deseaba que allí no hubiese nada más en el mundo que solo ellos dos...
Nat jadeó cuando Max se dio vuelta, cambiando del tigard a hombre. Esos pálidos ojos azules lo chamuscaron con calor.
Nat tocó el corte cicatrizante en su labio inferior
—¿Estás bien? ¿Cómo te sientes ?
—Mareado. Neblinoso. Con náuseas.
Nat arrugó su nariz ante su honradez.
—¿Necesitas ir al baño?
Él negó con la cabeza.
—Solo necesito algunos minutos para dejar que lo último de la droga se consuma de mi sistema. Odio los tranquilizantes.
—Puedo suponerlo. —Nat apartó el pelo de regreso de su hermosa cara. —¿Estaba planeando ser un estúpido?