Nat aprendió rápidamente que la vida como un Were-Tigre no era fácil. En primer lugar, su apetito se cuadriplicó casi instantáneamente. Y cuando registró la desierta cocina en busca de chocolate para comer, desde que su nuevo metabolismo quemaría montones de calorías, Max le avisó de que estaba eternamente fuera de su menú. Aparentemente demasiado de eso podría matarlo.
Al igual que el Tylenol.
El Tylenol le traía sin cuidado, pero el chocolate... ese fue un golpe duro. No más conejitos de Pascua para él.
Pero las buenas noticias eran que su cuerpo rápidamente se aclimató a los cambios y en unas pocas horas pudo mantener su forma humana otra vez con facilidad.
Max le explicó que durante el día ser humano no sería un problema para él, desde que era su forma base. La de Max era técnicamente la del tigard, lo cual explicaba por qué cada vez que dormía o se desmayaba volvía a la forma del tigard.
Nat también aprendió que sería más fácil para él transformarse en tigre por la noche. Ser un tigre durante el día sería un poco complicado ya que todavía se estaba acostumbrando a sus poderes.
Hasta que los dominase, durante la luna llena su forma humana probablemente cambiaría aun en contra de su voluntad. La atracción magnética de la luna llena haría estragos en sus poderes, de ahí venía el mito humano del Hombre Lobo.
Bajo la luz de una luna llena, todos los jóvenes Were Hunters estaban a merced de sus poderes. Ellos probablemente atacarían a un humano incauto, desde que el animal en ellos tendía a asumir el control de su raciocinio humano.
—Todo mito humano tiene alguna parte de realidad —le dijo Max cuando le enseñaba cómo controlar su habilidad para cambiar.
El cambio de una forma para otra no era dolorosa. Era el mantener esa forma lo que suponía estrés mental y físico.
Pero cuando su cuerpo se aclimató, Nat comenzó a sentirse feroz. Intenso. Todo era más vívido ahora. Su vista. Su audición. Los olores, otra cosa de la que podría haber pasado. Al menos para ciertas cosas. Para otras, como la manera en la que Max olía cuando estaba cerca, no era tan malo.
Nat apoyó su cabeza contra el cuello de Max a fin de que pudiera inspirar el único perfume de él. Era más intoxicante que un vino fino.
Y le hacía la boca agua.
Siempre tímido en la vida, ahora estaba poseído por alguna otra cosa. Algo fiero y descabellado. Era todavía el mismo Nat, solo que ahora era mucho más consciente acerca de su lugar en el mundo.
Max sonrió cuando Nat amablemente acariciaba con la nariz su cuello.
—¿Sientes el tigre tirando de ti, verdad?
—¿El qué?
—La bestia que comparte tu cuerpo. Es diferente siendo humano. Crepita dentro de ti como si fuese otra persona. Llamándote.
Nat asintió mientras gateaba en su regazo, luego lo empujó sobre la cama. Restregó su cara en contra de la de él, deleitándose con la sensación de sus ásperas mejillas raspando la suavidad de las suyas propias. Su cuerpo estaba ardiendo.
Y el animal dentro de Nat le deseaba ardientemente con una necesidad nacida de la locura. Clavó los ojos en su camisa, luego deseó que desapareciera.
Desapareció instantáneamente.
Era bueno ser un tigre mágico. Nat sonrió con satisfacción.
Al menos hasta que su propia camisa desapareció.
—¡Oye!
—Se acabó el juego limpio —dijo Max un instante antes de que todas las ropas de Nat desaparecieran.