ALEBRIJES.

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La sorpresa de Aruma era estar con la tía Tez y que nos enseñara a cocinar, como la familia no se encontraba ella nos contó más historias que parecían sacadas de algún cuento de fantasía.

Al llegar la tarde se puso aún más fresca. Aru dijo que tenía que arreglarme, así que lo hice; me gustaban mucho los vestidos y elegí uno: un vestido largo con bordado tradicional, clásico, pero coqueto, con unas botas y unas mallas que cubrían el frío junto con el chal compañero del vestido.

—Aún no llegan, pero la tía Tez dio permiso para que pudiéramos irnos —entró a la habitación.

Ya estaba arreglada, era un poco alta, con piel tersa y oliva. También bien llevaba un vestido.

—Tal vez no deberíamos ir, hasta que lleguen —sugerí.

—La familia está bien —la tía apareció en la puerta— Ustedes vallan tranquilas. Ellos volverán pronto, me hablaron y de no ser por la mala señal por el clima se los hubiera pasado.

—De acuerdo.

Me levanté, me acerqué a ella y dejé un beso en su mejilla.

—Gracias tía Tez.

—Axtlen nelia, mitstsakuilia san nopa motlanejneuil  <nada te ata más que tus pensamientos> —sostuvo mi brazo antes de irme y susurró para que la escuchara.

Asentí con un ademán dejando ver mi respeto a ella y sus palabras.

Salimos de la casa, subimos el auto y uno de los señores que trabajaban con las tías nos llevaron en la dirección que le había dado Aruma.

—No hay lugar donde me puedas llevar sin que sepa donde es —dije jugando para que me diera algún tipo de pista— Conozco cada rincón de aquí y los alrededores, te olvidas que mi familia es de aquí.

—Si, y que te han llevado a cada sitio para que los conozcas —me miro— Lo sé, por qué he estado contigo en esas visitas muchas veces, solo déjame decirte que esta noche permítete romper las reglas aunque sea un poco.

Me hizo un guiño cómplice. El tiempo en auto fue un poco más de una hora. Me preguntaba por qué la tía dejó que saliéramos con el ambiente que estaba, pero por eso decía que me habían enseñado que debíamos pedir permiso no únicamente a la familia, sino  debíamos pedir permiso a la naturaleza y si lo obteníamos no importaba el estado, ella nos protegería.

—Listo, hemos llegado —volteó a verme— ¡Sorpresa! —habló con un pequeño grito.

Nos detuvimos mientras que lograba volver en sí de los pensamientos perdidos que se concentraron en el andar del camino.

—¡Si, ¿dónde estamos?! —fingí sorpresa y emoción.

—En Izamal —sonrió.

No lo pensó y se bajó cuando le abrieron la puerta, yo hice lo mismo y me baje cuando ella abrió mi puerta.

Tomo mi mano y me guío hacia una calle bastante bonita, había gente con puestos tradicionales, otras hablaban alegres, señores y señoras, jóvenes, todo pasando al mismo tiempo. Nos acercó a una entrada de madera grande y antigua, dio varios toques que parecían un código y abrieron dando un acceso. Aruma dio unos pasos y yo la seguí, ambas entramos al lugar.

Era como un pasillo pequeño adornado de flores de colores y arte de figuras, había luces rojas, moradas, verdes y demás tonos, un humo que salía del piso lo volvía aún más bonito: frente a la entrada de la calle había otra, una puerta más pequeña, la estructura también era de madera, una menos pesada, arriba de ella tenía una palabra.

Las letras eran color negro y tenían puntos de colores que la combinaban con lo demás. Mi acompañante entró en la segunda puerta, yo me quedé observando unos segundos y luego también la cruce con lentitud.

No había palabras para describir a dónde habíamos entrado. El sitio era una materialización de muchas tradiciones juntas y que envolvían nuestra representación de vida en esta tierra, quienes éramos, nuestras raíces.

Los catrines y catrinas eran de muchos tamaños, los perros de huesos, las flores naranjas conocidas por diferentes nombres o como yo las conocía: cempasúchil, también había nube o velo de novia, acompañada de los pétalos de terciopelo.

Lucecitas de colores diminutas resaltaban como luciérnagas sobre las demás luces tenues. Había más de una planta por lo que el techo era alto, muy alto del cual se caían más adornos, entre ellos cristales de arcilla que sonaban al encontrarse.

También una música sonaba, pero sin ser escandalosa, era tradicional con notas que llenaban poco a poco de alegría el corazón.

Camine detrás de Aruma, sin perder detalle del sitio. Me di cuenta de que además de alebrijes también había representaciones de Dioses honrando todas las culturas. En las pocas mesas había aún menos gente sumida en su mundo.

—Lo ves, esto no lo conocías —habló sonriente— Es nuevo.

Tiro de mi mano sin darme la oportunidad de decir palabra. Traspasamos una cortina de hilos, fue ahí donde parecía que había salido del sitio y traspasado a otro. El ambiente se sentía menos pesado, como un eco entre el mundo de los vivos y los muertos.

Una mujer joven se acercó a nosotras muy amable, sus vestiduras eran como una catrina pesar de no ser Día de muertos. Pero este lugar era la encarnación de los secretos a voces.

—Les falta encender su vela —acercó dos— Como tributo a los dioses por estar aquí —no dejo de sonreír al hacer el ademán al nombrarlos.

Aruma y yo encendimos las velas y ella las acomodo sobre un altar de estas mismas con un respeto que era admirable.

—¡Bienvenidas a Alebrijes! —nos puso un broche en forma de Alebrije. Seguido de eso movió su brazo rumbo al camino.

Al entrar más, la música cambió a un tono más fuerte, pero sin dejar de ser audible nuestras voces, ya había más gente que disfrutaba de la noche, algunos se encontraban pintados y otros no, al igual que sus atuendos tradicionales y otros más sutiles; botellas de tequila sobraban sobre sus mesas acompañando sus amenas pláticas.

—¡Viniste! —alguien recibió a Aruma con entusiasmo— No puedo mentir y decir que no te esperaba —él sonrió al verla.

—Estuve a punto de no hacerlo, pero ahora estoy aquí —ella se puso nerviosa.

Yo evadí la sonrisa al verla contenta y darme cuenta de que se gustaban.

—Cielito, él es Ikal —presento mi amiga.

Él extendió su mano como saludo, así que sostuve el agarre con educación.

—Es un gusto conocerte, Cielo.

—El gusto es mío.

Cuando la distancia se volvió hacer presente, ellos se retiraron luego de que Aruma se comunicara conmigo en lenguaje privado.

—Ikal es mi amigo y ella es tu amiga ciertamente —hablo— ¿Qué haces aquí? —se puso frente a mí.

Su presencia me sorprendió y claro que estaba desprevenida. Él me observo y yo hice lo mismo con él, fue una mirada intensa y fuerte con una conexión más allá de nosotros mismos. Me abrí camino ignorando su pregunta con modestia.

Se cruzó en mi andar, tenso la mandíbula por un instante mientras que su brazo me impedía seguir.

—Perteneces aquí —respiro y exhaló impregnando su olor con lentitud y suavidad— Esa es la respuesta a la pregunta.


—Ameyal, es hora —una mujer deslumbrante con un gran vestido y con el rostro de catrina lo llamo con delicadeza. Su aura de ella era atrayente, cautivadora.


—Quédate cerca —él susurró sin quitarme la mirada.

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𝐶𝑖𝑒𝑙𝑖𝑡𝑜 𝐿𝑖𝑛𝑑𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora