LAS PUERTAS DE LOS RECUERDOS.

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—Hay caminos que no deben cruzarse —el ruido de unas pisadas hizo eco al entrar y quedarse sobre la puerta— deben seguir su destino y mirar recto aunque se empeñen en ser torcidos.

Baje el rostro con cierta vergüenza por su llegada. Ameyal tomó mi mentón con sus dedos y lo elevó de nuevo.

—vagas entre la muerte y vez de lejos la vida. Aun cuando la herida de tu corazón llegué junto a ti, no la podrás tener —el hombre frente a mí se dirigió a el jinete— la querías más que a nada en el mundo y la perdiste, ¿por qué yo no puedo hacerlo sin perderla, abuelo?.

La mirada de Ameyal buscó perderse en la mía y de verdad quería que lo hiciera, pero sus últimas palabras me dejaron sin aliento.

—la tienes y está aquí porque deje que mi corazón tuviera una herida —se acercó y lo alejo de mí— sus caminos están unidos, pero no están juntos... están separados para cumplirle a los Dioses.


El silencio se prolongó durante unos segundos, para que después el jinete me hablara por lo bajo, sin mirarme y a distancia.

—ve y cruza los Alebrijes, al hacerlo cruzarás al mundo de los vivos —su voz era grave, gruesa, pero muy educada— es lo qué conecta ambos mundos.

Observé a mí al rededor, a mi familia, luego vi por una última vez a Ameyal y salí sin decir nada.

Poco a poco mi mente encontraba su hogar en las palabras vagas que me iba encontrando, y aunque era demasiado irónico por un momento se adueñó de mí la pregunta de: ¿por qué no podíamos estar juntos Ameyal y yo?, no era que lo quisiera, pero me intrigó.

Aunque era el mismo lugar, las mismas cosas el tiempo y la distancia era diferente en ambos mundos, pues cuando menos acorde ya estaba a pocos centímetros de Alebrijes. Ya no lo pude ver con los mismos ojos, ya lo veía de una forma diferente, así que entré para poder observar de nuevo.

¿Cómo se siente la muerte?, ¿cómo se siente la vida?, ¿qué éramos nosotros en medio de ambas. Un escalofrío recorrió mi piel al entrar, como si estuviera en un campo libre.

—bienvenida a Alebrijes —una mujer me recibió y ofreció una vela para que la pudiera prender— gracias —dijo cuando lo hice mientras hacía una reverencia como si supiera quien era yo.

El calor de los respiros fundidos uno con el otro se integraban junto con un humo que salía del piso. Entonces vi; ya no era un lugar nuevo, todo lo contrario, estaba aquí desde mucho antes de que naciera la humanidad.

Los altares en honor a cada Dios eran imponentes, cada uno transmitía una energía diferente y única, como si ellos bendijeran su tributo. Había muchas personas a diferencia de aquella vez, pero la mayoría no estaban vivos.


También había personas vivas; brujas, chamanes, entre muchas más criaturas con dones otorgados por una deidad. Mi presencia no pasaba desaparecida, pero nadie se atrevía a interrumpir mi andar, sino que me daban paso libre dejando ver un ademán discreto.


Alguien me protegía y su sombra iba detrás como una advertencia a quien me mirara.

Un pequeño caminó, un pequeño puente entrelazando la vida y la muerte. ¿Qué sería la vida sin la muerte y la muerte sin la vida?, lo que era cierto era que, las despedidas no existen cuando el alma sabe que el amor es eterno, pues no deja ir a quien ama y a quien lo amo.

Sí, era doloroso perder a quien amas; verlo irse y aceptar que ya no estará en nuestra parte de la raíz, el lamento era tan grande que no se podía encontrar consuelo, no al menos de ese que nuestra alma pueda comprender tal separación.

En el proceso de pérdida, se podían encontrar millones de palabras tratando de convencer de una y mil formas que nuestras creencias daban una explicación y en la mayoría de los casos se aceptaba sin saber que el alma y el corazón tienen una raíz que necesita ser regada.

Únicamente cuando conocíamos nuestra verdadera raíz, solo entonces veríamos y comprenderíamos la muerte y todo lo que nos rodeaba. Por qué justo ahí, nos encontrábamos nosotros palpitando.

De pronto pude ver la puerta hacia la vida. Los ecos se comenzaron a perder, entonces la abrí y un aliento resopló cuando la cruce al tiempo que ella se cerraba por detrás de mí.

El sol acarició con dulces rayos cálidos mi piel, las voces de los vivos resonaban de fondo, los olores con esencias de las comidas se deslizaban entre las casas y los colores adornaban y veneraban la vida.

Aún no terminaba de asimilar que todo había cambiado, se sentía diferente, era diferente; el caminar por ambos lados te hacía apreciar cada uno en su forma más efímera y eterna de la cual formábamos parte, pues éramos vida y muerte.

Los pasos que llevaban de vuelta al hogar de los vivos fueron muchos, pero cortos mientras iba guardando las risas, los rostros, las acciones, el sentir de cada persona con la que me encontraba. En otra situación jamás hubiera creído caminar más de unos kilómetros sin perder la noción, en cambio, en esta situación mis pies adoraban sentir la tierra como si está diera la cordura.


La casa se encontraba en silencio con los ruidos tratando de esconderse, las puertas rechinaban por el viento que avisó mi llegada cuando las nubes cubrieron el sol.


—¡Cielito —dijo mi sijtli cuando me observo cruzar la madera— volviste!.

Sonreí al verla por delante de mi familia. Ella se acercó y abrazó mi cuerpo como si pensara que nunca más lo iba a volver hacer.

—¡hija! —mamá y papá hablaron al mismo tiempo y después también rodearon mi figura.

—la energía de mi sangre les pertenece a los soles —dejé caer mi cuerpo cansado sobre el piso como reverencia a ellos y al saber el significado.

—los soles te darán las puertas de los recuerdos del viejo y nuevo mundo —sijtli se puso de rodillas frente a mí para imitar la posición— somos tus guardianes.

Elevé mis ojos para encontrar los suyos, para dejar ver mi penar.

—aquel libro que tanto cuidamos, era tu vida en esta tierra, y aunque cuidamos que tu pluma escribiera lo mejor posible, hubo momentos en los que jugaste con tus páginas como si estás no importaran, como si estás no se desgastaran —explicó mientras tomaba mis manos con las suyas— ahora tu libro ha forjado nuevas hojas junto con el libro de los dioses. Eres la mitad del camino de entre la eternidad de la vida y la muerte. Eres el sacrificio de tu pueblo.

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𝐶𝑖𝑒𝑙𝑖𝑡𝑜 𝐿𝑖𝑛𝑑𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora