EL JINETE.

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Era como alejarte de lo que necesitabas, era extraño. Sentir la sensación de estar alejándote de casa, cuando estabas volviendo a ella.

La tía había dicho que nos quedaríamos, pero ya era de madrugada y nuestros pasos parecían largos y lentos al cruzar de nuevo por donde habíamos llegado.

Aruma, ella venía cerrando los ojos por el sueño sin darse cuenta de mucho a su al rededor. Al llegar a casa, las luces permanecían apagadas a excepción de unas cuantas, la mujer mayor me dio instrucciones de ir a dormir, mientras ella acompañaba a nuestra visita a su habitación.

Los caminos marcados en la tierra nos separó.
Las respuestas abundaban de un sin fin de formas, pero las preguntas parecían huir. A lo lejos en medio de la oscuridad unos galopes frenándose de un caballo surgieron con eco vacío.

Una brisa acompañó a llegar aquellos trotes y pareció acariciar mi piel de la manera más sutil y suave.

Mi andar de repente corrió más despacio, como si no avanzara, mis pasos eran huecos y de pronto volvió hacer normal.

La calidez de las paredes de la estructura llamada hogar, aprisionaron nuestra libertad que emanaba de la tierra, un calor que nos volvía débiles por su desafío a la ambigüedad de la raíz.

—¿qué haces tan noche, usando un vestido bonito? —una voz sobresalió de entre las sombras de afuera de los arcos.

Un sobresalto aceleró el corazón resguardado por mi pecho y de inmediato llamó mi atención.

—me asustaste —la mano trató de calmar lo acelerado mientras mis ojos se relajaban al verlo— tú eras el del caballo —conecte ambos hechos.

—lo escuchaste —pareció sonreír con alegría y cierto orgullo como cuando se confirmaba que uno tenía la razón en algo— bienvenida entonces —hizo un pequeño ademán hacia mí— llegaste tarde —evidencio con enfado, dejando detrás la sonrisa para volverse serio, de una manera imponente.

Una modesta respiración contuvo la expresión de mis ojos. No comprendía lo que decía, no tenían ningún sentido sus palabras, Ignore su presencia y volví a mí caminó.

—¡cuidado! —se apresuró a detenerme— el agua puede dañar tu vestido y entonces ya no serás la niña de los vestidos bonitos.

Su cercanía devolvió un latir imprudente y su tacto con el mío fue un tanto arriesgado; entonces desvíe mi mirada hacia el agua del piso.

—me llamo Cielo, te lo he dicho muchas veces Ameyal —volví a verlo— ¿qué haces tan noche cabalgando? —me atreví a cuestionar.

—yo no estaba cabalgado —me soltó para tomar distancia lo cual me privó de su olor— era el jinete.

—¿quién es el jinete? —aproveche para observar su cuerpo de espaldas.

—he pasado límites que no debería solo para decírtelo o estar cerca de ti —volvió su mirada hacia mí con profundidad.

—no sé dé que hablas —sostuve su mirada.

—estoy al tanto de eso. Pronto obtendrás el conocimiento. Ellos vienen y tú estás yendo.

Sin más, se fue por el camino de los arcos en pisadas cortas y detenidas como si vagara en otra realidad donde poseía una seguridad nata, hasta que se perdió.

Me inquietaba, de maneras que no debían inquietar, me negaba aceptarlo, me negaba a ceder; un profundo respiro hizo lo más que podía para tranquilizar mi cuerpo y lo que llevaba dentro de este. Solamente así pude ver hacia la oscuridad que guardaba secretos que nos susurraban constantemente, antes de volver a mi habitación.

Los cantos de los pájaros anunciaron la mañana y entre renegar durante minutos por eso, ya no pude conciliar el sueño, sin embargo, el a dolorimiento fue el motivo de que dejara la cama. Vi el reloj y aún era demasiado temprano, no entendía a qué se debía el dolor, la cabeza me iba a explotar y el cuerpo parecía sin ganas, a demás de una sed y un frío.

Acomode el gabán al salir de la habitación, la casa estaba muy silencia, con poco movimiento. La luz del día apenas y estaba queriendo parecer, baje por las escaleras adornadas con plantas, recorrí algunos pasillos hasta cruzar la cocina grande y llegar a la cocinita chiquita o fogón.

Ahí ya estaban varias personas entre ellas mías tías, el olor a café, atole y a maíz en conjunto con olores de especias era lo que la convertían en el rincón donde a veces todos queríamos estar. Ellas no me vieron llegar, pues me detuve en la puerta para primero ver quien estaba.

—su presencia está aquí, ha llegado —una mujer informó en su plática— el día se acerca y nuestras ofrendas están listas.

Al principio creí que habían notado que las espiaba, pero después lo que decían me intrigó.

—en los caminos aparecieron sus huellas y el regalo ha quedado vacío —otra voz dijo— los animales han presenciado el camino de su llegada, los xoloizcuintles se mantuvieron en la puerta toda la noche.

—el jinete es quien abre el camino —la tía Tez mencionó.

El jinete; ahora recordaba, eso mismo había dicho Ameyal anoche, pero no tenía sentido, nada lo tenía para mi poco conocimiento. Una silla se movió por distracción y fue así como todos voltearon a verme.

—Cielito —la tía Zel me habló— ¿qué haces despierta tan temprano?.

—ah, me duele la cabeza, pero nada grave —entre como si acabara de llegar.

—ven, siéntate —una mujer me sentó frente a la mesa— tomate esto.

Sirvió una infusión en una taza y la bebí, estaba bastante rica a cómo creí que sabría.

—Bueno, ahora que estás aquí desayuna con nosotros —la tía Tez comenzó a servir lo mismo que ellas tenían y me lo dio para comerlo.

—los campos están cubiertos de colores en espera de recibir a nuestros muertos —mi tía Tez siguió hablando— las cosechas florecen como hace mucho no lo hacían.

De la nada ya no mencionaron lo que antes habían dicho, como si jamás hubieran tenido esa conversación, quise preguntar, pero me quedé con la duda y solo comí.

Más tarde volví a subir a mi habitación, para arreglarme. Un conjunto rosa de falda y blusa con bordados que me había regalado mi mamá fue el elegido para salir de casa en conjunto con unas botas al color del bordado.

—ya llegaron, Cielito —Aruma entró sin contener su felicidad— me encantan tus aretes —se detuvo un momento para verlos— ahora sí, vámonos.

Tome mi bolsa y ambas salimos.

—buenos días, señoritas —mi padre apareció junto a mamá.

—buenos días —les saludé con un beso y abrazo.

—buenos días, señores papás —Aruma también saludo.

—saludan al señor Kabil de nuestra parte —dijo mamá.

Continuamos el camino y ellos ya nos esperaban afuera en caballos. Sus miradas sonrieron cuando nos vieron salir, Semeel e Ikal fueron en nuestro encuentro. Los dos hermanos nos saludaron a las dos.

—¿lista para montar? —Semeel me miro, dejando que Aruma e Ikal emprendieran su camino— tu cabello es precioso, es como la noche, ¿quién será quien pueda llamarlo mío?.

Sonreí, aparte la mirada hacía bajo para luego elevarla y entonces lo vi, en una de las ventanas del segundo piso... Ameyal nos observaba, en un instante olvidé mi cabello sujetado en una coleta y mis mejillas se acaloraron.

—puedo llegar antes que tú —quise ignorar Ameyal y concentrarme en lo que estaba haciendo.

Me apresuré hacia los caballos, monte uno y emprendí el camino.

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𝐶𝑖𝑒𝑙𝑖𝑡𝑜 𝐿𝑖𝑛𝑑𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora