SANGRE.

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Mi habitación estaba en completa oscuridad cuando entré, a excepción de la fugaz luz que dejaban los truenos en la compañía de relámpagos por la ventana; aspire el olor a tierra mojada que se infiltraba por la casa por un instante más fuerte y otros más tenues.

Después cambié la ropa húmeda que traía puesta por una limpia y seca, pero al hacerlo un pequeño dolor llamó mi atención, era la apertura en mi piel, estaba un poco más grande de lo que recordaba, así que saqué el maletín de primeros auxilios que estaba en el baño, limpie la herida y finalice con una cinta en mi mano sin ser muy pretenciosa, a pesar de los intentos de Ameyal de curarla debía de mantenerla limpia, volví a poner el maletín en su lugar regresando a la cama y terminar en un profundo sueño con las notas de la lluvia.

—¡Cielo!, ¡Cielo!, despierta —la escandalosa voz de Aruma inundó la habitación provocando que despertara.

—¿Qué pasa? —contesté adormilada sin ganas de querer despertar y levantarme.

—Anda, vamos levántate —quito las sábanas descubriendo mi cuerpo con evidente ánimo— ¿Qué tienes en la mano? —pregunto al ver la bendita con un ligero color carmesí.

Si estaba buscando la forma de que me levantara, la había conseguido al recordar el porqué de ese corte en mi palma. Le arrebaté mi mano con suavidad al tiempo que me levantaba restándole importancia.


—¿Por qué tanta emoción?, ¿qué haremos hoy? —me levante de la cama.

—Primero desayunar con un delicioso café de olla y después es una sorpresa —se detuvo frente a mí con una sonrisa de lado a lado— Solo te puedo decir que en la noche saldremos

—De acuerdo. Solo déjame arreglarme.

Ingrese en el baño que era antiguo, pero con las comodidades actuales para el aseo y cambiar. Cuando salí ella seguía en la cama curioseando decoración que definitivamente no entendíamos y que estaba por toda la casa.

—¿Sabías que Ameyal, canta? —dijo con irrelevancia, pero curiosa.

La vi con discreción al tiempo que recordaba la voz de él. Si de verdad era así ayer no lo parecía, pues solo estaba exagerando cualquier expresión. Termine de colocar el chal con bordado tradicional que era muy abrigador.

—He visto un video donde le ha llevado serenata a una... espera, ¿esto que se supone que sea? —giró de varias formas la estructura en sus manos.

Le di mi atención y no precisamente por la pregunta.

—Hay muchos tipos de serenatas —me senté a su lado fingiendo ver la figura.

—Así, puede ser. Pero la mayoría son de amor —aseguró— Le voy a preguntar a las tías —Vámonos.

Agarro mi brazo y salimos. La espontaneidad que Aruma se cargaba no la había dejado terminar de contarme, pero tampoco era como que quisiera saber o siquiera que me importara.

Bajamos por las escaleras, y al llegar al comedor no había nadie, la casa estaba vacía pues los empleados tampoco se encontraban.

—¿Dónde están todos?, hace un momento estaban aquí.

Un silencio se prolongó durante unos segundos incluso minutos al tiempo que buscábamos a través de las ventanas y puertas.

—Hay puertas y ventanas que aunque sean abiertas en verdad no lo están y permanecen cerradas —la tía Tez nos asustó.

—¡Tía! —puse la mano sobre mi pecho al verla.

—¿Dónde están todos? —preguntó Aruma.

—Tuvieron que salir.

—Pero nos contarían historias en el desayuno —se quejó.

—¿A qué te referías con que permanecen cerradas? —quise saber.

—Hay cosas que no todos pueden ver, por qué no están destinadas para ellos, así abran los mantos que las cubren —explicó con cierto misterio y fascinación.

—¿Cosas como que? —indague.


—Yolotl, <corazón>, está frente a tus ojos, solo es cuestión que los abras —me tomo de las manos— Cuando sea el tiempo, no olvides...

—Bien, aún hay café —Aruma se centró en la gran mesa.

—Nochi tlamantli mosalojtok tlaj nimitsmatesilos na nechkokos noyoloj <todas las cosas están conectadas, si aprieto tu mano a mi me dolerá el corazón>, —su mirada se profundizó en la mía.

—Les serví café y pan —ofreció mi amiga en una canasta.

Al soltar mi tía el agarre un escalofrío recorrió mi piel causando que se erizara.

—Vamos que yo les contaré una historia.

Tomo la taza de café. Las dos seguimos por detrás a la tía, que se salió de la casa hasta el portal donde se dejaba ver la naturaleza húmeda por la lluvia mientras las piedras de la casa aún derramaban las gotas al suelo.

El día estaba nublado así que el olor a tierra mojada y café de olla caliente me traían vagos recuerdos de niña muy pequeña. Lo cual era extraño, ya que no había venido aquí hasta los ocho años cuando comencé a guardar recuerdos y sijtli se fue a vivir con nosotros.

La tía tez se sentó en una de las bancas de madera e hicimos lo mismo. Aruma dejó la canasta de pan en la mesa y se sentó en un una banca individual y yo también, una a cada lado de la tía.

—Las leyendas son historias reales que son contadas a voces, a través de centurias que guardan los secretos y misterios de las raíces —comenzó a platicar— Nuestras tierras están llenas de sentimientos y veneración que son el hogar de nuestro corazón. Ahí es donde pertenecemos, ahí es donde está nuestra raíz.

Aruma dio mordidas al pan dulce y yo di un sorbo al café mientras le poníamos suma atención.

—Las voces hablan de una vieja leyenda que cuenta, que la sangre de los Dioses sigue estando aquí... con nosotros —un suspiro profundo y pesado salió de ella— Qué ellos la han dejado para ver a su pueblo y algún día vendrán a reclamarla cuando la sangre sea derramada sobre ellos.

La tía Tez bebió de su café.

—¿Dioses? —frunció el ceño con incredulidad la mujer frente a mí— Del sol, de la lluvia, ¿a esos Dioses se refiere la leyenda?, ¿eso quiere decir que si existen?, por qué se dice que únicamente era ignorancia por parte de las antiguas culturas.

—Hay puertas y ventanas que aunque parezcan abiertas no lo están —volvió a repetir— Han desaparecido pueblos, ciudades, no lo han hecho y logrado por ignorancia, sino porque en su busca encontraron las raíces de adónde pertenecían y esto no lo lograron creyendo lo que los demás aseguraban, sino respetando la vida.

—También son leyendas, las ciudades perdidas — comenté.

—Seguir y observar nuestras propias huellas. Los ríos, los árboles, los cielos, la tierra, pues todo tiene memoria —vio el cielo nublado que adornaba lo terrenal— Nuestros Dioses están presentes en el sol, en la lluvia, en el cielo. Nuestros Dioses nunca se van, por qué viven en el alma de un pueblo que honra y ama sus raíces y eso nunca podrá desaparecer, pues aunque el pueblo siga el camino hacia el después de la muerte, nuestros Dioses seguirán de pie, manifestándose ante cualquier vida.

Aspire asimilando lo que esas palabras significaban y que sin duda eran las mismas que quería que me representaran. Aruma se frotó los brazos pues a ambas nos estremeció de cierta forma.

—Nuestros Dioses, volverán. Esa es la leyenda de la sangre.

Los caninos de la casa llegaron a recostarse a un lado de nosotros, eran dos preciosos xoloitzcuintle.

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𝐶𝑖𝑒𝑙𝑖𝑡𝑜 𝐿𝑖𝑛𝑑𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora