CHICHÉN-ITZÁ.

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Desde que nací y tenía uso de razón mi familia me traía aquí. He sido testigo de las más extraordinarias historias de los orígenes de nuestros ancestros, sijtli decía que estar en estos lugares nos conectaba aún más con nuestros orígenes, pues recordábamos nuestra verdadera esencia, ya que el verlas, sentirlas, olerlas nos llenaban de orgullo brindando un abrazo a través de los siglos.

Me educaron para amar mi tierra aun a pesar de la prisa en creer algo que no, nos representaba, aun a pesar de la corriente y en un mundo nuevo. Hacía dos años que no visitaba estos sitios, pues no habíamos podido venir por cuestiones de trabajo de papá y mamá, pero aquí estaba devuelta, con un libro en mis manos.

—¿Por qué estamos aquí? —le pregunté volteando a verlo.

Recordando que estaba con un desconocido que se hacía llamar Ameyal.

—¿Por qué decidiste venir conmigo? —devolvió la pregunta— Anda vamos.

Solté un suspiro siguiéndolo. Al darme cuenta de que estábamos cruzando los límites impuestos, me detuve.

—¡Esto está prohibido! —dije tratando de sonar audible.

Él se detuvo volviendo a mí con frustración.

—Prohibir es despertar el deseó, eso dijo Montaigne —sonrío con malicia— ¿Seguimos?.

Asentí volviendo a caminar. Mis pensamientos fueron inevitables, así que lo único que pude hacer fue pensar ¿qué clase de chico era Ameyal?, pues parecía ser un estuche de monerías. Nos adentramos a las ruinas pasando los linderos impuestos, pero al hacerlo se lastimó la palma de mi mano provocando que sangrara.

—¡ha! —me quejé, pero luego traté de retener un grito lleno de dolor.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —Ameyal se giró preocupado.

—Si —contesté.

—Estás sangrando —dijo viendo mi mano.

—Sí, es normal sangrar cuando te lastimas —lo vi— ¿no lo sabías? —mencione con sarcasmo divertido.

—En el auto tengo vendas y un botiquín, vamos —se devolvió.

—No, ya estamos aquí, así que sigamos —me quede quieta donde estaba, viendo con suficiencia de que no me devolvería.

—De acuerdo —se resignó luego de verme por un instante.

Seguimos hasta los adentros de las ruinas del templo de los guerreros, de los toltecas.

—Aquí se depositaban los corazones de los sacrificios al Dios de la lluvia —habló— ¿Te gustaría ser un sacrificio? —me miró— Tranquila, aunque así fuera yo lo sería y me ofrecería por ti.

—¿Estás coqueteando, Ameyal? —cuestione mientras seguíamos.

—Eso no le agradaría a los Dioses, ¿o si?.

Lo ignoré y seguí el camino. Cada vez más quebrantábamos los límites, eso no me hacía sentir bien, pero a la vez sí, era una sensación extraña. Toque con mis manos varias ruinas dejando una pequeña señal de sangre en ellas, rogando que no afectará a mi herida y la hiciera tardía de sanar. Al cabo de uno rato el cielo se estremeció resonando en truenos llenos de furia.

—Ven, salgamos de este lugar —tomo mi mano, aluzando un nuevo camino.

Salimos del templo de los guerreros, viendo como el cielo estrellado había desaparecido, llenándose con nubes que pedían a gritos poder descargarse, o eso parecía por los relámpagos.

Llegamos al templo de Quetzalcóatl o también conocido como kukulkan, de la serpiente emplumada. Nos detuvimos en la cara principal de la pirámide, viendo hasta la cima que definitivamente era majestuosa.

Unas gotas comenzaron a humedecer nuestros rostros y Ameyal guio mi mano hacia otra ruta que nos llevaba adentro de la pirámide. A estas alturas era inimaginable que nadie nos hubiera visto y estuviéramos rodeados de seguridad nacional por irrumpir como unos viles criminales. Trate de resguardar el libro para que no se viera afectado por la lluvia. Al estar protegidos de la tormenta que estaba próxima y controlado mi respiración por la carrera, lo vi.

—¿Por qué estamos aquí?, dime la verdad.

—En realidad, no lo sé —Dijo— Solo bajé por algo de comer y te encontré. Me pediste tu libro de hechicería —vio con obviedad el libro— Y este estaba en mi auto... ahora estamos aquí, ¿No es romántico? —sonrío evidenciando su ego— Tú y yo, debajo de la gran pirámide de nuestros ancestros en busca de quienes somos.

—¿Sabes que podemos ir a prisión por esto, no?.

—Pero no lo haremos, la lluvia pasará y huiremos de esta escena que jamás pasó.

Sus pasos se aproximaron hasta quedar más cerca de mí, tomando asiento en las ruinas del templo e hice lo mismo. Solté un suspiró profundo, abriendo aquel libro.

—¿Sabes que idioma es? —preguntó— Estuve investigando, pero no encontré nada, al menos nada que sirviera.

—No, no tengo idea, así como no tengo idea de que trata con exactitud. Sijtli me ha dicho que es un libro que contiene magia peligrosa, pero ya sabes como son las abuelas.

Observé con detenimiento aquellos escritos, los cuales también llevaban algunos dibujos que no entendía.

—Trata de leer, aunque sea un poco, darle un sentido. Igual que puede pasar.

Dijo observando el libro en la página donde lo tenía. Mi mente se cuestionó a sí misma, dando el permiso que necesitaba para hacerlo.

Comencé a tratar de leer aquellas palabras, si es que eso eran. El ambiente se comenzó a sentirse con pesadez y la lluvia se dejó caer. Cerré el libro protegiéndolo al mismo tiempo que me levantaba sosteniendo la mano de Ameyal, obligando a correr sin que pudiera resistirse. El Rocío de la lluvia cayó sobre nosotros empapando nuestros cuerpos y ropa, hasta llegar al auto; él lo abrió y subimos rápidamente, dentro elevamos un poco el volumen de la música cantando la misma canción, mientras huíamos hacia la casa de las tías.

Al llegar estacionó en el mismo lugar, así que la fuerte lluvia volvió a cubrirnos nuevamente, corrimos hasta el portal regulando nuestras respiraciones. Ambos sonreímos e instintivamente nos volteamos a ver encontrando la mirada del otro unos momentos, con solo el sonido que las gotas hacían de fondo.

—Tengo que irme —me dirigí hacia el camino frente a mí.

—Si, yo también —siguió el camino frente a el.

Nuestras decisiones ovacionaron que chocáramos, dando paso repentino a los nervios.

—Era por allá —seguí el otro caminó.

—Sí, era el otro —respondió tomando el otro caminó.

Al parecer la lluvia nos había afectado y está nos había puesto de bufones para su mera diversión, porque volvimos a chocar al creer que habíamos elegido bien el otro caminó.

—Lo siento —me disculpe por el choque y seguí esta vez asegurándome que estuviera libre.

—No, yo lo siento —caminó en dirección del otro caminó.

Luego de unos pasos, voltee en su dirección, pero me giré de inmediato al ver que él también lo hacía.

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𝐶𝑖𝑒𝑙𝑖𝑡𝑜 𝐿𝑖𝑛𝑑𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora