Capítulo III

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Entre la traición y la angustia.

El destino había lanzado su golpe más cruel, y ahora debían enfrentar las consecuencias de sus decisiones y buscar la manera de sanar las heridas que se habían abierto.

Diluc se encontraba en el baño, luchando desesperadamente contra la hemorragia y el dolor que amenazaba la vida de su hijo por nacer. Sentía miedo, angustia y una profunda tristeza mientras se aferraba a su vientre, rogando por la seguridad y bienestar de su pequeño.

Mientras tanto, Kaeya quedó atónito en el suelo, su espada yacía abandonada a un lado. Sus ojos se llenaron de confusión y arrepentimiento al darse cuenta de las consecuencias devastadoras de su traición. Su corazón se llenó de remordimiento y dolor por haber lastimado a Diluc de esa manera.

Después de unos momentos de shock, Kaeya se levantó y se acercó a Diluc con cautela, su voz llena de angustia.

- Diluc, lo siento... Lo siento tanto - murmuró Kaeya con voz entrecortada, sus ojos vidriosos reflejando su profundo arrepentimiento. - No tenía intención de hacerte daño. Nunca quise que esto sucediera.

Diluc, aún luchando contra el dolor, miró a Kaeya con ojos llenos de tristeza y decepción. La mezcla de emociones en su interior era abrumadora, pero en ese momento no estaba preparado para compartir el secreto de su embarazo.

- Kaeya, no puedo... no puedo lidiar con esto ahora. Necesito tiempo para procesar todo esto por mi cuenta - susurró Diluc, su voz débil pero llena de dolor. - Por favor, déjame solo por ahora.

Kaeya asintió con la cabeza, sintiendo el peso de sus acciones y el dolor que había causado. Sin decir una palabra más, salió silenciosamente del baño, dejando a Diluc sumido en su propia angustia.

Diluc se quedó allí, con lágrimas corriendo por sus mejillas, sintiendo el peso abrumador de la pérdida de Crepus y la traición de Kaeya. Mientras luchaba con sus propias emociones, se prometió a sí mismo que protegería y cuidaría a su hijo por nacer, incluso si eso significaba enfrentar los desafíos y dolores en solitario.

El destino de Diluc y Kaeya, así como el futuro de su hijo por nacer, estaba lleno de incertidumbre. En medio de la tragedia y la traición, solo el tiempo y el poder de la sanación podrían revelar qué caminos tomarían y si algún día podrían encontrar la redención y la paz en sus corazones rotos.

El viñedo del amanecer estaba envuelto en un silencio abrumador. Diluc yacía en el suelo del baño, luchando por detener la hemorragia mientras el pánico se apoderaba de él. Su voz se quebraba en gritos de desesperación mientras rogaba a los cielos que su hijo sobreviviera.

En ese momento crítico, Adeline, la leal ama de llaves, irrumpió en el baño acompañada por el médico de emergencia. El doctor se acercó rápidamente a Diluc y evaluó la situación con cuidado. Con manos hábiles y experiencia, logró controlar la hemorragia y estabilizar a Diluc.

El alivio inundó el cuerpo de Diluc mientras la atención médica especializada surtía efecto. El médico tranquilizó a Diluc, explicándole que el bebé estaba a salvo por el momento, pero que requeriría reposo y cuidados adicionales para garantizar su bienestar. Diluc asintió débilmente, aferrándose a cualquier esperanza que pudiera tener.

En los días siguientes, Diluc se dedicó por completo a su recuperación y al cuidado de su bebé en gestación. Kaeya, ajeno a la noticia, se mantuvo alejado, dolido por la pelea y sin comprender la verdadera razón detrás del distanciamiento de Diluc.


Kaeya se encontraba en la sede de los Caballeros de Favonius, sumido en una profunda tristeza y arrepentimiento por sus acciones. La culpa pesaba sobre él, sabiendo que había traicionado y lastimado a Diluc, la persona que más amaba. Mientras se curaba la herida en su ojo, agradeció en silencio que no hubiera perdido la visión por completo, aunque la cicatriz en su rostro sería un recordatorio constante de su error.

Con el parche en su lugar, Kaeya miró a su alrededor en la sede de los caballeros, sintiéndose fuera de lugar. Ya no tenía un hogar en el viñedo, donde solía vivir junto a Diluc y Crepus. Ahora, tendría que encontrar un nuevo lugar donde quedarse mientras lidiaba con las consecuencias de sus acciones.

La sede de los caballeros, aunque familiar para él, ya no era un refugio reconfortante. Las miradas de sus compañeros caballeros se dirigían hacia él, llenas de preguntas y especulaciones. Kaeya podía sentir el peso de su deshonra y la necesidad de enfrentar las consecuencias de sus decisiones.

Se tomó un momento para reflexionar sobre sus acciones y asumir la responsabilidad de sus errores. Sabía que había lastimado a Diluc de una manera irreparable y que tendría que enfrentar las consecuencias de su traición. Pero también estaba decidido a enmendar sus acciones y buscar la redención, aunque no supiera exactamente cómo hacerlo.

Con la determinación de rectificar su error, Kaeya decidió buscar un nuevo propósito y encontrar un lugar donde pudiera contribuir de manera positiva. Quizás fuera el momento de dejar atrás su pasado y buscar una nueva oportunidad para redimirse.

Mientras tanto, su corazón seguía sufriendo por la pérdida de Diluc y por la angustia que había causado. Esperaba que algún día pudiera encontrar el perdón y la reconciliación con la persona que amaba, aunque sabía que tomaría tiempo y esfuerzo reconstruir la confianza que había sido destrozada.

En la sede de los Caballeros de Favonius, Kaeya se preparaba para enfrentar el camino que tenía por delante, sabiendo que su viaje de redención sería largo y difícil. A pesar de la tristeza y la soledad que sentía en ese momento, estaba decidido a convertirse en una persona mejor y buscar la forma de reparar el daño que había causado a la persona que amaba más que a nada en el mundo.

Varios días después de que Diluc se recuperara del riesgo de un posible aborto, la tranquilidad volvió al Viñedo del Amanecer.

Diluc escuchaba atentamente las palabras de Adeline, su fiel amiga y confidente. Sabía que ella se preocupaba por su bienestar y por el futuro del niño que llevaba en su vientre. Sin embargo, su determinación y sed de respuestas eran más fuertes que cualquier temor o precaución.

-Adeline, entiendo tus preocupaciones, pero necesito respuestas- respondió Diluc con una mezcla de determinación y frustración en su voz. - Estos engaños y los Fatui representan una amenaza para Mondstadt y para aquellos que amo. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras sus planes se desarrollan, no después de lo que ocurrió con mi padre. Necesito encontrar información, descubrir la verdad y proteger a mi hijo y a esta tierra-.

Adeline suspiró, comprendiendo la obstinación de Diluc. Sabía que no había forma de disuadirlo cuando su mente estaba decidida. Sin embargo, no pudo evitar expresar su preocupación una vez más.
- Joven Diluc, entiendo su necesidad de respuestas, pero recuerda que tienes responsabilidades ahora. Tienes un hijo que depende de ti, y exponerte a peligros innecesarios podría poner en riesgo su seguridad. ¿Estás seguro de que este viaje es lo mejor para todos?-

Diluc sostuvo la mirada de Adeline, mostrando una determinación inquebrantable. -Sé que no será fácil, Adeline. Pero no puedo quedarme en la oscuridad sin hacer nada. Haré todo lo posible para proteger a mi hijo y a Mondstadt. Y no estaré solo en esto, tengo a otros en quienes confiar y que cuidarán de nosotros. Confía en mí, Adeline, lo lograremos-.

Las palabras de Diluc reflejaban su compromiso y convicción. Adeline, aunque preocupada, sabía que no podía detenerlo. Asintió con tristeza y aceptación, sabiendo que Diluc seguiría su propio camino, incluso si eso significaba enfrentar peligros y desafíos.

-Está bien, Joven Diluc-, susurró Adeline con voz entrecortada.
- Prométeme que te cuidarás a ti mismo y al pequeño. Regresa sano y salvo. Te esperaremos aquí-.

Diluc asintió, agradecido por la comprensión de su amiga. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo para descubrir la verdad y proteger a los que amaba.

Durante esos días de descanso, Diluc encontró consuelo en la tranquilidad del viñedo. Paseaba por los campos, respirando el aire fresco y disfrutando de la serenidad que solo la naturaleza puede brindar.

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