El precio de la confianza.
La última semana había sido agotadora para Diluc. Aunque mantenía su fachada de ser un inocente comerciante, su mente llena de pensamientos y su cuerpo cansado luchaban bajo el peso de su investigación, los síntomas se habían vuelto cada vez más frecuentes.
En ese tiempo tuvo algunos encuentros discretos y algunas conversaciones cuidadosamente hiladas, había logrado sacar información a los dueños de la posada y a comerciantes, pero nada que no supiera ya: los Fatui mantenían vínculos diplomáticos con Inazuma. Información pública, vacía de valor.
Sin embargo, lo que más le preocupaba en ese momento era su propio estado. La fatiga lo golpeaba más fuerte cada día, y las náuseas volvían cada mañana, implacables. La medicina que Baizhu le había proporcionado durante su estancia en Liyue estaban casi agotada. Sabía que pronto necesitaría reabastecerse, pero no podía hacerlo sin levantar sospechas.
Antes de salir se cubrió con una túnica con la capucha cubriéndole el rostro, Diluc se aventuró una vez más en el bullicioso mercado de Inazuma. La lluvia comenzaba a caer de manera ligera, convirtiendo las calles de piedra en un mosaico de charcos y sombras. Entre los puestos de frutas, especias y textiles, buscó información sobre médicos locales, preguntando sin levantar demasiada curiosidad. Finalmente, un comerciante anciano lo guió hacia una pequeña choza situada en la Aldea Konda.
Diluc llegó a la pequeña choza de madera, ubicada a las afueras de la aldea de Konda. La llovizna de la tarde caía suavemente sobre su capucha, cubriendo su rostro con sombras mientras se acercaba a la puerta. Saludó con un gesto rápido y reservado, tratando de mantener su visita lo más breve posible.
Tsukiko, la curandera local, vestía un kimono tradicional de suaves tonos azules y celestes, con delicados patrones de flores acuáticas bordados en los pliegues, en su cintura se hallaba una brillante visión hydro. Su larga cabellera, estaba recogida en una trenza que caía sobre su hombro. Sus ojos, de un azul profundo, lo observaron con calma, reconociendo de inmediato la urgencia oculta en su visita. Sin embargo, su rostro mantuvo una expresión serena, como siempre.
—¿Qué te trae por aquí, muchacho? —preguntó con suavidad mientras sacaba un libro de su estantería, sus movimientos fluidos y precisos como el agua que tan bien manejaba.
Diluc mantuvo su tono neutral, sin querer revelar demasiado.
—Necesito algunas hierbas... algo para la fatiga y las náuseas —dijo, sus palabras cuidadosamente elegidas. Trató de sonar casual, asegurándose de que no pareciera una petición personal.
Tsukiko lo miró por un momento, evaluando sus palabras. Aunque no hizo preguntas, su mirada era inquisitiva, como si pudiese ver más allá de lo que Diluc intentaba ocultar. No obstante, con la misma discreción que él había mostrado, la mujer se giró hacia las estanterías llenas de frascos, plantas secas y pociones de variados colores.
Con la calma de alguien que conoce bien su arte, Tsukiko buscó entre las hierbas cuidadosamente seleccionadas y preparadas, deteniéndose de vez en cuando para examinar las etiquetas escritas a mano. Finalmente, extrajo unos frascos pequeños de vidrio, llenos de raíces trituradas y hojas secas que se usaban comúnmente para aliviar los síntomas que Diluc mencionaba.
—Aquí tienes —dijo al entregárselos, sus dedos delicados rozando brevemente los de él mientras le pasaba los frascos. Su toque era fresco, como el agua de un manantial.
Diluc guardó los frascos rápidamente en el bolsillo interior de su túnica, listo para salir y continuar con su jornada. Pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, Tsukiko lo detuvo con una leve inclinación de cabeza y un tono más suave, aunque firme.
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|Verdades congeladas|
Fanfiction"Verdades Congeladas" Diluc y Kaeya mantienen una relación secreta y apasionada. Sin embargo, el destino les tiene preparado un giro inesperado. El día en que Diluc planea revelarle a Kaeya que está embarazado, su padre fallece trágicamente en una b...