Capítulo 30

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Rosé Adams, año 1910

La pequeña cabaña está llena de todo tipo de mujeres, algunas altas, otras medianas, bajas, delgadas, rellenas y no tienen idea del orgullo que me da verlas aquí hoy.

Trato de olvidar lo que pasó hace un rato atrás en esa ceremonia familiar para enfocarme en todas las mujeres que se encuentran aquí a la espera de que yo les de mi discurso inicial. Puedo ver en las caras de algunas el miedo que cruza en sus ojos, el deseo, el poder.

-Hoy quiero comenzar una nueva era, una era donde nosotras nos sintamos seguras en nuestras propias casas y seguras al salir de esta misma-empiezo diciendo-.No quiero que ninguna sufra nunca más, ¡Quiero que todas estemos al mando de nuestras propias vidas!

-¿Cómo haremos eso?-habla una tímida chica.

-Cuidándonos entre nosotras mismas-la miro-.Nos debemos eso como mujeres.

-No sabemos cómo manejar un arma siquiera-otra espeta.

-Es por eso que hoy estoy aquí ante ustedes, quiero enseñarles a defenderse ante cualquier situación, que no les teman a sus propios esposos, ¡Ellos nos deben respeto!

-¡Sí!-escucho como gritan.

-Quien quiera seguir aquí es cordialmente invitada a quedarse, quien no, haga el favor de irse-proclamo con autoridad.

Algunas salen aterrorizadas y unas cuantas se quedan junto a mí.

-Han hecho bien-digo mirándolas con orgullo-.Ahora quiero enseñarles algo de defensa personal.

-¿Qué es eso?-una pequeña chica de no más de catorce años pregunta.

-Eso es aprender a defenderte ante cualquier persona que quiera hacerte daño-le digo y me mira comprendiendo-.Ven-estiro mi mano para que pueda tomármela y la acepta un poco asustada.

-¿Qué debo hacer?-pregunta una vez que queda enfrente de mí.

-Dame un golpe.

-Yo no puedo hacer eso-me mira preocupada.

-No temas.

Ella se toma su tiempo y tira un puño a mi dirección, pero lo esquivo haciendo una maniobra. Todas en el lugar se sorprenden por tal actuar y comienzan a emocionarse de la alegría.

-¿Cómo hiciste eso?-otra chica llega a mi lado.

-Es sencillo, pero requiere mucha práctica.

-Podemos practicar las veces que quieras.

Miro a todas con las mismas ganas de querer aprender y así es como les enseño una por una todas las técnicas que sé y me aseguro de que todas las hayan aprendido muy bien.

Saco mi arma y todas ponen la misma reacción de espanto.

-Desearía poder darles una de estas, pero la verdad es que es la única que tengo-me sincero apenada-.No obstante, quiero enseñarles otra cosa más.

Desarmo el arma y la armo, apunto al techo y disparo.

Todas gritan asustadas y otras se miran realmente horrorizadas.

-No quiero que le teman a un arma ni al ruido que emite...¡Quiero que formen una fila ahora!-ordeno y así lo hacen.

Y así es como me tomo el tiempo de enseñarles una por una a armar y desarmar un arma para luego apuntar a un rincón de la pared y hacerles disparar.

Todas hacen el mismo procedimiento y una sonrisa ladeada se asoma por mis labios.

Esto es justo como lo imaginé.

-Espero que algún día tomen todo ese coraje, así justo como ahora, y nunca se dejen pisotear por nadie, menos por un hombre. Quiero que con orgullo digan que fueron las mujeres más fuertes que han conocido en toda la vida y lo demuestren sacando las agallas que tienen. Por ustedes, por sus hijas, por sus hermanas, por sus madres.

-Gracias por esto, señorita Rosé-la misma pequeña chica se acerca a mí y me abraza fuertemente-.Los chicos en mi escuela se burlan de mí todo el tiempo y a mi padre no le interesa lo que hagan conmigo-dice casi sollozando-.Por eso vine hasta aquí. Ya no tengo miedo, ya no más.

Me agacho a su altura y la miro a la cara.

-Nunca dejes que nadie te haga sentir mal...defiéndete.

A través del tiempo: El experimento [1] BILOGÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora