El diario de una persona rota

Capítulo XVIII: Los colores

Los colores se vuelven grises, la luz se convierte en oscuridad, el sonido se vuelve silencioso, la comodidad se convierte en incomodidad, la felicidad en tristeza.

Le grité varias veces a mi destino que no me deje morir, le grité a la tristeza que no la necesito, le grité al silencio que me gustaba más cuando hablaba, le grité al sol que yo quería estar junto a la luna, le grité al calor que yo prefiero el frío.

Mi voz se ha visto apagada por un fantasma que me atormenta, mis ojos han sido cegados por una luz mucho más siniestra de lo que podrías pensar, mis orejas fueron taponadas por voces cuyas palabras hacían que el corazón me sangrara, mi corazón fue arrebatado por una persona que lo veía como un juguete.

Lo que más me duele es haber perdido mi voz tras haberla conectado tantas veces con mi alma, ¿es normal sentirme vacía? No sé si es que estoy vacía o ya no sé ponerle voz a lo que siento, no sé siquiera si podré recuperar lo que una vez reconocía como emociones o si siguen existiendo y simplemente no sé verlas.

Tus ojos se vuelven como puñales mientras que mis brazos se convierten en fuego, tu sonrisa se convierte en dolor mientras que la mía se convierte en paz, al parecer eres tú quien decide dejarme sola, quién convirtió esta situación en algo que se rompió.

Necesito tener la seguridad de que pronto mis ojos captarán los colores, de que la oscuridad desaparecerá para darle paso a la luz, de que silencio desaparecerá para hacerle camino a un poco de ruido, de que podré sentirme cómoda de nuevo, de que mi tristeza desaparecerá y la felicidad volverá...

Creo que solo necesito un poco de amor, que me miren a los ojos y en ellos vean el cielo estrellado, qué escuchen mi voz y para esa persona sea música o que mi cuerpo se vuelva en un monumento, que mis abrazos se conviertan en una necesidad, necesito que me amen para saber qué puedo ser amada.

También creo que necesito amarme a mi misma, que necesito poder mirarme al espejo sin querer romper lo que veo, que necesito soportar mi voz o amar como se ven mis ojos en vez de maquillarlos para resaltar el verde de estos.

Al fin y al cabo estoy segura de que el color volverá a mí, de que todo mejorará, porque tras haber comenzado a amarme poco a poco el color está comenzando a aparecer, poco, pero está allí.