Capítulo XII: Recogiendo conchas

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Me acuerdo de aquellos veranos que pasaba recogiendo conchas en la playa, de esos veranos en los que no me importaba como me veía en un bikini o en los que no contaba calorías por miedo a engordar. Me acuerdo de esos veranos en los que fingía que era una sirena del mar y en los que me daba igual si a la gente le daba vergüenza ajena mi forma de nadar.

¿Por qué tuve que crecer? Ahora odio los veranos, la sensación de la arena entre los dedos de mis pies, el sol dándome todo el rato en la cara, odio como me veo en un bikini, odio como me veo cuando nado o como sonrío cuando mi prima no llega al fondo de la piscina y me pide ayuda.

Odio como el pelo se me encrespa y seca por la húmedad, odio como me tapo con una toalla para que no critiquen mi cuerpo, odio como se me queman las mejillas y la nariz a pesar de echarme todo el rato crema solar, odio que me muera de calor y que ni una ducha fría lo baje, odio el olor a sudor que frecuenta tanto en esa estación.

Antes amaba el verano, amaba esa sensación de tener vacaciones infinitas y reírme todo el rato, amaba dormir en casa de mi prima y al día siguiente ir a la piscina, amaba quemarme un poco las mejillas porque decía que así me veía mucho más bonita, amaba mis bikinis y la comida de mi madre.

¿Qué es lo que me pasó? ¿Por qué se perdió este amor por el verano en el camino? ¿Por qué dejé que las opiniones me arrebataran de mis cosas favoritas? ¿Acaso merezco no disfrutar el momento como aquellas dos palabras dicen "Carpe Diem"? El verano nunca fue mi estación favorita pero tampoco la odiaba como hago ahora.

Odio odiar la playa y las miradas que me juzgan cuando lo digo, odio haber dejado que esas pequeñas cosas que antes disfrutaba ahora sean aborrecidas por mí, odio dejar que sus opiniones me hayan afectado tanto que ya no puedo buscar lo bueno en el verano.

Amaba pasar esas tardes con el aire acondicionado puesto y viendo la serie favorita de mi prima mayor, amaba comer mi helado favorito y luego meterme de nuevo a la piscina, amaba dormir la siesta y despertarme desorientada, amaba usar el flotador que después irritaba mi piel.

Aún recuerdo cuando un azulejo roto de la piscina me rompió el talón del pie y solo deseaba que la herida se curase para volver a nadar, aún recuerdo como hablaba con los socorristas y me reía de sus bromas, aún recuerdo que me encantaba que después de horas pasadas en la piscina se sintiera el agua aún en mi piel.

Dejé ir a esa niña que antes lo pasaba genial estando en la playa, a esa niña a la que las opiniones de la gente no le importaban, no tuve que dejarla ir, no tuve que empezar a sentirme mal por cada cosa que llevaba o por cada cosa que me importaba, no merecía que el corazón me quemase del dolor, no tuve que haber dejado ir a esa niña que nunca hizo nada malo, a esa niña que solo se divertía.

Echo de menos a esa parte de mí que amaba los veranos que pasaba en la playa recogiendo conchas, esos veranos en los que comía mi helado favorito y luego iba a la piscina, o esos veranos en los que estaba con el aire acondicionado y veía la serie favorita de mi prima.

El diario de una persona rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora