Capítulo XXXIII: La plata

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Soy una persona que ama la plata, toda mi joyería es de plata, mi vida entera sería resumida a la plata, siempre la segunda preferida, nunca la primera elegida.

No sé si debería conformarme con ser aquella medalla de plata que me dieron o si tengo que ir a por el oro, porque así tal vez se me mirará y escuchará de otra manera, de una manera en la que yo sea respetada y querida, una manera en la que yo sería la elegida.

No soy egoísta pero sin duda a veces me apetecería tener el protagonismo por una única vez y no compartirlo con nadie, no dejar ni una gota de pintura dorada para otras personas, porque a veces pintan a la plata con oro pero siempre seguirá siendo plata.

Debería conformarme con al menos ser la segunda mejor opción pero a veces solo quiero llegar a casa y ser la mejor, la persona a la que miren y elijan, o esa persona que todos admiran.

Por eso siempre amaré la plata, la plata siempre será mi primera opción porque a veces aunque brille un poco menos que el oro en los ojos correctos la plata es mucho más bella que el oro y me aseguraré de que mis ojos sean quienes siempre elijan la plata.

Lo que me resulta extraño es que hay ocasiones en las que esa plata que me forma acaba pasando a oro, hay veces en las que soy ambas, como cuando una persona usa ambos metales porque sienten pena por uno u el otro.

Soy la plata, segunda pero también soy la primera en aquellos ojos plateados que buscan fascinación en otras personas que son como ellos, soy la plata y cada vez estoy más segura de que me encanta serlo.

Puedo compararme a un árbol robusto en medio del bosque, anhelando ser el más alto y majestuoso entre todos, pero a veces, siendo simplemente un pino común en la mirada de otros. No sé si debo conformarme con ser un árbol de hojas verdes o si debo luchar por convertirme en un árbol frondoso que todos admiren, donde las aves encuentren refugio y las sombras sean profundas.

No es que sea egoísta, pero a veces deseo ser el sol que ilumina todo el cielo y no compartir mi luz con ninguna otra estrella. No quiero que la noche oculte mi brillo, sino ser el resplandor que guía a todos en la oscuridad. Tal vez debería aceptar ser la segunda fuente de luz, pero, de vez en cuando, anhelo ser el faro que todos sigan, el fuego que todos miren con admiración. Por eso siempre me siento como el sol, porque en ciertos ojos, incluso si soy solo una estrella más, mi luz brilla con un esplendor único.

El diario de una persona rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora