11. Sin siquiera despegar.

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—¿En qué estás pensando?—Jared le miraba con esos intensos ojos suyos, capturando su atención.

—Mañana cumplo siete meses. La madre de Frank, ya sabes, te he platicado de Linda, me realizará una especie de baby shower. Estoy algo nervioso nada más. Invité a mamá—el castaño pareció pensarlo y solo asintió.

—Algo así pasaría algún día—Gerard solo suspiró.

Cuando Jared le convenció de arreglar las cosas con su hermano, este lo citó en un restaurante donde le habló de su madre. Mickey parecía no notar lo incómodo que se sintió, es decir, a él le interesaba muy poco, solo quería que se reconciliase con su familia, pero él recordaba, el desdén en la mirada de la mujer cuando supo que era gay, no imaginaba como lo haría ahora que estaba incluso esperando un bebé.

Frank no lo supo, no pudo decírselo, no cuando las cosas no iban del todo bien entre ambos. Apenas y se dirigian la palabra, más que para cosas del bebé. Le ayudaba a preparar el desayuno e incluso la cena. Le daba sus vitaminas sin falta cada día y no dejaba de mirarle hasta que tragase la última. No podía herir de más su orgulloso por lo que optó por costumbre mandarle un texto cada que algo se le antojaba, por lo que Frank siempre estaba ahí, a una puerta suya. Le tocaba sutilmente la puerta de su habitación, dejando detrás el antojo que fuese de aquella noche, y él sólo miraba triste su puerta cerrada.

Dos meses pasaron volando.

No habían vuelto siquiera a pasar los viernes por la noche juntos, ya no había más karaoke, ni risas, ni encuentros. Eran como extraños en una misma casa. Al mismo tiempo, ambos sabían que no podían desistir del otro. Estaban unidos.

Linda le había dicho un par de semanas atrás que estaba planenado la bienvenida de su pequeña chica, había mandado a realizar globos, muchos globos personalizados. La mayoría de mariposas, ya que así le llamaba ella, y con cariño, él a escondidas. Sobre todo cuando estaba en la ducha, donde acariciaba con parsimonia su vientre, redondo, ya con algunas estrías. Había empezado a sentirla cada vez más, y ese inconfundible sentimiento se había instaurado en él. Amor.

Era lo que le mantenía a flote en días grises, lo que le hacía recuperar la compostura. Frank no lo decía, pero era lo que le hacía sonreír por las mañanas cada que lo miraba aparecerse para desayunar. Le preguntaba por su estado, le insistía en necesitar de algo, lo que sea, él se lo daría.

¿Podrías dármelo?, se cuestionaba en silencio.

Pero más allá de ello, no decía nada y Frank no insistía más. Eran mejores amigos, pero en ese momento  eran desconocidos.

No pudo descifrar si Frank salia con Bonnie, o con alguien más. Trataba de encerrarse en su mundo, y cuando este fue demasiado para él, le abrió la puerta a Jared.

Le habia sacado de la rutina. Parecía empeñado en querer hacerlo sonreír. Lo llevaba al cine, a jugar "a por tickets", a comer pasta, a tomar malteadas, al parque o por un helado. Lo consentía tanto que daba escalofríos. Carecía de sentido, se repetía.

—Frank y yo casi no hemos hablado de ello, pero supongo que él la invitará—le miró algo avergonzado por sus sentimientos. Él sólo asintió. Lo sabía, lo habia sabido hace mucho.

—Puedo ir si quieres, como un apoyo, claro. Quiero que te sientas cómodo.

—Me gustaría. Pero debo enfrentarlo por mi cuenta. Gracias por ofrecerte de todas formas—Jared sonrió.

—No podría decirte que no a ti, Gerard—aquello lo abochornó. Su intensa mirada cargada de euforia, le sobrepasó.

Quiso decir algo más, quizá agradecerle por todo, quizá corresponderle con algo más, pero no pudo. Solo pudo sonreír, y la mano de Jared se acomodó hacia la suya. Él lo permitió.





Linda había puesto todo de rosa. Muy a pesar de que insistió en un color neutro, la mujer estaba tan ilusionada con ello que no pudo replicar. Frank se la pasaba de aquí para allá, inflando globos, acomodando sillas, yendo de un lado al otro, consiguiendo el hielo de último momento, las servilletas, el carbón. Linda lo había puesto como el cocinero principal, e único a decir verdad, de su elección de alimentos de esa noche. Hamburguesas.

—¿Te ayudo?—le dijo al verlo batallar por encender el asador.

—Ya casi lo tengo, mejor aléjate. No quiero que inhales nada de esto.

—Pero—

—¡Frank tiene razón, Gee!, ven para acá, cariño—el tatuado humeó un poco más antes de avivar la llama. Le observó empezar a colocar las carnes, demasiado concentrado, con esa camisa negra arremangada, los ojos avellanas enfocados en lo que hace. La mandíbula tensa, el cabello corto, recién de hecho, piensa que se le ve bastante bien, y por un momento suspira.

Los invitados comienzan a llegar un par de amigos del trabajo, algunos del de Frank. Empiezan a hacer un par de juegos, le colocan una corona de flores, se divierte, incluso cuando su hermano llega con su esposa y sus hijas, ellas le empiezan a dibujar mariposas en el vientre, y él sólo se ríe de las cosquillas. Frank le mira desde una de las sillas del fondo, mientras toma una cerveza, parece vigilarlo de forma muy atenta. Sus ojos continúan aún más enfocados en sí. Se siente algo descolocado ante cada acción que realiza, puesto que su mirada sigue sobre él, como vigía.

—Muchas felicidades—cuando alza la mirada, ve a Bonnie, la enfermera, con un regalo en sus manos. Él la mira dos veces, a ella, al regalo, de nuevo a ella.

—Gracias—murmura al tomarlo—. ¿Qué haces aquí?—no puede evitar preguntar. Ella sonríe.

—Frank me ha invitado, se que es algo extraño, pero yo—

—Bonnie—él aparece de pronto, por su espalda, y siente sus dedos tocar suavemente su cintura. Se le eriza la piel. Mira como lleva su otra mano hacia el hombro de ella—. Gracias por venir.

—Lo he prometido—dice con complicidad. Aquello lo toma por sorpresa. Por lo que solo mira a Frank y él de vuelta. Es un segundo. Él regresa su mirada hacia ella y esta le guiña el ojo.

De fondo, la canción de Candy de Rosalía se escuchaba, como un golpe bajo, quizá para él, quizá para ella. No lo sabía.


—Gee y Frank han sido mejores amigos desde hace tanto—estaba sentado en medio de los invitados, seguía con su corona de flores sobre la cabeza, Frank le observaba nuevamente mientras se hallaba al otro lado de donde él. Bonnie estaba cerca suyo—. Cuando me dijo que estaban juntos, y por sobre todo, esperando un bebé, fui la persona más feliz de todas. Mi hijo haría una familia con el chico más maravilloso que he conocido. Lo amo como a nadie, un hijo más. Y que sea oficialmente de mi familia, lo hace aún mejor—. Sus ojos empezaron a cristalisarse. Aquello lo había tomado. Por sorpresa. Miró a Frank y este le sonreía, hacía mucho que no lo hacia de esa forma, pero en ese momento le sonreía tan genuiamente, que le tocó.

—Yo...—tras Frank, miró como se posaba la mujer que le había dado la vida. Por un momento se congeló, sus facciones duras, los labios rojos, algo característico en ella. Su mirada se posó en él, examinandole de pies a cabeza, enfocándose en su vientre. Tembló—. Mamá.

—¡Bienvenida, mamá!—Michael se puso de pie yendo hacia ella, le abrazó y la guió hacia él. Sus ojos miraban hacia todas partes, empezando a dolerle la cabeza.

—B-bienvenida—tragó duro, sonriendo lo mejor que pudo—. ¿Te gustaría algo de comer, o...?

—Esto es repugnante—se quedó en seco, cayendo tan rápido, sin siquiera despegar—. No puedo creer que me hayas convencido de esto, Michael. Es una verdadera desgracia.

Amigos~ Frerard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora