Séptima bala

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Mördare salió del bar, eran apenas las doce de la noche y las calles estaban silenciosas y tranquilas, el clima era frío pero no al grado de congelar sus pelotas, a Mördare le gustaba aquella pequeña ciudad tan pacífica, tan tolerante, se sentía a salvo de la agencia.
Caminó en dirección contraria al bloque de departamentos, no quería llegar y ver a Tyron, y tampoco quería que el gran imbécil notara que habían pocas cosas que Mördare no podía manejar.
Así como estaba de molesto, sería mucho más fácil romperle a Tyron cada hueso lleno de osteoporosis.
Acercándose a un solitario parque, Mördare se sentó y prendió otro cigarrillo.
Necesitaba pensar, necesitaba despejar su mente de toda esa maraña de oxitocina que parecía formarse en su cerebro cada que pensaba en Tyron.
Tyron el hombre que tuvo una infancia feliz, con unos padres, una linda casa y seguramente un estúpido perro llamado pirata, porque el hombre era tan condenadamente cliché. Mördare rio para sí mismo, sabía que las ironías, las respuestas filosas y el temperamento volátil eran solo fachadas o a veces distractores que el tipo usaba.

Sintiéndose a gusto, extendió las piernas y dio una calada a su cigarro. Después de una misión o una pelea, definitivamente fumar era tan placentero como joder.
Mördare recordó cuando era niño, recordó el frío que entumecía sus dedos y hacía castañar sus dientes hasta casi doler, recordaba el hambre que golpeaba como una perra.
Había tantos recuerdos que se levantaban como una tormenta de arena, molesto por algunas imágenes indeseables que se colaron a su mente, Mördare golpeó su pierna.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí sentado, sólo vio que poco a poco las calles quedaron en silencio para luego empezar otra vez a ver luces de establecimientos prenderse.

Cansado se levantó, no sabía qué hacer con Tyron, no, sí sabía, no volvería a caer tan bajo como para ofrecerse. No rogaría, hace muchos años, decidió que ni por su vida suplicaría.
Poniéndose de píe caminó, le gustaba caminar y ver a la personas tan normales, tan emocionalmente funcionales.
Con gracia, Mördare pasó sus manos por su cabello. Extrañaba un poco su cabello largo y rubio, pero aceptaba que de este largo parecía menos niña.
Su propia broma le hizo gracia y sonrió.

Tyron escuchó cuando la puerta se abrió ya más cerca del amanecer, esperó en silencio.
Cuando Mördare se apareció, este ni siquiera lo miró, era como si Tyron no existiera.
Eso le incomodó un poco, pero no lo suficiente para hacerlo retroceder.

—Necesitamos hablar, —demandó Tyron.
Mördare se bajó los pantalones, nunca miró a Tyron.

—Habla con mi espalda tengo sueño.

Tyron nunca en su vida había sentido las ganas de tener a alguien tendido sobre sus rodillas y escocerle las nalgas con sus palmas, hasta la aparición de Mördare quien de forma perezosa se arrastró hasta su cama.

—Follaste, —afirmó Tyron, mientras se levantaba hasta quedar cerca de la cama del joven.
Mördare apenas se movió sin siquiera responder.
Tyron molesto por que Mördare lo ignoraba arrebató el grueso cobertor, dejando al descubierto un delicioso par de blancas piernas.

—¡Con una chingada!, —gritó Mördare quien ya había reaccionado mostrando una mirada llena de ira toda dirigida a Tyron, —¿Qué carajos crees que haces, pendejo?

Tyron entrecerró los ojos. Mördare era un infierno de hombre cuando estaba de mal humor.

—Te dije que tenemos que hablar, —Tyron cruzó los brazos y se plantó delante de Mördare quien sonrió con malicia.

—¿Sabes lo que le acabo de hacer al último pendejo que me quiso intimidar con su altura?,—Tyron miró a Mördare, algo en su tono de voz le decía que debía ser muy cuidadoso, ya que en ese momento el muchacho no estaba para tonterías.

Traición en la casa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora