XIV. Los recuerdos que más amé.

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La explosión de los arsenales en las afueras de la Port Mafia fue la comidilla de toda la mañana y buena parte de la tarde. Usualmente no me habría importado —noticias de ese tipo eran el pan de cada día—, pero mi corazón titubeó cuando tu nombre se vio envuelto en la disputa.

Un usuario de habilidad había tratado de vulnerar la seguridad. Cuando no lo consiguió por sí mismo, aparecieron refuerzos armados hasta los dientes, que dieron lugar a una masacre en ambos sentidos. Antes de que el usuario escapara, llegaste tú y le hiciste frente. Fue una pelea corta, a punto de ser eficaz. Pero pecaste de arrogante, y una bala logró cruzar a través de un pequeño hueco en tu gravedad. Te dio en el costado izquierdo, apenas un rasguño, una herida no equivalente a tu desliz. Mientras escuchaba esto de la boca del señor Tanaguchi agradecí que así fuera.

Obviamente esto no provocó tu muerte —quién sabe que conseguiría hacerlo—, sin embargo, perdiste sangre mientras hacías que cada uno de aquellos intrusos pagara el precio de tu ira.

No fue letal. Para ti fue un suceso más del día, un martes por la mañana común y corriente. Pero me preocupe. Mucho. La preocupación alimentó mi ansiedad toda la tarde, y la mantuvo despierta en segundo plano.

Tu recuerdo había estado presente detrás de cada deber cumplido aquel día. Todo me recordaba a ti, y todo me hacía saber que era ignorante del verdadero estado en el que te encontrabas. Por un segundo valoré la intención de llamarte —me habías dado tu número luego de unos cuantos encuentros más bien azarosos—, pero no encontré valor para hacerlo. Después de todo, ¿Quién era yo para llamarte?

En ese momento guardé mi celular, y esperé pacientemente a que te presentaras ante mí.

Aquella tarde no tuve una reunión con Mimic, pero la División Especial prontamente se ofreció a tomar su lugar, y tuve que acudir a su llamado.

Como siempre, la índole encubierta de mi actuar me obligó a ser conciso y rápido, por lo que si acaso e intercambie unas cuantas palabras con el subordinado de Taneda. Ni bien me había despedido, aquel sujeto me retuvo un poco más. Me dijo que me miraba diferente.

No pude negarle nada. Yo mismo me sentía diferente.

Ya no recordaba como era la vida antes de entrar a la Port Mafia. Aquella vida antes de conocerte a ti me era lejana, como los recuerdos difusos y más bien inexistentes de un bebé que aún no nace. De regreso a la mafia, me miré en el espejo retrovisor. Me asusté al no reconocer el rostro que me miraba fijamente en mi reflejo.

Sabía de antemano que era yo. Y, sin embargo, en un acto contradictorio que no podría ser aclarado con palabras, no me sentía seguro de afirmar que aquel rostro en el espejo era la misma máscara que el Ango de hace unos cuantos años también había usado.

¿Quién había sido hasta entonces?

Mi colección de recuerdos propios se había expandido, y los sentimientos que habían aflorado en mi pecho me habían dado una identidad independiente a los recuerdos ajenos que tanto maldecía. Ahora era yo, y eso me hizo feliz, al menos hasta que el ocaso cayó. Con el sol tras ellas, las nubes se encendieron, y su fuego escarlata me hizo pensar en ti. Así, volví a preocuparme sin remedio alguno.

Al cabo de largas horas de tediosos menesteres pude regresar a mi departamento. Estaba buscando las llaves en mi bolsa cuando resolvía que hacer con este peso en mi pecho, con este espacio ocupado y creciente en mi cerebro que bloqueaba todo pensamiento que se alejara de ti.

Tanto así era que no noté como el tiempo me ignoraba y fluía, dejándome atolondrado frente a mi puerta. No me habría percatado de ello si una vecina no se hubiera preocupado. Me preguntó si estaba todo bien. Yo sólo asentí, y me apresuré a entrar, avergonzado de mi actitud tan infantil, impropia de un supuesto agente como yo. Taneda sin duda se habría decepcionado si supiera el embrollo en el que se encontraba mi alma.

Por amor a la decadencia [ChuuAngo]Where stories live. Discover now