XVII. Frío.

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Nada había acabado. Aún después de tantas muertes, aún después de que Mori puso sus manos sobre aquel permiso, aún después de que Oda falleció... Nada había terminado.

El cielo azul se alzaba por encima de nosotros, omnipotente. El sol, coronado en el centro del cielo, arrancaba gotas de sudor de la piel de todos. Taneda se refrescaba con su abanico, mientras que Mori, delante de él, parecía estar hecho de piedra.

—Cuanto tiempo sin verte, Ango-kun —me saludó Mori. Me avergoncé tanto que sólo atiné a hacer una vaga inclinación—. Es un subordinado valioso, jefe Taneda. Deberías cuidarlo.

Taneda entrecerró los ojos, y se recargó todavía más sobre la silla.

—¿De quién exactamente?

Mori sonrió, con aquel gesto mudo que apenas y guardaba alegría. Con aquella arrogancia surcándole el rostro, te dedicó una efímera mirada que no correspondiste. Fue tan breve que quizá sólo haya sido producto de la paranoia que no había conseguido arrancar de mí. Mori se alzó de hombros, y fingió demencia. Yo hubiera querido hacer lo mismo.

Aquella reunión entre la División Especial y la Port Mafia tenía por objetivo aclarar ciertos puntos en cuanto a lo acontecido, y deslindar culpas, como todo en la burocracia. Taneda había llevado a sus mejores hombres, soldados de élite cuyo fin era protegernos de lo que sea que pudiera suceder ahí. En cambio, Mori sólo había traído a uno de sus hombres: A ti.

Las negociaciones entre Taneda y Mori fueron para mí como el fluir de un río, del cual sólo podría extraer murmullos y palabras idas, apenas interpretables en ningún contexto. Sólo tenía ojos y oídos para ti.

Tu mirada estaba fija al frente, hacia donde yo estaba. Pero no me mirabas a mí. Era como si tu vista reposara detrás de mí, como si yo no estuviera presente a tan sólo unos pasos de ti. Tus ojos eran fríos e inexpresivos. El zafiro que usualmente los inundaba estaba apagado, y no emitía luz alguna debajo del ala de tu sombrero.

El dialogo se extendió por tan sólo un cuarto de hora, y sin embargo se me figuró como un infierno eterno, en el que el calor insoportable del mediodía me ablandaba, y el frío incriminatorio de tus ojos amenazaba con fracturarme.

—Dale las condicionantes, Ango —me ordenó Taneda, arrancándome de mis raíces.

Apreté los documentos en torno a mis manos, y avance por la cubierta del barco. El mar estaba calmo, y aún así sentía que el suelo debajo de mis pies se tambaleaba. Avance hasta estar a tan sólo dos pasos de ti, y te extendí los papeles. Tu expresión no cambió en lo absoluto cuando extendiste tus manos para recibirlos. Al entregarte aquellos nimios documentos, roce tu mano por accidente, y, sin que el azar tuviera tanto que ver, vi los recuerdos que tus guantes guardaban.

Vi un lugar a oscuras, en lo más alto de un edificio abandonado a las orillas de Yokohama. A pesar de la noche imperante en el recuerdo, pude reconocerlo.

Al separarnos, adiviné en tus ojos una sombra, la condensación del rencor, y entendí que, más que un recuerdo, aquello era una invitación: La cita a un asesinato.

Con ello concluyó la reunión, y di lugar a la resignación que había guardado desde aquella última noche que me contacté con Mimic.

Cuando la tarde fue dejando sus tonos cálidos atrás, me embarqué hacia aquel lugar, sin albergar en mi corazón ninguna otra cosa más que la certeza de que ya no volvería. Y estaba bien. Mientras conducía, en ningún momento temí a tu violencia o a tus represalias. Aceptaría cualquier cosa que me dispusieras, aún con mayor razón si aquello era la muerte.

La tarde se había pintado de púrpura cuando el edificio apareció a la distancia como apenas un rectángulo más oscuro que el lienzo violeta en el que yacía. En su cúspide exhibía una luz diminuta, aunque violenta, como la llama de una vela. Al acercarme todavía más, comprobé que se trataba de fuego en la azotea del edificio. Por breves instantes adiviné tu silueta asomándose por el borde del techo.

Por amor a la decadencia [ChuuAngo]Where stories live. Discover now