Una.
Dos.
Tres veces.
Sin importar cuantas veces lo intentara, la herida se regeneraba de nuevo, como un rastro de nieve que desaparece en una tormenta. No llegué a saber cuantos ríos sangrantes había visto emerger, sólo para desaparecer en cuestión de segundos. Quise que en alguna ocasión la herida fuera tal que la carne se abriera ante mí como un mundo escarlata, profundo y doloroso, un mar de carmín sin retorno, pero sólo me encontré con una insólita realidad, desconcertante hasta la médula, imposible hasta donde yo quería creer. Y sin embargo ahí estaba: Un lienzo en blanco a pesar de las pinceladas de rojo.
No supe cuanto tiempo estuve así, atónito, con la mirada perdida en todo lo que no entendía. Cuando menos lo esperé, un doctor ingreso a la habitación. En su mano enguantada relucía una jeringa. Detrás de él se asomó un par de enfermeros, todos de blanco, simulando una misma entidad.
El doctor dejó la jeringa dentro de su bata, y alzó las manos delante de él, pretendiendo calmarme, creyendo que podría hacerme ignorar lo que había visto.
—Todo estará bien —murmuró, e intentó acercarse a mí.
Me alejé un pasó, y levanté mi precaria arma del suelo.
—¿Qué es lo que me hicieron...?
—Nadie le hizo nada —contestó, e intentó acercarse más. Los libros se estrujaron bajo sus zapatos negros—. Es un efecto secundario del tratamiento que le proporcionó la doctora Yosano.
Quise gritarles, echarles en cara las mentiras que decían, pero sólo llegué a mover la cabeza, negando todo. Conocía la habilidad de Yosano Akiko, tal vez incluso mejor que la mía. Yo redacté el informe de su habilidad, yo hice una biografía de su vida, sabía cosas que no todos podían saber de ella. Su tratamiento como tal carecía de ese efecto: Los de la agencia lo sabían mejor que nadie.
¿Taneda creía que era estúpido? ¿No se le ocurrió otra forma de engañarme? Su descaro y osadía resonaron en mí más de lo que lo habría hecho cualquier falacia, y abrieron en mí las venas que no podían ser abiertas con un cristal roto: Me desangré en ira, me ahogué en ella, y apagué mis pensamientos. En mi oscuridad iracunda, sólo reinó el instinto.
Creo recordar que grité. Quizá no. En mi mente hay un eterno zumbido en torno a ese momento. Sólo recuerdo mi voluntad echa a un lado, manipulada como un títere por mi encono. Tomé el teclado en el piso, y con toda mi fuerza lo estrellé en la cabeza del médico. Cayó al piso entre quejidos, y para evitar toda intervención de los enfermeros amenacé su yugular con el fragmento. Con mi mano en su espalda, traté de buscar algo útil, en vano. Otro de los tantos riesgos calculados de Taneda. Miré a los enfermeros, todavía más encolerizado. Lo más probable es que ellos fueran iguales.
Atrapado, molesto, decepcionado... Toda esa vorágine me llevó a presionar el fragmento contra la piel de aquel médico, y abrir su piel. El hombre gritó, y yo me alejé de él. Mientras los enfermeros se abalanzaban a tratarlo, hui.
La puerta se cerró justo a mis espaldas, apresando mi pie. Dejé el zapato atrás, y corrí, sin detenerme a ver, sin animarme a voltear. Pegué mi mano a las paredes blancas, acendradas, y busqué la salida. Todo se convirtió en una apuesta contra el destino. Las luces blancas e impolutas me marearon, y en cierto momento me detuve a vomitar sobre el pasillo. Las luces se tiñeron de rojo, y mancharon el suelo de su color. Las alarmas le siguieron, y los pisos de un ejército resonaron por los pasillos. No tenía más tiempo.
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Por amor a la decadencia [ChuuAngo]
FanfictionUn fanfic del fandom de Bungo Stray Dogs. La vida rara vez es como uno anhela. Ango Sakaguchi, un saco de recuerdos más ajenos que propios, así lo cree más que nadie. Siendo hijo adoptivo del señor Taneda, director de la División Especial de Poderes...